lunes, 4 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres: Capítulo 2

—No. Es un lugar magnífico para trabajar. Pocas interrupciones y ninguna distracción.
Afortunadamente, Paula se sentía perfectamente tanto en su casa como en su despacho. Le gustaba poder disponer de dos rincones a los que podía considerar suyos y en los que podía esconderse a dibujar, crear y planificar. Sam Brighton, el director comercial de los almacenes, que también era el supervisor de Paula, pareció casi avergonzado cuando le había enseñado su lugar de trabajo dos meses atrás. Pero Paula se había enamorado inmediatamente de aquella sombría y desordenada habitación. Parecia empapada de historia y le proporcionaba el silencio y la intimidad que necesitaba para trabajar.
—Si hubiera sabido que ibas a ir a reuniones en el Centro Turístico Dolphin Island, yo también me habría quedado aquí todas las noches, vistiendo a personas de plástico —dijo Zaira, con un sentido suspiro.
—Hay algo más importante —Paula pensó en la cantidad de horas que había pasado recorriendo el almacén, buscando el vestido perfecto, el accesorio ideal. Por no mencionar el tiempo que pasaba en su casa planificando, pensando, buscando mentalmente algo original que pudiera llamar la atención—. El escaparte principal es la mejor parte de este trabajo.
—Lo sé, no pretendía quitarte mérito. Creo que estás haciendo un trabajo admirable.
—Supongo que todos los años que he pasado trabajando por fin han merecido la pena —admitió Paula con una sonrisa—. ¡Por no hablar de todas las veces que he vestido a mi Barbie!
—A mí siempre me gustó más la cabeza de Barbie, con todo el equipo de maquillaje y ese pelo que era incapaz de rizarle y que terminaba cortándole a la semana de que me la hubieran regalado.
Paula soltó una carcajada.
—Vaya, parece que las dos hemos logrado nuestros sueños.
—No exactamente. Todavía no soy maquilladora en los Estudios Universales de Hollywood.
—Y yo no me dedico a exhibir vestidos de firma en las pasarelas de París.
—Una modelo de uno sesenta. Es algo que no se ve todos los días.
—¿Y quién ha dicho que los sueños de una niña de seis años tengan que ser realistas? De todas formas no me quejo. Este trabajo me gusta.
—Desde luego. Y me alegro de que hayas conseguido ir a ese congreso, aunque haya provocado tantos rumores en el trabajo.
Paula se encogió de hombros, consciente de que más de uno habría fruncido el ceño cuando habían anunciado en las oficinas que ella, la nueva escaparatista, había conseguido que le pagaran un viaje al sur de Florida.
—Creo que Sam ha movido algunos hilos para que me pagaran el viaje porque sabe que eso puede ayudarme en la universidad. Al principio, rechazaron mi petición y la verdad es que me llevé una buena sorpresa cuando me enteré de que Federico había cambiado de opinión y le había dicho a Sam que me mandara a ese congreso.
—Supongo que la foto del periódico tampoco vino nada mal —dijo Zaira, sonriendo—. Yo estaba allí, ¿recuerdas? Y vi las multitudes que se agolpaban en el escaparate para comprobar si era real la foto que había salido en el Boca Gazette. Incluida la vieja Alfonso. Eh, ¡a lo mejor ha sido ella el hada madrina que ha decidido aprobar el presupuesto del viaje!
Paula sonrió, recordando la agradable sorpresa que se había llevado al ver la fotografía de uno de sus escaparates en una sección del periódico local. El pie de foto decía: «El escaparate de Alfonso's nos muestra una divertida y descarada visión del verano».
Ese era el escaparate en el que estaba trabajando cuando había visto a Federico Alfonso cambiando la rueda de la camioneta. No sabía porqué, pero después de verlo, había cambiado completamente el diseño original y había creado un escenario en el que una mujer elegantemente vestida miraba a hurtadillas a un maniquí de pecho desnudo que bailaba bajo la lluvia. La tormenta la había recreado con un ventilador y diversas serpentinas.
Algunos de los clientes imaginaban que se había inspirado en la famosa película protagonizada por Gene Kelly. Pero la verdad era que la única inspiración que había necesitado había sido la de Federico Alfonso.
Federico no había hecho ningún comentario sobre el escaparate y Paula no creía que hubiera establecido ningún tipo de conexión. Pero desde luego, sí había reparado en la publicidad y en la cantidad de personas que habían ido a ver el escaparate. Su abuela había solicitado una reunión privada con Paula el día que habían publicado la fotografía. Y Federico había aprobado el presupuesto de su viaje dos días después.
Paula todavía no le había oído a Federico ningún comentario sobre su último diseño. Y después de buscar en vano durante dos semanas al hombre que se escondía bajo aquellos trajes serios y su aburrida expresión, había encontrado la inspiración para un nuevo escaparate. Utilizando los mismos maniquíes, había recreado el sueño de una mujer. Ella permanecía frente a un hombre aburrido, pero muy elegantemente vestido mientras fantaseaba con su doble, un maniquí idéntico al anterior, medio desnudo, que permanecía envuelto en gasas en una esquina. Aquella había sido una de sus mejores realizaciones.
—Quizá tengas razón —dijo Paula por fin—. La señora Alfonso fue muy amable conmigo cuando nos reunimos. Y eso que todo el mundo me había dicho que era una arpía.
