lunes, 18 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres Parte 2: Capítulo 21

Paula supo que pensaba que se había referido a su desconfianza sobre su relación con Facundo, así que explicó:
-Me refería a que la señora Harris ha convertido a una camarera en una dama elegante.
-Tú no eres una impostora.
-Sí, lo soy. A pesar de mi aspecto, no pertenezco a este mundo y me sentiré como un pez fuera del agua esta noche.
Pedro se acercó a ella y la besó en la frente.
-Descuida, cariño. Tu elegancia no depende de la ropa que lleves. Tú eres elegante en todo momento.
Ella rió, encantada, y él la besó de nuevo aunque eso implicaba que tendría que volver a retocarse otra vez el carmín.
Al cabo de unos minutos, Paula se apartó.
-Tenemos que irnos. Max estará esperando y ahora tengo que volver a arreglarme... Ah, y será mejor que también te arregles tú un poco.
Paula le dio un pañuelo de papel para que pudiera limpiarse las marcas de carmín.
-Pórtate bien, Pedro. Tenemos que marchar dentro de unos minutos y no estaría bien que me excites todavía más antes de que bajemos a reunimos con Max.
-Si no recuerdo mal, todavía me debes una sesión de estimulación sexual...
-Oh, no sigas -dijo.
-Pero es verdad. Anoche no hicimos ni la mitad de las cosas que quería hacer contigo.
-Yo tampoco. Si hubiera hecho todo lo que deseaba, probablemente nos habríamos ahogado.
-En la piscina solo estuvimos la primera vez.
-La primera vez. Fue algo...
-¿Maravilloso? -la interrumpió.
-Sublime -susurró ella. Pedro introdujo una pierna entre los muslos de la mujer.
-¿Insaciable?
-Eso también -respondió Paula.
Antes de que se pudiera dar cuenta de lo que pasaba, Pedro acarició sus senos y comenzó a descender hacia su vientre.
Paula se estremeció.
-Necesitaba estar dentro de tí. Necesitaba explorarte, probarte...
-¿Y qué hay de la segunda vez? -preguntó ella, para tentarlo.
-Fue igualmente maravillosa, aunque más dulce, más tranquila.
-Excelente. Fuimos apasionados, alocados, dulces y tranquilos. ¿Qué seremos la próxima vez?
Pedro sonrió.
-Profundamente eróticos.
Paula  pensó en todas las posibilidades que se abrían ante ellos. Pedro era un hombre muy sensual y directo, pero también confiado y paciente. Prestaba total atención a lo que hacía, desde los negocios al sexo. Y por el brillo de sus ojos, supo que lo sucedido solo era el principio de algo más largo e intenso.
En aquel momento, los dos oyeron un ruido el pasillo y se apartaron el uno del otro. Un segundo después, Max se asomó.
-¿Están listos?
-Sí. Por favor, entra -dijo ella.
-Vas a ser la mujer más bella de la fiesta, Paula. Pedro, te envidio. Eres muy afortunado...
-¿Que quieres decir? -preguntó Paula.
Max se encogió de hombros.
-Me temo que tengo otras responsabilidades que no podré quedarme en la fiesta toda la noche. De hecho debo llegar una hora antes que vosotros, así que me marcharé enseguida, Pedro, ¿puedes llevarla tú más tarde?
Pedro asintió.
-Por supuesto.
-Ah, y no dejes que esos cretinos del club de campo se excedan con ella. Quiero que estés a su lado toda la noche.
Pedro miró a Paula con gesto de complicidad.
-Te prometo que la tendré constantemente vigilada hasta que la deje esta noche en su cama sana y salva.
Paula se preguntó si Max podría notar la evidente atracción que había entre ellos. En realidad no le preocupaba que pudiera desaprobar su relación; y por lo demás, sospechaba que no la habría desaprobado. Era una gran persona, que conocía bien a la gente y que apreciaba mucho a Pedro.
Cada vez era más consciente de que su relación con aquel hombre distaba de ser algo superficial. Aunque no quisiera admitirlo, se llevaban muy bien. Hablaban el mismo idioma aunque utilizaran palabras diferentes y llevaban los mismos caminos, aunque por rutas distintas. Habían caído en una perfecta armonía desde el principio.
Pero en aquel momento no le importaba demasiado cuánto tiempo durara aquella relación. Esa noche era una especie de Cenicienta y estaba dispuesta a disfrutar de su baile.
Max se acercó entonces a la mujer, sacó una cajita de un bolsillo y se la dio.
-La señora Harris me dijo que ibas a llevar un vestido verde esta noche. Hace años que guardo estas cosas y nadie las ha llevado durante todo este tiempo. Me gustaría mucho que te las pusieras, pero es decisión tuya. Si crees que son demasiado anticuados...
Paula abrió la cajita e inmediatamente dio un paso atrás y negó con la cabeza.
-No puedo ponérmelos. Seguro que cuestan más de lo que gano en un año...
La caja contenía unos pendientes de esmeraldas y un precioso brazalete de esmeraldas y, diamantes. Pero por muy bellos que fueran, no le pareció bien vestirse como una princesa.
-Soy catastrófica cuando llevo joyas. Me sentiría terriblemente mal si pierdo algún pendiente o si se me cae en el ponche.
-Dudo mucho que sirvan ponche en la fiesta -murmuró Pedro, entre risas.
-Era una metáfora -dijo ella. Max los miró y sonrió. Sus ojos azules brillaron con malicia porque sabía muy bien lo que había entre ellos.
-Si no te gustan, no te los pongas, Paula. Pero no los rechaces porque creas que no mereces llevarlos. Te lo ruego.
Paula  tomó la única decisión que podía tomar. Se puso los pendientes y acto seguido hizo lo propio con el brazalete.
-Gracias, Max, te prometo que tendré cuidado y que te los devolveré en cuanto regrese.
Max asintió.
Lo sé, pero aléjate del ponche. Y ahora, ¿os importaría que nos saquemos una fotografía? Me encantaría tener un recuerdo de esta noche...
Paula miró al hombre, enternecida por el gesto.
-Por supuesto...
La mujer tomó del brazo a Max y salieron de la habitación.
-Gracias de nuevo por las joyas, Max.
-De nada, son perfectas para ti. Sabía que lo serían, porque tus ojos son iguales a los de...
Max se detuvo, pero ella lo animó a continuar.
-¿A los de quién?
-A los de mi Paulina.
Paula no dijo ni una sola palabra cuando comenzaron a bajar las escaleras.

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