La única respuesta de Federico fue un suspiro nostálgico. Pedro se echó a reír, acostumbrado a la agitada vida sentimental de su hermano. Ambos tenían su propia forma de escapar a los rígidos confínes de la familia: Pedro mediante el trabajo y Federico a través de las mujeres.
—¿Y tú que estás haciendo por aquí? —ríe preguntó por fin Federico—. No sabía que asistieras a este tipo de congresos.
—Ya sabes que mi empresa es la encargada del proyecto del jardín.
—Ah, es cierto. ¿Y qué tal van las cosas? Sé que este trabajo es muy importante para ti.
—Estupendamente. Creo que justo antes de mi cumpleaños voy a tener un gran éxito.
—Así que la abuela va a tener que cancelar la fiesta de bienvenida al negocio familiar, ¿no?
Las puertas del ascensor volvieron a abrirse. Ambos miraron hacia fuera y Pedro distinguió la espalda de la rubia platino que lo había asaltado en el ascensor.
—Cierra la puerta, rápido —Federico parecía casi aterrado, un sentimiento muy poco frecuente en él.
Pedro ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que Federico alargara el brazo para presionar el botón de cierre, se escondiera en un rincón y se llevara un dedo a los labios pidiéndole silencio.
—¿Por qué tengo la sensación de que tenemos doce años y estamos jugando a espías? —le preguntó Pedro.
—¿Quieres hacer el favor de callarte? —lo increpó su hermano en un susurro.
—¿Ni siquiera vamos a pelearnos para decidir quién va a hacer de MacGyver?
Federico lo fulminó con la mirada y presionó con más fuerza el botón. Pedro observó a la rubia, que justo cuando empezaban a cerrarse las puertas, se volvió y se quedó estupefacta al ver a Pedro en su interior.
Pedro se despidió de ella moviendo la mano mientras oía el suspiro de alivio de Federico.
—¿Quieres explicármelo?
—Me persigue —replicó Federico, sacudiendo la cabeza—. Es una psicópata como la de Atracción Fatal.
—¿la conoces?
—Bueno, digamos que «conocer» no es exactamente la palabra que yo utilizaría.
—Oh, entonces claro que la conoces. ¿Y no le bastó con saber que había sido una noche maravillosa y con el vale que le diste para que pudiera comprarse un buen regalo por haberse portado tan bien?
—Digamos que me pareció normal cuando la conocí.
—¿Y cuándo fue eso?
—Ayer por la noche. Y hoy ha empezado a llamarme a mi habitación acusándome de haberla rechazado, ¡cosa que es absolutamente falsa!
—De momento.
—De momento, sí —admitió su hermano—. Y esta tarde he recibido otro mensaje suyo, diciéndome que se suponía que debíamos vernos a las diez, algo que tampoco era cierto.
—Porque...
Federico se encogió de hombros.
—Porque precisamente, a las diez, había quedado con otra persona.
Pedro elevó los ojos al cielo. Y entonces se acordó de su encuentro con la rubia en el ascensor.
—Eh, siento decirte que en realidad he sido yo el que lo ha hecho.
—¿El que ha hecho qué?
—Rechazar a esa rubia —alzó las manos disculpándose cuando su hermano lo miró con el ceño fruncido—. Lo siento, no tenía la menor idea de que estabas aquí. Y cuando se me ha insinuado, básicamente le he dicho que se perdiera.
—Y ella ha pensado que eras yo.
—Probablemente.
—¿Y de verdad no estabas interesado en ella? —preguntó Federico con incredulidad.
—No, gracias a Dios.
—¿De verdad eres mi hermano? ¿El mismo tipo que en la universidad les daba mi teléfono a todas las mujeres a las que él rompía el corazón?
—Eso fue hace mucho tiempo, hermano. He madurado desde entonces.
—Si madurar significa hacerse célibe, creo que yo seré siempre joven.
—Nadie está hablando de celibato —repuso Pedro, consciente de que su sonrisa iba a volver loco de curiosidad a su hermano.
Pero no pensaba decirle una maldita palabra.
Lo que había sucedido aquel fin de semana era algo íntimo y personal. Demasiado nuevo para compartirlo con nadie. O para degradarlo con una conversación sobre mujeres con su hermano.
Se llevó la mano a la oreja, acarició el arete que llevaba en ella y sonrió.
—Vamos, hablame del congreso, ¿has conocido a gente interesante? ¿Te has divertido?
Paula reconoció la voz de Zaira detrás de ella, mientras estaba trabajando en el taller el lunes por la tarde. Había ido al trabajo casi a su pesar, porque sabía que Zaira iba a acribillarla a preguntas y que no podría ver a Federico. Este le había dejado un mensaje en el buzón de voz diciéndole que su padre estaba bien, pero que se iba a quedar un par de días en Myrtle Beach para ayudar a su madre.
No llevaba ni diez minutos trabajando cuando su amiga había aparecido en el taller. Y no podía decir que la sorprendiera.
Tragó saliva y se volvió para enfrentarse a la astuta mirada de su amiga.
—Ha sido estupendo —contestó, orgullosa de su tono frío y tranquilo. Se volvió hacia Zaira, intentando reprimir una sonrisa de satisfacción.
