Sabiendo que su hermano solo estaba intentando irritarlo, Pedro lo ignoró y abandonó la habitación.
Aunque pensaba que Paula se habría ido, Pedro miró a su alrededor al salir del edificio. Y la vio al lado de su camioneta, con los brazos cruzados y frotándose la frente con expresión preocupada.
—Claudia —gritó Pedro mientras se dirigía a grandes zancadas hacia ella—. Lo siento, quería decir Paula. Creo que me va a costar acostumbrarme a tu verdadero nombre —inclinó la cabeza y la miró—. Pero te sienta muy bien.
Paula se mordió el labio.
—Me alegro de que me hayas esperado — continuó Pedro.
No quería que Paula saliera corriendo otra vez. Y eso era exactamente lo que parecía que estuviera deseando hacer..
—Vayamos a algún lugar para hablar.
Paula se retorcía las manos con la mirada clavada en el suelo. Al final alzó la mirada para clavarla en los ojos de Pedro.
—Dime una cosa, ¿de acuerdo? Una sola cosa antes de que me vaya a algún lado a pensar en todo este terrible asunto, qué es exactamente lo que voy a hacer dentro de dos minutos.
—No es tan terrible —dijo Pedro suavemente, intentando consolarla—. Recuerdo al menos un par de cosas muy agradables que han sucedido desde el viernes por la noche.
Paula frunció el ceño. Pedro deseaba besarla para borrarlo de su frente. Quería besar sus labios hasta verlos curvarse en una hermosa sonrisa. Desde que había tenido que separarse de ella tan bruscamente el sábado, no había pensado en otra cosa que en volver al momento en el que una llamada telefónica los había interrumpido.
Sin embargo, en aquel momento en particular, Paula parecía dispuesta a darle un puñetazo en el caso de que se atreviera a tocarle el brazo.
—Ese es el problema —susurró Paula por fin—, que tú crees que nos conocimos el viernes por la noche.
—Y nos conocimos el viernes por la noche.
—Tú sí, pero yo no.
Pedro asintió, comprendiendo su lógica.
—De acuerdo, evidentemente, tú no sabías que el viernes nos estábamos viendo por primera vez.
—Sí, esa es precisamente la cuestión. Tú acababas de conocerme, pero yo...
—Tú también me acababas de conocer.
—¡Pero no es lo mismo! Yo creía que te conocía.
—Y supongo que ahora necesitas saber si tengo la costumbre de ir abordando a mujeres guapas en los hoteles y de pasar con ellas noches de sexo salvaje en la playa.
Paula se mordió el labio, parecía casi avergonzada, pero contestó con un desafiante:
—Sí.
—Pues no. Nunca lo había hecho. Y nunca lo volveré a hacer.
—Oh, gracias. ¿Y debería sentirme halagada por haberte sacado de tu letargo? Pedro sonrió ante su obvio disgusto.
—Mira, estoy siendo completamente sincero contigo. Nada de juegos, nada de fingimientos.
—Eso sería algo completamente nuevo en nuestra relación.
—No soy un santo —continuó Pedro, olvidando su pesimismo—. Y no estoy precisamente orgulloso de muchas de las cosas que hice en mis años de juventud. Pero de una cosa puedes estar segura, lo que sucedió el viernes por la noche ocurrió porque congeniamos inmediatamente. Yo supe al instante que estaríamos perfectamente juntos —se cruzó de brazos—. ¿Sabes? Si yo fuera un tipo menos confiado, podría sentirme ofendido porque piensas que soy tan fácil.
Paula tragó saliva.
—¿Entonces eso fue lo que pensaste? ¿De verdad que no has pensado en ningún momento que era una buscona?
-No, estaba demasiado contento como para preguntarme por los motivos por los que habíamos terminado juntos-bajo la voz y se inclino hacia ella-.Y todavía me alegro de lo que paso. Para mi nada ha cambiado, nada.
Paula se quedó en silencio durante un largo minuto, inclinándose inconscientemente hacia él. De pronto, dio un paso hacia atrás y asintió con firmeza.
—Gracias por aclarar las cosas, pero todavía tengo muchas cosas en las que pensar. Tengo que averiguar cómo voy a enfrentarme a lo sucedido. Acostarme con un completo desconocido es algo que nunca había considerado hacer, Pedro. ¡Eso no es propio de mí!
Pedro le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—Puedes ser tal y como quieras ser, Paula, y eso rio va a cambiar nuestra forma de relacionarnos. Nada va a poder borrar lo que ha pasado entre nosotros este fin de semana. Ni todo lo que pueda pasar en el futuro.
Paula tomó aire y Pedro se inclinó para darle un beso en la mejilla.
—¿Hay un futuro para nosotros?
—Aja —susurró Pedro—. Definitivamente. Pero creo que necesitas llegar tú misma a esa conclusión.
Paula retrocedió.
—Te llamaré —se metió en el pequeño turismo que había aparcado en la acera y se alejó.
Y hasta que el coche no había desaparecido de su vista, Pedro no se dio cuenta de que se había dejado el bolso sobre el capó de su camioneta.
