sábado, 16 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres Parte 2: Capítulo 15

-Así que tú eras el buen estudiante, el niño aplicado del que se enorgullecía la familia, ¿verdad?
-Algo así.
-De modo que Agustín era el adolescente problemático, y tú, mientras tanto, te dedicabas a hacer el papel de chico bueno durante el día y por las noches...
Él se encogió de hombros.
-Por las noches, me llevaba chicas a mi habitación.
Paula ya sospechaba que era de esa clase de hombres; le parecía una lástima que no pudiera tenerlo. Pero ahora, sin embargo, mientras estaban sentados en la cama deshecha y todavía caliente, no conseguía recordar por qué no se podía acostar con él.
-Bueno, supongo que la teoría de tu hermano gemelo podría ser correcta, pero...
-¿Pero? -preguntó, con más interés del que ella esperaba.
-Pero, ¿no sería posible que sencillamente te gustara el sexo?
Pedro empezó a reír, sinceramente divertido.
-Sí, eso es lo que yo he pensado siempre. Es curioso que alguien a quien solo hace un día que conozco se haya dado cuenta.
Dejó de reír poco a poco y terminó observándola con detenimiento. Después, añadió:
-Sí, es curioso.
-Tal vez te comprendo porque me parezco a ti -dijo ella con suavidad-. Hay muchas cosas en el mundo que me entristecen o me deprimen. ¿Debo sentirme culpable de que el sexo no sea una de ellas?
Pedro  recordó la conversación que habían mantenido la noche anterior.
-Entonces, ¿por qué no has hecho el amor desde el otoño pasado?
Ella contestó la pregunta con otra pregunta.
-¿Y por qué dices que ahora estás reformado?
Los dos se miraron y comprendieron que la conversación había pasado de las bromas a algo mucho más personal e íntimo, sin haberlo pretendido. O al menos, Paula no lo había pretendido. Ella no tenía el menor problema en hablar de sexo con los hombres, pero no tenía la costumbre de contarles detalles de su vida emocional. Por ejemplo, estaba segura de que se reiría de ella si le hablaba del día en que despertó y decidió que quería sentir verdaderas emociones por primera vez en su vida.
-Solo te puedo decir que, si nos hubiéramos conocido hace un año, no estaríamos charlando ahora.
Pedro  sonrió y Paula volvió a pensar en su forma de besar. Centró la atención en su mandíbula y en el fuerte pulso de su cuello. Sabía que su piel sabría salada si la probaba, y que sentiría los latidos de su corazón si se tumbaba sobre ella, en la cama.
Cuando lo miró de nuevo a los ojos, supo que él estaba sintiendo lo mismo que ella.
Paula  pensó que definitivamente no habrían perdido el tiempo con conversaciones si las circunstancias hubieran sido diferentes. Nunca habría sido tan tonta como para hacer algo así.
-Estaríamos...
-Sí -la interrumpió él-. Lo haríamos.
Ella se humedeció los labios con nerviosismo. Al caer al suelo se había hecho una pequeña herida en el labio inferior y ahora le dolía. Pedro se inclinó sobre ella y lamió la herida con delicadeza.
-Te pondrás bien -dijo él sin dejar de lamerla suavemente. Ella gimió.
-¿Me lames para que me sienta mejor?
-¿Te sientes mejor?
La boca de Paula se sentía mucho mejor ahora, pero otras partes de su anatomía empezaban a sentirse muy incómodas. Estaba excitada. Lo necesitaba.
-Creo que me he dado algunos golpes en otras partes del cuerpo -dijo ella. Él rió.
-Me gustaría besarte en esas otras partes, Paula, y conseguir que te sientas mejor -dijo, antes de apartarse a regañadientes-. Pero creo que será mejor que lo dejemos aquí. Si empiezo contigo, no podré detenerme.
Paula se quedó con ganas de preguntarle si no podría detenerse aquel día o si no podría detenerse nunca más. Pero no pudo realizar la pregunta, porque se alejó antes.
-Está bien, talla diez. Pero recuerda comprar una talla más grande si es estrecho de busto y de cadera.
Pedro sonrió antes de salir de la habitación.
-Te veré esta noche, Paula.
Mientras conducía hacia la oficina, entre el denso tráfico, Pedro marcó el número de teléfono de su hermano. Sin embargo, suponía que Agustín ya se habría marchado, que se habría levantado con la salida del sol para hacer agujeros en la tierra, plantar árboles y llenarlo todo de fertilizante. Cuanto más le pensaba, más absurdo le parecía su trabajo.
Siempre se había preguntado de dónde habría sacado su hermano ese amor por la tierra, aunque a él no le disgustaba la naturaleza. De hecho, ahora que estaba en Atlanta echaba de menos sus paseos matinales por la playa. En Florida comenzaba todos los días con una corta carrera y con la vista del amanecer; eran momentos silenciosos, solo interrumpidos por el sonido de las olas y los gritos de las gaviotas. En Atlanta, si quería salir a correr tenía que hacerlo por las elegantes calles del barrio de Max; era una zona bonita, llena de grandes mansiones y caros vehículos, pero no se podía comparar con el mar.
Cuando su cuñada contestó, no pudo evitar coquetear un poco. Ella no esperaba menos.
-Hola, preciosa. ¿Ya estás dispuesta a abandonar a ese jardinero con el que te has casado? Ella suspiró.
-¿Qué puedo decir? Cada vez me gustan más esas manos callosas, aunque él no se da cuenta.
-¿Qué tal está mi sobrina? ¿O mi sobrino?
-Ya no me molesta tanto por las mañanas -respondió Camila-. Por cierto, qué pronto llamas hoy...
Pedro explicó rápidamente el motivo de su llamada. Como Camila había terminado sus estudios y ahora trabajaba todo el día en la gestión de los grandes almacenes, era la persona perfecta para preguntar.
-Y no se lo digas a nadie más, por favor - concluyó-. Limítate a cargarlo en mi cuenta.
-¿No vas a decirme para qué necesitas todo eso? ¿O prefieres dejarlo a mi imaginación?
-Digamos que tengo que ayudar a una amiga que va a asistir a una elegante fiesta de Max mañana por la noche.
-No me digas que has invitado a una prostituta a la fiesta de Max.
Pedro al pensar en lo que habría dicho Paula de saber que la habían tomado por una prostituta. Teniendo en cuenta que era una de las personas con mejor humor que conocía, dudaba que se hubiera ofendido.
-No, en realidad se trata de alguien que podría ser un miembro desaparecido de su familia.
-¿Una prima distante o algo así?
-No, tal vez su nieta.
Camila silbó, sorprendida.
-¿La nieta de Max? ¿Alguien que podría interferir en la fusión de las dos empresas?
-Eres muy rápida. -dijo Pedro  mientras entraba en el aparcamiento del edificio de oficinas-. Creo que me gustabas más cuando te dedicabas a decorar ventanas.
Pedro se refería al trabajo que tenía el verano pasado, cuando Camila y Agustín se habían conocido. Entonces trabajaba como decoradora para Alfonso´s y los dos se gustaron de inmediato. Además, y tras una vida dedicada molestar a su hermano, Pedro había fingido que se interesaba por ella, aunque sabía de sobra que Camila solo tenía ojos para Agustín.
-No te preocupes por eso, Camila. Max aún tiene intención de fusionar las dos empresas. Paula  es... una distracción, nada más. Aunque resultara ser la verdadera nieta de Max, no creo que quisiera trabajar en Longotti Lines.
Pedro decía la verdad. Sinceramente no imaginaba a Paula con ningún deseo de marcharse a vivir a Atlanta para dirigir la empresa de su supuesto abuelo. Sabía muy bien que no tenía experiencia ni cualificaciones suficientes y sería mejor para todos que Max vendiera la empresa. Además, la venta daría aún más dinero a su familia; un dinero que sin duda le vendría bien a la posible heredera del anciano.
-¿Pedro? -preguntó su cuñada.
-Mira, ahora estoy entrando en el aparcamiento. Te llamaré más tarde.
Pedro cortó la comunicación. No quería hablar de Paula con su cuñada porque no pensaba que pudiera hacerle justicia, habida cuenta de las circunstancias. Sin embargo, estaba seguro de que a Camila  le habría encantado saber que había llamado «canalla».
Paula  era del tipo de personas que había que conocer personalmente para apreciarlas en todo lo que valían. No podía describirla como una mujer de actitud agresiva y personalidad exagerada que esconda a una persona sensible y vulnerable porque la descripción no habría sido suficiente. Por otra parte, solo hacía unas pocas horas que la conocía y no podía estar tan seguro de todo eso, pero lo estaba. Por mucho que ella misma odiara admitirlo, hacerle daño a Paula podía ser muy fácil.
No podía hablarle a Camila de ella sin revelar parte de lo que sentía por aquella mujer. El deseo se suponía, por supuesto; y la había deseado desde el preciso momento en que la vio en la terraza. Pero también le gustaba. Le agradaba la forma en que brillaban sus ojos verdes cuando se enfadaba y le gustaba que fuera capaz de enfrentarse a todo el mundo, ya fueran Facundo, Max o él. Le gustaba su sinceridad y la forma que tenía de hablar de su familia adoptiva. Le gustaba que no lamentara su triste infancia y le gustaba que intentara hacerse la dura cuando estaba nerviosa o asustada.
Básicamente, le gustaba cómo se sentía cuando estaba con ella.
-Vivo-murmuró él.
Se sentía vivo y con una intensa emoción de anticipación. Nunca sabía lo que Paula iba a hacer a continuación ni de qué modo iba a reaccionar al respecto.
Nunca se había sentido así con otra mujer.
Pedro consiguió dejar de pensar en Paula durante sus horas de trabajo, aunque no le resultó nada fácil. Todavía era nuevo en aquel empleo y tenía varias cosas que hacer, incluidas una reunión con los fabricantes y otra con la dirección del sindicato. Además, tenía que renovar el contrato de telemarketing y seguir trabajando en el asunto de la fusión.
Cuando estaba guardando sus cosas para marcharse del despacho, le dijo a la secretaria de Max que podía localizarlo en la mansión si lo necesitaba por alguna razón. Max no había ido a trabajar aquel día; había preferido quedarse en casa, divirtiendo a su invitada. Antes de salir, Pedro se despidió de la secretaria y de un par de empleadas más y se detuvo en la puerta del despacho de Facundo. Estaba vacío y lo había estado todo el día.
Obviamente, él también se había tomado el día libre. Pedro pensó que uno de esos días tenía que averiguar qué hacía exactamente para ganarse su enorme salario. Además de acompañar a Max e insistir en que tomara sus píldoras y fuera a sus citas con los médicos, no parecía dedicarse a otra cosa.
Al llegar al aparcamiento y ver su coche, recordó el comentario de Paula y dijo:
-Creo que no le gustas.
Era la primera vez que deseaba a una mujer a la que no le gustaba su coche. Decir que su Jaguar era poca cosa era tan grave para él como decirle que no hacía bien el amor.
A Pedro nunca le habían dicho ni lo uno ni lo otro. Pero el comentario sobre el coche casi le había resultado divertido. Sobre todo porque lo había hecho una mujer adorable. Una mujer capaz de caerse de la cama completamente desnuda.
-Eso tampoco estuvo mal -dijo mientras abría la puerta del vehículo.
Se preguntó dónde habrían pasado el día Max y Paula. La noche anterior, antes de que Paula se atragantara con la carne, Max se había ofrecido a llevarla de compras a un centro comercial cercano, lleno de boutiques bastante caras.
Pero en lugar de ir de compras, Paula dijo que prefería ver la casa de Margaret Mitchell. Y en ese momento, Pedro supo que estaba ante una verdadera romántica. Tal vez hubiera algo en ella de Scarlett O'Hara; tenía la sensación de que se consideraba a sí misma una especie de devoradora de hombres. E incluso era posible que muchas otras personas compartieran la opinión.

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