sábado, 16 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres Parte 2: Capítulo 13

-Hace poco. No quería dar falsas esperanzas a Max, así que lo mantuve en secreto y no dije nada hasta obtener la información.
-Y todo sucedió la semana pasada...
A Pedro  le parecía muy sospechoso que lo hubiera descubierto justo un par de días después de que él llegara a Atlanta para estudiar la posible compra de la empresa.
-Sí -dijo con una sonrisa-. Es una lástima que hayas hecho un viaje para nada.
-¿Qué quieres decir? -preguntó, aunque sabía de sobra a dónde quería llegar.
-Bueno, es posible que Max reconsidere ahora su estrategia. A fin de cuentas tiene una nieta en la que pensar.
-¿Crees que no va a vender?
Antes de que Leo pudiera contestar, se abrió la puerta y oyeron risas procedentes del vestíbulo. Max acababa de salir de su despacho, con Paula del brazo.
Paula. Pedro estuvo a punto de reír al verla.
Llevaba una falda negra, corta, que mostraba perfectamente sus piernas. Se había puesto una blusa blanca y su pelo recogido hacia arriba, combinado con sus zapatos de tacón alto, añadían varios centímetros a su ya considerable altura, de tal modo que sacaba más de una cabeza a Max.
Pero a Max no parecía importarle, Estaba encantado con su compañía.
-Pedro, Facundo, deberían oír cómo utilizaba la familia adoptiva de Paula el catálogo de Longotti Lines.
Facundo arqueó una ceja con arrogancia.
-Nunca imaginé que tu infancia hubiera sido tan desahogada como para que conocierais la decoración de interiores...
Pedro lo miró con cara de pocos amigos. Aquel individuo podía resultar realmente *beep*.
Max hizo caso omiso de su sobrino y se sentó en el sofá, junto a uno de los balcones.
-Paula y su madre adoptiva adoraban nuestros catálogos. Los usaban para recortar las fotografías y pegarlas en las paredes. Y al parecer, redecoraban las habitaciones todos los años.
Paula sonrió.
-Pero debo confesar que no siempre utilizábamos el catálogo de Longotti...
-Ssss... No estropees la historia -bromeó Max.
-Oh, lo siento. Sin embargo, añado que siempre utilizábamos los catálogos que encontrábamos en las salas de espera de las clínicas. Teníamos que robarlos, por supuesto.
-Qué bonito -murmuró Facundo.
-¿No tendrías que marcharte a casa? -preguntó Max a su sobrino-. Tu madre me ha dicho que esta noche vas a llevarla al club.
Pedro miró a Facundo  y pensó que esa era otra de las cosas que no comprendía de Facundo. A pesar de sus años, aún vivía con su madre.
-Sí, tengo que hacerlo. Pero no olvides tomar tus pastillas, tío. Y, por favor, no te olvides de tu próxima cita con el médico.
Facundo se marchó con rapidez. Solo se detuvo para despedirse de Max y de Paula. A Pedro le dedicó un simple gesto.
-Ese chico me saca de quicio -comentó Max cuando Facundo ya había desaparecido.
Paula  rio, como si estuviera completamente de acuerdo con él. Y Pedro compartía su opinión.
-Me trata como si fuera imbécil -continuó el anciano-. No dejo de repetirme que sus intenciones son buenas, aunque insiste demasiado en que no olvide mis citas. Pero ahora podrás recordármelas tú, Pedro.
-Por supuesto. Y cuando terminemos de cenar, te informaré sobre las reuniones que he mantenido esta mañana.
Max se encogió de hombros como si no le interesara.
-Intenté que Facundo me gustara cuando mi hermano se casó con su madre. Por entonces tenía cinco o seis años -explicó Max mientras miraba hacia el balcón-. Pero era un niño insoportable, se pasaba la vida denunciando a Maxie cuando cometía el menor error y metiéndose con él.
Maxie. Se refería a su hijo, que se llamaba como él, Max. Paula se estremeció de forma tan imperceptible, que nadie lo habría notado. Pero Pedro estaba tan pendiente de ella que lo notó.
-Pero Maxie sabía defenderse él solo. Aunque era más pequeño que Leo, era un chico ingenioso -declaró entre risas-. Un día lo invitó a jugar a indios y vaqueros, lo ató a un poste de teléfonos y lo dejó allí. Dijo que quería estar tranquilo un rato.
Hasta Paula sonrió brevemente. Pero después apartó la mirada, sintiéndose incómoda. Max no pareció darse cuenta.
-Por supuesto, tuve que castigarlo. Pero después de aquel día no volvió a tener problemas con Facundo.
Antes de que Max pudiera seguir con la narración, la señora Harris entró en el salón para decirle que lo llamaban por teléfono. El anciano respondió la llamada en el aparato que había sobre una de las mesitas.
Mientras tanto, la señora Harris les informó de que la cena se serviría pronto y se marchó, dejando a Paula y a Pedro a solas.