—Me alegro de que decidiera reunirse contigo, y no conmigo. Esa mujer me da miedo.
Paula se encogió de hombros. Todavía no sabía por qué la matriarca de la familia Langtree había estado interesada en reunirse con ella. O por qué la había mirado tan intensamente y había comenzado a hacerle preguntas sobre su vida privada. En cualquier caso, los jefes solían sentirse con derecho a preguntar a sus empleados si estaban solteros, si fumaban o si pensaban tener hijos. Al parecer, la matriarca había quedado satisfecha con las respuestas de Pau: Muy enfermo: sí, no y algún día.
-En cualquier caso, no sé qué haces trabajando en estos escaparates-continuo Zaira-. Estas a punto de terminar la carrera. Estoy segura de que en cuanto te gradúes podras conseguir un excelente trabajo.
—A menos que quiera que mi madre, mi hermana y yo tengamos que vivir con una lata de raviolis al día, no puedo dejar este trabajo.
—¿Tu madre todavía no ha encontrado trabajo? —le preguntó.
Paula  negó con la cabeza y se volvió. No se sentía cómoda hablando de la situación económica de su familia con nadie.
—Bueno, en ese caso, me alegro de que puedas disfrutar de este viaje de negocios. Serán como unas mini vacaciones. Después de todo lo que estás estudiando y trabajando, te las mereces.
Era una bonita idea, pero Paula  no consideraba aquel viaje como unas vacaciones. Pretendía utilizar el congreso para empaparse de todo tipo de información sobre la industria textil del sur de Florida. Necesitaba los descubrimientos, la experiencia y los contactos que aquel encuentro le ofrecía, particularmente porque ya llevaba cuatro años intentando conseguir su título.
Y también llevaba varios años trabajando para poder pagarse la universidad. Por supuesto, le habían ofrecido una beca, pero con las becas no podía pagar el alquiler de la casa en la que vivía su familia. Y con un salario, sí.
El último trabajo de su madre en el despacho de un abogado le había parecido un sueño hecho realidad años atrás. Había sido entonces cuando Paula por fin había podido comenzar a estudiar a tiempo completo. Paula sabía que su madre lo había intentado todo para sostener a su familia. Había permanecido empleada durante tres años y medio, el máximo período de tiempo que Alejandra Chaves-Schulz había durado en un puesto de trabajo. Durante ese tiempo, había ayudado a Paula a pagar la matrícula de la universidad. Además, entre las dos habían conseguido ahorrar lo suficiente para que su hermanastra, Sol , no tuviera que hacer lo que Paula había hecho. Sol podría comenzar a estudiar en una universidad privada al año siguiente, en cuanto saliera del instituto.
Pero de momento, su madre volvía a estar felizmente en paro y entregada a su último hobby: adornos de cerámica. Y, una vez más, había vuelto a enamorarse. En aquella ocasión de un hombre al que había conocido en la sección de alimentos dietéticos del supermercado.
Cuando andaban mal de dinero, su madre insinuaba la posibilidad de acudir al dinero que habían ahorrado para pagar los estudios de Sol, pero Paula no quería tocar aquel dinero. No iba a permitir que su brillante hermana tuviera que renunciar a las oportunidades que solo una buena preparación podía proporcionarle. Y Jeanine, a pesar del brillo que iluminaba sus ojos cuando veía esa cuenta, estaba de acuerdo.
De modo que, de momento, Paula tenía que continuar manteniendo a su madre y a su hermana. Si conseguía conservar aquel empleo hasta finales de año, podría graduarse en Navidad y quizá encontrar un buen puesto de trabajo para principios de año.
Los contactos que hiciera en el congreso podrían ayudar a que su deseo se hiciera realidad. Pero Zaira también tenía razón. Definitivamente, podría utilizar un par de días para disfrutar un poco de la piscina.
—A lo mejor conoces a un hombre maravilloso que te hace olvidarte de todos tus problemas.
—Estoy empezando a pensar que ese hombre no existe. Los que son jóvenes, guapos y divertidos, solo parecen pensar en una cosa. Y los más viejos y responsables suelen ser o muy serios o imposiblemente arrogantes: y cuando son divertidos, normalmente son gays.
—¿Y qué me dices de los hombres jóvenes, responsables y con éxito?
—Como Federico Alfonso—se burló Paula.
—Creo que tienes razón —suspiró Zaira—. Ese hombre da un nuevo significado a la palabra «tieso» —y, como si acabara de darse cuenta del doble significado de su comentario, se llevó la mano a los labios y comenzó a reír de forma incontrolable.
Paula  sintió que se sonrojaba.
—No es él el tipo de hombre que estoy buscando. Yo quiero un hombre responsable, pero también capaz de reírse. Y te aseguro que nunca he visto sonreír a Federico Alfonso.
—Bueno, tienes razón en lo que se refiere al trabajo —dijo Zaira, con expresión pensativa—. Pero yo llevo aquí algunos meses más que tú y he oído rumores sobre lo que hace en sus horas libres. Por lo visto, cuando sale del trabajo no es exactamente lo que parece.
Y Paula lo sabía mejor que nadie.
—Hay días que está tan pedante que me cuesta imaginármelo sin uno de esos trajes de seiscientos dólares, ni siquiera para hacer una barbacoa en su jardín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario