martes, 12 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres Parte 2: Capítulo 1

-¿Qué dirías si supieras que podría ser nieta desaparecida de un millonario?
Pau Chaves resopló con impaciencia mientras abría una botella de cerveza. Arrojó la chapa a la papelera y ni siquiera miró por encima del hombro a aquel tipo nervioso y charlatán a quien había decidido llamar Collins por la marca de bebida que tomaba. Se había sentado al otro lado de la barra del bar y estaba intentando entablar conversación con ella desde que había llegado.
Nieta de un millonario. La idea le pareció ridicula, pero el hombre insistió.
-¿Y qué dirías si supieras que eres su heredera?
Nadie lo miró aunque la voz del hombre se alzaba, estridente, sobre el griterío del abarrotado local. Era una cálida noche de viernes de junio, y todo el mundo sabía que en una noche de viernes se oían con frecuencia historias disparatadas, sobre todo en un pub irlandés y sobre todo cuando la gente ya había tomado algunas copas de más.
Aquella era la tercera vez en la última semana que Collins aparecía y se sentaba a la barra del Flanagan, el bar de su tío; Pau había decidido trabajar en el local hasta que pudiera encontrar un empleo a tiempo completo. La primera noche, el hombre se había comportado de un modo tan silencioso, que apenas le oyó cuando pidió algo de beber. Parecía tan fuera de su elemento como una monja en un bar de alterne. En cambio, su indumentaria no le llamó la atención, a fin de cuentas, el Flanagan reunía a muchos hombres de negocios ambiciosos y ricos que pasaban sus días en los innumerables edificios de oficinas del centro del Baltimore.
La razón por la que le pareció fuera de su elemento no fue su traje oscuro, que probablemente le había costado más de lo que ella ganaba en un mes durante su último trabajo de jornada completa. Fue su tensión, la inclinación de su afilada barbilla y su gesto de desagrado cuando alguien se acercaba demasiado a él. Fue el mechón de cabello canoso que se peinaba hacia un lado para ocultar su calvicie, porque, al fin y al cabo, los ricos eran demasiado refinados como para usar algo tan poco elegante como un tupé.
En cualquier caso, Collins no le gustaba. Aunque dejara muy buenas propinas.
-¿No vas a contestar a mi pregunta, jovencita?
El tono imperioso del hombre denotó claramente que había renunciado a la idea de ser amistoso, estrategia que había utilizado el día anterior, sin ningún éxito. Parecía que su sonrisa iba a desaparecer en cualquier momento de un rostro que, obviamente, no sonreía muy a menudo.
Aquella noche había evitado los rodeos. Llevaba una hora haciéndole preguntas personales que Pau no contestaba, solo le hacía caso cuando le pedía algo de beber. Y al final, le había salido con aquella ridícula pregunta sobre el millonario.
-¿Y bien? -insistió él con impaciencia.
Pau sirvió dos bebidas a un ejecutivo y a su pareja, que estaban sentados a la barra, y murmuró:
-Me parece que alguien ha perdido a un beep.
El ejecutivo sonrió y la mujer que lo acompañaba miró a Pau con cara de pocos amigos, como para marcar su territorio. Sin embargo, el gesto era innecesario. Pau no estaba coqueteando con él y por otra parte no le gustaban los hombres con corbata; en realidad, estaba enfadada con los hombres en general. Su última relación la había dejado no solo con el corazón roto sino sin trabajo.
Además, Pau había decidido que a punto de cumplir los treinta años ya no tenía demasiadas ganas de tontear. El cambio de los veinte a los treinta le estaba sentando tan mal que contemplaba su edad como un condenado a su ejecutor.
Por supuesto, a Pau no le importaba tanto el número como el fracaso de sus sueños. Había pensado que a los treinta tendría un buen trabajo, una relación estable, una casa e incluso un par de niños corriendo a su alrededor. Pero las cosas no habían salido como esperaba.
-Deberías tomarte un descanso para hablar conmigo -dijo entonces Collins, todavía ruborizado por el comentario de Pau.
-¿Debería? -preguntó Pau con una sonrisa mientras miraba a su compañera Sofía-. Yo solo debo trabajar para ganarme mi sueldo, ¿verdad, Sofía?
Sofía la miró con escepticismo.
-¿Llamas sueldo a lo que Gastón nos paga?
Pau  comprendió la actitud de su compañera. Sofía se pasaba la vida saliendo con Gastón y rompiendo su relación con él. Aquella semana estaban de separación.
Además, tenía razón. La paga era muy mala y en realidad sobrevivían gracias a las propinas. Por alguna razón, a los clientes del Flanagan les gustaba la actitud cáustica e irónica de Pau. Era todo un personaje.
Sin embargo, ser camarera no era precisamente su idea de un trabajo ideal. Hasta ocho meses antes, había tenido un trabajo que le gustaba, con un buen sueldo. Tras dejar el instituto había empezado a trabajar en una empresa financiera, en la que había pasado diez años. Mientras tanto, había estudiado y había realizado varios cursos en la universidad. Hacía lo que debía hacer e incluso cerraba la boca cuando era necesario, y finalmente consiguió un puesto de jefa en el departamento de personal.
Pero entonces cometió un terrible error y comenzó a mantener una relación con Matías, uno de los directivos de la empresa. Se encapricharon el uno del otro; no era amor, sino atracción sexual, y desafortunadamente desapareció antes en ella que en él. Cuando rompió la relación, Matías se lo tomó muy mal. Tanto, que se las arregló para que Pau perdiera el empleo tres meses más tarde.
Desde entonces, odiaba a los hombres con corbata.
A pesar de toda su experiencia, no pudo encontrar un nuevo empleo acorde a su categoría. Todas las ofertas que le habían hecho implicaban empezar de nuevo desde abajo, y tal vez lo habría hecho si no hubiera conseguido el empleo en el local de Gastón y si no hubiera estado completamente arruinada.
Encontrar un trabajo bien pagado era algo esencial para ella; no solo por sí misma, sino para ayudar a su madre adoptiva. Aunque siempre insistía en que las cosas le iban bien, Pau sabía que la situación de Malena era complicada; en aquel momento tenía cuatro niños huérfanos a su cargo y ya no podía darle tanto dinero como le daba cuando aún tenía el empleo en la empresa.
Pero pretendía volverlo a hacer pronto.
-Imagínate que no tuvieras que preocuparte por un salario -dijo el hombre, con tono casi desesperado-. Por favor, concédeme unos minutos de tu tiempo.
La urgencia de su voz y su súbito cambio de actitud bastaron para que Pau lo mirara.
-Hazlo -intervino su tío Gastón, que contemplaba la escena con ironía-. Y si eres heredera de un millonario, Pau, espero que no olvides quién te enseñó a montar en bicicleta.
-No fuiste tú, sino Tony Cabrini, un chico del colegio -dijo Pau con una sonrisa. Gastón  la apuntó con un dedo.
-¿Y quién te enseñó a librarte de Cabrini y de los chicos como él cuando empezó a molestarte el día que cumpliste catorce años?
Pau respondió:
-Mi madre.
-Ya, bueno, ¿y quién le enseñó a ella esos trucos?
Pau empezó a reír.
-Está bien, está bien. Gracias por enseñarle el truco del golpe de rodilla, tío Gastón.
Ella no había llegado a utilizar aquella táctica con Tony Cabrini. Su rodilla no había sido, precisamente, la parte de la anatomía de Pau que había entrado en contacto con la entrepierna del chico. De hecho había perdido la virginidad con él a los dieciséis años, en el cuarto de lavar del edificio donde vivía. Desde entonces, le encantaban las lavadoras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario