domingo, 10 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres: Capítulo 21

Aunque Paula lo deseaba desesperadamente, Pedro no hizo el amor con ella la noche del viernes. Pasaron horas y horas bailando bajo la lluvia y las estrellas que poco a poco volvieron a salir. Después de pasar aquellos momentos tan íntimos entre sus brazos, de intercambiar besos que parecían no tener fin, Paula se habría arriesgado a ser detenida por escándalo público por haber terminado desnuda con él en la camioneta. Lo único que habría hecho falta habría sido que Pedro se lo pidiera.
Pero no se lo había pedido.
Y tampoco se lo pidió al día siguiente, cuando fue a verlo a su apartamento y estuvieron paseando por la playa.
No hubo sexo el sábado. Ni el domingo, cuando condujeron hasta Fort Lauderdale. La visita del lunes al acuario fue divertida y platónica. La cena del martes y la sesión de cine, tan románticas como platónicas. Y el miércoles, cuando quedaron para almorzar entre clase y clase de Paula, esta había llegado ya al límite del deseo. Un nuevo encuentro sin sexo y terminaría explotando.
—Pedro, ¿qué está pasando aquí? Pedro se tragó la patata frita que acababa de meterse en la boca.
—Me estoy comiendo tus patatas fritas. Lo siento.
—No me refiero a las patatas fritas.
—¿No está buena tu hamburguesa? ¿Está demasiado hecha?
—Olvídate de las patatas fritas y las hamburguesas. Estamos hablando de tí y de mí. ¿Qué estamos haciendo, Pedro?
—Creo que estamos almorzando —en cuanto Paula gimió, añadió—: Lo siento, no he podido resistirme.
—¿Entonces vas a contestarme o no?
—¿Y cuál es la pregunta? —alzó la mano defensivamente cuando Paula lo fulminó con la mirada—. Era una broma. Mira Paula, yo tenía la impresión de que te negabas a involucrarte sentimentalmente con alguien sin conocerlo primero. ¿No era ese el problema? ¿Que no nos conocíamos el uno al otro? ¿Que no estabas segura de quién era yo?
—¿Entonces es eso lo que has estado haciendo? —le preguntó Paula estupefacta.
—Sí —sonrió—, quería que disfrutáramos de algunas citas.
—Creo que ya habíamos ido mucho más allá de las citas.
—¿Y quién ha dicho que no se pueda empezar a mantener citas después de haberse acostado con alguien?
Paula se reclinó en la silla. Quería preguntarle si sabía cuándo iban a progresar sus citas hacia algo más serio que unos cuantos besos. Pero no le parecía una pregunta propia de una dama.
Frente a ella, Pedro continuaba devorando el resto del almuerzo. Parecía muy relajado. Paula advirtió un brillo de diversión en sus ojos y comprendió que era perfectamente consciente de la batalla que estaba librando. ¡Estaba esperando que se arrojara a sus brazos!
Pues iba a tener que esperar sentado. Porque ella era una mujer. Podía soportar la espera. Al fin y al cabo, ¿no se decía que las mujeres eran más fuertes en aquel campo de batalla en particular?
—Tonterías —musitó para sí. Tomó su vaso y se bebió el último trago de té con hielo. Lo bajó y deslizó la lengua por sus labios.
Pedro  siguió atentamente aquel movimiento. Entrecerró los ojos. Abrió los labios. Sus hombros se tensaron.
«Tocado, cariño», se dijo Paula divertida.
—Muy bien, de momento nos conformaremos con la citas —dijo con un exagerado suspiro.
Le sostuvo la mirada, dejándole comprender en realidad nada había cambiado. Continuaba deseándolo, pero el próximo movimiento tendría que hacerlo él.
—¿Y dónde vamos a citarnos la próxima vez? ¿En el minigolf?
Pedro  rió suavemente.
—Creo que te sorprenderé.
Pedro planificó todo los detalles de la noche del viernes con la misma precisión de un general organizando el plan de batalla. Se suponía que iban a verse el jueves, pero canceló la cita. No podía pasar más tiempo con Paula sin ceder a sus suplicantes miradas.
Y él no quería ceder. No quería hacer el amor con ella hasta que encontraran el momento y el lugar indicados. Y eso significaba esperar hasta la noche del viernes.
No hacer el amor con ella había sido un auténtico infierno. Pero si de esa forma Paula comprendía que podía confiar en él, merecía la pena.
Pensaba en ella constantemente. Por las noches, en el trabajo... Jason había tenido que repetirle algunas preguntas hasta tres veces durante una conversación telefónica. Y Pedro incluso se había olvidado de que pensaba quedar para tomar algo con su hermano.
Era imposible continuar ocultándose la verdad: estaba enamorado.
Para el viernes por la noche a las once, Pedro ya lo tenía todo preparado. Paula no pensaba verlo hasta la tarde del día siguiente, así que aparcó la camioneta en la parte trasera de las galerías para que no lo viera llegar. Charlie, el vigilante, lo recibió de buen humor.
—Pase, señor Alfonso. Y muchas gracias por darme la noche libre.
Pedro le tendió un puñado de billetes y dos entradas para el estadio.
—Aquí tienes. Espero que disfrutes del partido. Y recuerda, esto tiene que quedar entre nosotros.
—Por cierto —dijo Charlie antes de marcharse—. Paula está en el taller. Todavía no ha ido al escaparate.
La planta baja de Alfonso's no había cambiado prácticamente nada durante aquellos años, de modo que Pedro no tuvo problema para abrirse camino en medio de la oscuridad. Y como el día anterior había pasado por allí a investigar, sabía exactamente qué departamentos debía visitar. Hizo una rápida visita a la sección de audiovisuales, a la sección de deportes y al supermercado. Y, la última, la más importante, a la sección de novias.
Siguiendo el sonido de la música de la radio, se dirigió hasta el taller de Paula. La puerta estaba abierta. La empujó, entró en el taller y se quedó completamente paralizado.
Cantaba Ricky Martin y Paula Chaves estaba bailando. Sostenía entre sus brazos el torso de una maniquí sin cabeza, cuyas piernas y brazos descansaban en el sofá.
—¿Interrumpo algo? —le preguntó entre risas. Paula dejó caer el maniquí al suelo.
—Pedro, me has dado un susto de muerte. ¿No te han dicho nunca que no se puede entrar sigilosamente en un lugar oscuro y en mitad de la noche?
—Alguien debió olvidarse de enseñarme esa importante lección. Supongo que la misma persona que no te enseñó que no se debe espiar a la gente por las ventanas.
—Cállate y dame un beso —repuso Paula con una radiante sonrisa.
Pedro obedeció al instante, arrastrándola hasta sus brazos para darle un profundo y prolongado beso que los dejó a ambos sin respiración. Cuando por fin se separaron, Paula se tambaleó y se inclinó hacia él.
—¿Estás lista para nuestra próxima cita?
—¿Ahora? Lo siento, pero no puedo marcharme. Todavía no he empezado a preparar el escaparate.
—¿Y quién ha dicho que tengas que marcharte? —la tomó de la mano y salió con ella hacia el pasillo—. Vamos.
—¿A dónde vamos?
—Esta noche visitaremos montones de lugares. Pero creo que empezaremos por lo que tú sugeriste el otro día.
Paula no parecía acordarse. De modo que cuando llegaron al departamento de deportes y vio preparados los palos y las pelotas de golf soltó una carcajada.
—¿Al minigolf? Estás completamente loco, Pedro.
—No, simplemente me gusta jugar —bajó la voz, intentando engatusarla—. ¿A ti no? Juega conmigo, Paula. Toda la noche.
—¿Toda la noche? —miró de lado a lado—. Hay vigilantes, Pedro, y cámaras de seguridad.
—Charlie se ha ido. Estamos completamente solos. Y las cámaras y las alarmas estarán desconectadas hasta mañana a las siete.