-Así que cubrías las paredes de tu casa con catálogos de Longotti. Mi hermano gemelo prefería cubrirlas con carteles de chicas desnudas.
Paula se relajó un poco con el comentario.
-¿Quieres decir que en tu familia hay gente con sangre en las venas? Pedro sonrió.
-Hace una hora no te quejabas de la sangre de mis venas...
-No sigas por ese camino -dijo ella con una sonrisa-. Y supongo que tú decorabas tu dormitorio con fotografías de bancos, ¿verdad?
-No exactamente.
-Oh, pero seguro que no lo hacías con chicas desnudas.
-A partir de los catorce, ya no necesité mirar carteles de chicas desnudas -dijo en tono de reto.
-Pues yo siempre ponía pósters de actores famosos como Tom Cruise durante mi adolescencia.
-Supongo que eso fue antes de que te hicieras tan alta como eres ahora...
-Eh, no bromees con la altura de Tom Cruise. En general me gustan los hombres más altos que yo. Pero en su caso podría hacer una excepción.
Pedro se acercó más a ella, hasta que estuvieron cara a cara. A pesar de sus zapatos de tacón alto, seguía siendo más alto que la mujer.
-Te recomiendo que mantengas tu gusto por los hombres altos. Necesitas a alguien grande y fuerte que pueda defenderse y evitar que lo destroces.
-Ten cuidado, Pedro. Hombres más fuertes que tú han intentado controlarme...
-Oh, estoy seguro de que lo han intentado hombres más fuertes, pero no mejores que yo -declaró con su habitual confianza en sí mismo-. Al menos, no durante los últimos meses.
Paula se ruborizó y Pedro pensó que estaba adorable. Sabía que pensaba en lo mismo que pensaba él: en lo sucedido en el cuarto de baño.
Sin embargo, ella no estaba dispuesta a rendirse, y dijo:
-Podría haberlo hecho con cualquiera.
-Ya, pero no ha sido con cualquiera, Paula. Ha sido conmigo.
Después, Pedro se movió ligeramente para bloquear el ángulo de visión de Max, que estaba al otro extremo del salón, y acarició los labios de la mujer con un dedo.
Acto seguido, se alejó y se sentó junto al anciano. Max terminó su conversación y colgó el teléfono. Sus ojos brillaban de forma extraña, como si hubiera notado la atracción que había entre los dos jóvenes.
Pedro  se maldijo mentalmente por ello y se dijo que tendría que ser más discreto. No quería demostrar la atracción que sentía por Paula delante de un hombre que podía ser su abuelo y con el que además hacía negocios.
-¿Puedo servirme una copa? -preguntó Paula a Max.
-Por supuesto.
Paula  caminó hacia el bar y se sirvió una copa de vino. Después, miró a Pedro y dijo.
-Te debo una, ¿verdad?
Pedro miró su copa vacía, se encogió de hombros y sintió curiosidad por la mirada malévola de la mujer.
-Sí, creo recordar que sí.
Momentos más tarde, Paula se acercó a él con su copa de vino y una segunda copa que le dio.
-Ahora estamos empatados.
Pedro pensó que no estaban empatados en absoluto, pero no quiso comentarlo delante de Max. Y mientras intentaba encontrar alguna forma sutil de hacérselo saber sin que el anciano se diera cuenta, bajó la mirada y tuvo una visión perfecta de los pechos de la mujer. Llevaba la blusa entreabierta, y cuando se inclinaba hacia delante, ofrecía una panorámica espectacular.
Paula  llevaba un sostén negro, completamente inapropiado para una blusa blanca. Pero no parecía importarle en absoluto. De hecho, el contraste quedaba muy bien y resultaba en extremo tentador.
La sonrisa de satisfacción de ella cuando tomó asiento junto a Max dejó bien claro a Pedro que era consciente del efecto del sostén y que le gustaba. No había duda alguna de que Paula  sabía cómo coquetear, que conocía los botones que debía pulsar en un hombre. Obviamente, él no había sabido ocultar su mirada de absoluta admiración y deseo cuando contempló sus senos desnudos, por primera vez, en el cuarto de baño.
Pero ningún hombre habría sido capaz de hacerlo.
Intentó recobrar el control y probó su bebida. El líquido sabía perfecto para la ocasión. Paula , cremoso y cautivador, pero con un punto fuerte; tal y como imaginaba que sería el sabor de la piel de la mujer.
Volvió a beber un poco y la miró.
-Está muy bueno. Tengo más sed de la que pensaba -dijo.
-Me alegra que te guste. Si quieres, puedo prepararte otro.
-¿Qué es, exactamente?
-Es uno de mis favoritos. Lleva crema irlandesa, licor de café, licor de almendras y vodka -explicó, mirándolo con intensidad.
Pedro  tuvo que hacer la siguiente pregunta, porque sabía que ella estaba deseando que la hiciera.
-¿Y cómo se llama?
Paula lo miró con ironía y respondió, en voz baja:
-Grito de orgasmo.

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