Después de dejar a Pedro, Paula estuvo preguntándose a dónde ir. Su casa estaba descartada. A su madre y a su hermana les bastaría con mirarla a la cara para saber que algo no andaba bien. Su madre intentaría ayudarla con cualquier infusión extraña. Y Sol tendría un nuevo ejemplo de la patética vida sentimental de las mujeres de la familia.
Así que condujo hasta la playa. Aparcó sin preocuparse de la señal de prohibido y se dirigió al acceso más cercano a la playa. La última vez que había estado al lado del mar había sido el viernes por la noche. Con Federico.
—No, Paula, con Pedro. Mientras miraba la espuma de las olas, sintió que las lágrimas inundaban sus ojos.
—Eres una beep, Paula Chaves y deberías haber hecho caso a la hermana Mary Francés — esperó a que la voz de su conciencia le llevara la contraria, pero no oyó nada—. ¿Lo ves? Ni siquiera tu subconsciente está dispuesto a defenderte. Dios mío, Pedro era realmente Pedro.
Era el hombre al que le gustaba danzar bajo la lluvia. El paracaidista. El amante del riesgo. El de la sonrisa devastadora y el pendiente de oro. El único capaz de excitarla en menos de una décima de segundo.
Y Federico era verdaderamente Federico. El propietario de las galerías comerciales. El hombre de negocios. El millonario. Aunque, por alguno de los insultos que su hermano le había dedicado, sospechaba que en Federico había mucho más de lo que hasta entonces había sospechado. Diablos, en realidad no conocía a ninguno de los dos hermanos.
Paula se quitó las sandalias y estuvo caminando por la playa desierta. Probablemente los turistas estarían en las habitaciones de sus hoteles. Pronto montarían en sus limusinas para salir a cenar. Y nunca tendrían que preocuparse por cosas tan vulgares como pagar el alquiler, o el seguro médico, o la ropa que tenían que comprarle a sus hijos.
Eran gente rica y mimada. Como Federico Alfonso. Pero no como su hermano gemelo.
Tras haber pasado una buena porción de su infancia preguntándose si su madre iba a poder pagar la cuenta del teléfono, Paula no podía comprender que alguien renunciara a la seguridad económica. Y eso era precisamente lo que Pedro había hecho. Había renunciado a la seguridad y al dinero.
El dinero era lo de menos, sí eso era cierto. Paula nunca había anhelado yates ni caviar. Pero le gustaba pensar que pronto podría ver en su despensa algo más que macarrones y perritos calientes para cenar.
En un momento en el que su madre se había quedado sin trabajo y sus ahorros mermaban día a día, a Paula le resultaba particularmente incomprensible que alguien pudiera renunciar al éxito. Suspiró, con la mirada fija en el mar.
Si su madre consiguiera un trabajo con el que poder pagar el alquiler, las cosas mejorarían considerablemente. Pero Alejandra estaba tan emocionada con su último romance que Paula tendría que dejarse dé preguntar si alguna vez iba a ayudarla a mantener la casa. Paula había tomado la precaución de esconder el número de la cuenta en la que guardaban el dinero de la futura matrícula de Sol. Normalmente confiaba en Alejandra, pero muchas veces su madre actuaba antes de pensar. Y Paula no iba a arriesgar el futuro de Sol por culpa de los sueños de su madre.
¿Entonces el problema era el dinero? ¿Esa era la razón por la que la había impresionado tanto que Pedro y Federico fueran dos personas diferentes? ¿El hecho de que Pedro no fuera el hombre rico y de éxito que pensaba que fuera?
—No, no lo es —no, ella no se consideraba una persona tan superficial. Y además sabía que no había estado interesada en Federico cuando solo era el rico y distante director de unas galerías comerciales.
No, era incuestionable que su deseo había sido solo por Pedro. Por aquel hombre maravilloso, seductor y deslumbrante que bailaba bajo la lluvia.
El corazón le latía a toda velocidad en cuanto pensaba en él. Recordó el momento en el que Pedro le había secado la lágrima, mirándola a los ojos con inmensa ternura, como si realmente la quisiera. Y, por supuesto, Paula se había fijado en que llevaba el pendiente, tal como le había prometido...
Aun así, había hecho con él lo que se había jurado que jamás haría: involucrarse sentimentalmente con un completo desconocido. Paula había decidido que jamás besaría a un hombre a menos que supiera su dirección y su fecha de nacimiento. Citarse con Federico le había parecido algo seguro, puesto que sabía muchas cosas sobre él... ¡y se había equivocado de cabo a rabo!
En cuanto a Pedro, en realidad se había acostado con él sin ni siquiera saber su apellido, su número de teléfono ni su edad. Además, cuanto más averiguaba sobre él, más temía que fuera lo contrario del tipo de hombre que siempre había creído desear. A Pedro le gustaban los riesgos, era impulsivo, la clase de persona a la que no le importaba la inseguridad, que no se preocupaba por lo que iba a pasar al día siguiente con tal de que el presente pudiera ser glorioso. Igual que su madre.
Bastaban cuatro palabras para describir su relación con Pedro Alfonso: era una relación imposible.
Pero, curiosamente, lo único que podía recordar era lo completa y maravillosamente bien que se había sentido haciendo el amor con él.
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