—¿Y si alguien nos descubre?
—Es imposible —se inclinó hacia ella, lo suficiente como para respirar la fragancia de su colonia—. Además, ¿no crees que la posibilidad de que nos descubran lo hace todo un poco más emocionante?
Paula sentía latir su pulso a toda velocidad. La tentación, la emoción de lo prohibido arrancaba chispas de sus ojos y coloreaba sus mejillas. Asintió.
—De acuerdo. Ya había pensado en otras ocasiones en lo divertido que podría ser este lugar por las noches.
—Esa es precisamente la idea —se agachó para tomar un palo de golf y ponérselo entre las manos—. Vamos, empieza tú.
—De acuerdo, pero no soy la mejor golfista del mundo.
—Desde luego. Estás agarrando fatal ese palo. Suéltalo.
Paula lo miró haciendo un mohín.
—¿No te gusta cómo agarro tu palo? Me extraña, Pedro yo pensaba que te gustaba que lo sujetara con firmeza.
—Nada de bromas sexuales. Esta es nuestra primera cita —Pedro frunció el ceño, intentando ponerse firme.
Paula frunció el ceño, golpeó la bola y la metió en el hoyo artificial al primer intento. Sonrió de oreja a oreja.
—Te he mentido. En realidad soy la Reina de Deerfield Beach. Lo único que pretendía era seguir la regla de oro para las chicas en su primera cita: dejar que los hombres ganen porque no soportan perder.
—Pero no me has dejado ganar.
-Lo siento. No está en mi naturaleza fingir que soy una inútil.
—Es una pena. Me habría gustado enseñarte a jugar se colocó tras ella, de manera que la espalda de Paula quedara contra su pecho y la curva de su trasero descansara en su entrepierna-.¿Estas segura de que no quieres que te ayude?
Era imposible no sentir su erección. Y también que Pedro no supiera que se estaba restregando intencionadamente contra él, tentándolo despiadadamente.
El partido de golf duró solo unos minutos. Incapaz de continuar viendo las manos de Paula alrededor del palo, Pedro señaló un banco cercano.
—¿Quieres patinar?
Paula miró y abrió los ojos como platos al ver los patines que había alineado allí.
—No sé patinar. Y esta vez no te engaño.
Demostró tener razón. Paula, definitivamente, no sabía patinar. Apenas era capaz de tenerse en pie y mucho menos de moverse. No se había alejado ni medio metro del banco cuando ya comenzó a agitar los brazos y estuvo a punto de caerse al suelo. Pedro  la agarró por la cintura y se sentó en la superficie del banco, dejando que Paula aterrizara en su regazo.
Los dos rieron a carcajadas hasta terminar mirándose el uno al otro, plenamente conscientes del contacto de sus cuerpos.
—Creo que sería mejor que intentáramos otra cosa —susurró ella.
Asintiendo, Pedro la levantó de su regazo y comenzó a desatarle los patines. Cuando ambos hubieron terminado se levantó.
—¿Estás lista?
—¿A dónde vamos ahora?
—Es una sorpresa.
Paula lo miró de reojo.
—¿Qué tal si vamos al tercer piso? —le sugirió.
—¿Que hay en el tercer piso? —preguntó Pedro.
—El departamento de muebles —respondió Paula  con una de esas caídas de pestañas que hacían correr la sangre de Pedro a toda velocidad por sus venas.
Pedro  tragó saliva y fingió un completo desinterés.
—No, tengo otros planes para esta noche. Y, creo que debería decírtelo ahora, ninguno de ellos incluye una cama.
Lo siguiente fue una sesión de videojuegos en una enorme pantalla a todo color. Paula, cuyas arcaicas experiencias de la infancia no incluían aquellas tecnologías, fue derrotada de forma aplastante en una pesadilla de artes marciales.
—Estos juegos son bastante realistas, ¿eh?
—¿No te ha gustado el juego de los Guerreros Ninja?
—Demasiados intestinos volantes para mi gusto.

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