martes, 19 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres Parte 2: Capítulo 24

-Tienes que detenerte -dijo mientras avanzaban por el camino de la propiedad.
-Pero no quiero detenerme -insistió ella.
Pedro  frenó en seco el vehículo en cuanto llegaron al vado. Después, la apartó antes de que fuera demasiado tarde y la besó apasionadamente. Le gustó su sabor sabía a sexo y a intimidad. Sus lenguas se encontraron y Paula llevó una mano al pene de su amante para terminar el trabajo que había empezado minutos antes. Tras el orgasmo, Pedro se recostó en el asiento y tuvo miedo de que apareciera alguien en cualquier instante. Pero enseguida se dijo que ya no le importaba nada.
-Lo siento, creo que he manchado tus pantalones -se disculpó ella.
-Olvídate de mis pantalones.
Ella sonrió.
-Bueno, eso era el aperitivo. No creas ni por un momento que hemos terminado.
-Descuida, no tengo ninguna intención de poner punto final. Dame cinco minutos para recobrar el aliento y entraremos en la casa.
-Te doy cinco segundos -dijo ella.
Paula hizo un esfuerzo para no sonreír mientras él se afanaba en recobrar la compostura y vestirse bien. Por suerte, la chaqueta ocultaba la mancha de los pantalones. Y por suerte también, no se encontraron con nadie cuando por fin entraron en la mansión.
Se dirigieron directamente al dormitorio de él porque era el que se encontraba más cerca. Una vez dentro, cerraron la puerta a sus espaldas.
-¿Todavía necesitas cinco minutos? -preguntó ella.
Paula llevó una mano a la cremallera del pantalón de Pedro, a sabiendas de que volvía a estar excitado.
Él negó con la cabeza y la besó.
-No, pero tomémoslo con calma. La idea de la piscina fue tuya, al igual que la idea del coche. Pero el resto de la noche será mía.
Paula supo en aquel instante que Pedro tenía intención de tomarse su tiempo con ella. Le había prometido que jugarían durante un buen rato y eso era lo que pretendía hacer.
-¿Tendrás el control toda la noche? -preguntó ella.
-Toda la noche -respondió él.
Por la mirada de sus ojos, Paula comprendió que pretendía aprovechar bien las horas siguientes. No harían el amor de forma rápida y directa como en la piscina, ni de un modo dulce y suave como la segunda vez. Sería lento, pero no dulce. Su expresión no prometía precisámente dulzura, sino una tortura de placer.
Al pensar en ello, se estremeció
-Está bien, Pedro...
Pedro caminó hacia la cama y ordenó:
-Ven aquí.
No se volvió para ver si lo seguía, porque sabía que no se podría resistir. Después, se quito la corbata, la dejó caer al suelo y comenzó a desabrocharse los botones de la camisa.
Paula se aproximó a él lentamente y se mordió un labio. Apenas podía respirar por la excitación.
-¿Aquí? -preguntó cuando llegó a la enorme cama.
Él asintió y le ordenó que se situara de espaldas. Acto seguido, comenzó a bajarle la cremallera del vestido, muy despacio.
A medida que su piel se iba quedando desnuda, él la iba cubriendo de besos. Lo hacía suave y lentamente, como saboreándola, como intentando guardar su recuerdo en sus labios y en su lengua.
La cremallera era muy larga, y cuando llegó al final, Pedro  ya estaba de rodillas en el suelo, tras ella. Paula contuvo la respiración cuando continuó besándola y tuvo que hacer un esfuerzo para relajarse y aceptar lo que quisiera darle, para ser paciente y disfrutar de cada paso en lugar de apresurarse y llegar al clímax cuanto antes.
-¿Te he dicho ya cuánto me alegra que no lleves ropa interior? -preguntó él mientras besaba su trasero.
Ella gimió.
-Ya lo he adivinado en el coche -acertó a decir.
-Ah, el coche. Pero ese era tu momento - dijo él-. Y ahora, es el mío. Ya veremos cómo termina el partido por la mañana.
Paula  se estremeció. Por sus palabras, resultaba evidente que quería proporcionarle muchos orgasmos.
-Quítate el vestido -murmuró.
Paula se quitó el vestido. Él le levantó las piernas, para que pudiera librarse totalmente de la prenda y después se las acarició, desde los pies a la cadera.
-Mmm... -susurró él, disfrutando de la textura de su piel.
Ella no podía verlo porque se encontraba de espaldas, pero podía sentir su contacto, y cada caricia hacía que deseara más. Cada roce de su lengua la empujaba a arquearse contra él a modo de invitación.
Pedro  siguió acariciando sus piernas y moviéndose con lenta precisión; a Paula le desesperaba no saber dónde iba a tocarla la próxima vez. La besó por todo el cuerpo, y cuando lo sintió en su cadera, apoyó una pierna en la cama para que pudiera tener mejor acceso. Él empujó suavemente y ella entendió que quería que se tumbara.
Paula  lo hizo, y un segundo después, notó su lengua entre las piernas.
-Oh, Dios mío... -dijo con un gemido, mientras cerraba los ojos.
Pedro siguió lamiéndola, probándola, jugando con ella hasta que la llevó de nuevo al orgasmo. Y entonces,Paula creyó oír que decía en voz muy baja:
-Ya van dos.

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