Zaira se acercó a ella y se cruzó de brazos.
—¿Qué es lo que no me estás contando?
—Nada. Nada en absoluto. He conocido a gente magnífica. Y estoy absolutamente impresionada por lo que están preparando los representantes de ventas de Macy's para reorientar sus campañas navideñas.
—Macy's.
—Sí. Y el hotel era estupendo. El lugar más bonito que he visto en mi vida. ¡Y hasta te dejaban pastillas de menta debajo de la almohada!
—¿De las dos almohadas? Paula arqueó una ceja.
—¿De la tuya y de la suya? Ya sabes, me refiero a ese tipo con el que te has acostado —Zaira advirtió el desconcierto de Paula y soltó una carcajada—. La próxima vez que esté planeando una fiesta sorpresa, recuérdame que no te diga nada. Eres incapaz de guardar un secreto.
—¡Yo no he dicho una sola palabra!
—Y no hace falta que lo hagas. Lo llevas escrito en la cara.
—Eso son imaginaciones tuyas.
—Ya me lo contarás antes o después. Pero por lo menos dame una pista.... ¿es alguien a quién yo conozco?
Por supuesto, Paula se negó a contestar.
—Hum. ¿Cuánta gente fue de la galería? No te imagino llegando tan lejos con un desconocido. Y no puede ser Troy porque tengo entendido que él también estuvo bastante ocupado, y después tuvo que marcharse.
—¿Ah sí? —preguntó Paula, fingiendo interés.
—Sí, al parecer ha surgido algún problema en su familia. Está fuera de la ciudad y no volverá hasta dentro de unos días —contestó Zaira, olvidando por un instante el interrogatorio.
—Vaya, es una pena —respondió Paula, haciéndose la tonta.
—Sí, sobre todo para Leila. Tengo entendido que estaba tan enfadada que abandonó el congreso antes de que acabara.
—¿Leila, la de publicidad? ¿Y qué tiene que ver ella con todo esto?
—Bueno, al parecer, Federico y ella han estado muy unidos durante este fin de semana. No sé si sabes a qué me refiero.
¿Unidos? ¿Unidos hasta qué punto?
—Creo que no te entiendo —musitó Paula.
—Ya sabes... Una de las chicas de contabilidad me contó que había oído a Leila diciéndole a alguien que el sábado por la noche estuvieron juntos.
—Juntos? —repitió Paula—. ¿Qué quieres decir?
—Por Dios, Paula —respondió Zaira con impaciencia—, te estoy diciendo que pasaron una noche salvaje.
¿Una noche salvaje? ¿Cómo demonios un solo hombre iba a tener un apetito sexual tan voraz?
—Te equivocas.
Zaira se tensó, obviamente ofendida.
—Mi fuente de información es completamente fidedigna. Dice que Leila estaba en la cama con él cuando llamó su familia —como advirtió que Paula continuaba negándose a creerlo, insistió—: ¡Por el amor de Dios! Dijo que le habría gustado que el teléfono hubiera estado desconectado hasta la traca final.
—Así que estaban haciéndolo cuando recibió la llamada, ¿eh?
Zaira soltó una risita.
—¿Y no era Leila la que decía que Brad Pitt le había pedido salir?
¿Crees que Leila miente? —preguntó Jess desilusionada.
—Definitivamente, creo que Leila es una mentirosa.
Y no solo lo creía, sino que lo sabía.
Para las once, Paula ya había terminado de cambiar los expositores del departamento de niños y se disponía a abandonar los almacenes. Sola en el taller, agarró el bolso, se lo colgó al hombro y estaba a punto de marcharse cuando sonó el teléfono. Mientras contestaba, contuvo la respiración, esperando que fuera Federico.
Y era precisamente él.
—Hola, soy yo. Espero que no sea demasiado tarde para llamar.
—No, claro que no —contestó, dejando caer el bolso al suelo—. Se sentó en la esquina de un sofá y tiró la pierna de un maniquí al suelo—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está tu padre?
—Saldrá del hospital dentro de un par de días. Al final no fue un infarto, solo una advertencia. Ahora está protestando porque los médicos le han dicho a mi madre que no le permita volver a comer carne roja.
—Me alegro de que todo haya salido bien. Ambos se quedaron en silencio, expectantes.
—¿Estuviste...? —comenzó a preguntar Pedro.
—¿Estás...?
Pedro se echó a reír.
—Tú primero.
—Me preguntaba cuándo piensas volver.
—¿Necesitas que te devuelva el pendiente?
—Algo así —se llevó la mano a la oreja y acarició el botón dorado—. ¿Todavía lo llevas puesto?
—Lo prometí. No me lo volveré a quitar hasta que no esté contigo.
Emocionada por la firmeza de su voz, Paula se acurrucó en el sofá.
—¿Y ahora, qué ibas a preguntarme?
—¿Quieres que te diga la verdad? A Paula le latía el corazón a tanta velocidad que tuvo que sentarse.
—Iba a preguntarte si el sábado por la noche te diste un baño.
Paula volvió a acurrucarse en el sofá.
—Sí.
—¿Y?
—¿Y qué?
No hay comentarios:
Publicar un comentario