jueves, 7 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres: Capítulo 12

Se sentía insegura a pesar de lo mucho que se alegraba de verlo. Se sentó rápidamente, se arregló el top y se estiró al falda.
Si Federico hubiera sonreído, si le hubiera guiñado el ojo y hubiera cruzado la habitación para abrazarla, todas sus preocupaciones habrían desaparecido. Pero Federico no hizo ninguna de esas cosas. Permanecía frente a ella, completamente serio y profesional con su traje inmaculado, mirándola fijamente.
—¿Federico? ¿Estás bien? Pareces... diferente.
Federico se aclaró la garganta. Continuó deslizando la mirada por sus piernas, deteniéndose en los pies descalzos y en los tobillos, y por fin apareció una sonrisa en sus labios.
Paula  se puso rápidamente los zapatos.
—Lo siento. Estaba esperándote y creo que me he dormido.
—No te preocupes. Me alegro de haberme retrasado —contestó Federico con voz seductora.
—¿Ah sí? ¿Y por qué?
Federico  se acercó hasta ella sin contestar mientras su mirada vagaba por sus arrugadas ropas y por su pelo sin peinar. Probablemente tenía el mismo aspecto que si acabara de levantarse de la cama. Y ese era el lugar en el que Federico parecía desear que estuviera.
—-Si hubiera venido antes, imagínate lo que me hubiera perdido. Aunque supongo que debería regañarte. Es evidente que has dicho una mentirita.
Paula arqueó una ceja con expresión interrogante.
—Por lo que he podido ver, todavía llevas ropa interior —se cruzó de brazos y le dirigió una mirada desafiante.
Sintiéndose más confiada, Paula se levantó y dio un paso adelante.
—Quizá no por mucho tiempo. Y ahora, ¿vas a besarme?
Durante la décima de segundo que tardó en agarrarlo del pelo y buscar sus labios, Paula advirtió que se quedaba perplejo. Y si no hubiera estado tan ocupada besándolo, se habría reído a carcajadas. Casi inmediatamente, Federico comenzó a devolverle el beso, estrechándola con fuerza contra él y tomando con las dos manos su trasero.
Paula esperaba los fuegos artificiales. Esperaba que se le debilitaran las piernas y que le cosquillearan los senos. Esperaba la explosión del deseo.
Nada. Nada de nada. Cero explosiones. Ningún fuego artificial.
Oh, fue un beso agradable, por su puesto. Pero nada tan demoledor como lo que había ocurrido durante el fin de semana.
Estuvo a punto de llorar de desilusión al no poder recuperar los impactantes sentimientos de aquel fin de semana.
Instintivamente, levantó la mano hacia el lóalo de su oreja, buscando el pequeño aro de oro. Y aunque en el fondo se lo esperaba, no pudo evitar una nueva punzada de desilusión al darse cuenta de que no lo llevaba. A pesar de su promesa, Federico se lo había quitado.
Inclinó la cabeza mientras Federico se movía para continuar besándole el cuello con entusiasmo y abrió los ojos. ¿Habría reemplazado el arete por algún pendiente más pequeño? ¿O sería tan cobarde que no se ponía ninguna clase de pendiente cuando iba al trabajo? Pestañeó y se fijó con atención. Qué extraño, no llevaba ningún pendiente. ¡Pero lo más extraño de todo era que tampoco tenía agujero!
Ninguna clase de agujero.
Federico  por fin parecio parecio advertir su distracción. Sin quitarle las manos de encima, alzó la cabeza y le preguntó:
—¿Paula?
Paula apretó los ojos y sacudió la cabeza, por si acaso aquello fuera alguna clase de sueño surealista. Quizá se había quedado dormida encima de un maniquí y las manos que sentía sobre su trasero eran unas manos de plástico.
Volvió a abrir los ojos. Nada de sueños. Y Federico continuaba sin tener agujero.
—¿Qué diablos está pasando aquí? —pregunto ella.
—Eso es exactamente lo que me gustaría saber.
Federico  no había contestado. Bueno, en realidad sí había contestado Federico, pero no el que estaba a solo unos centímetros de ella. El Federico que había hablado lo había hecho desde la puerta.
Preguntándose todavía si estaría soñando, Paula se volvió lentamente, miró hacia la puerta y vio...
A otro Federico.
Pedro se sintió como si acabaran de darle un puñetazo en el estómago. Mientras veía a su hermano y a Claudia separarse, pestañeó dos veces e intentó hacerse cargo de la situación. De todas las cosas que había imaginado que sucederían cuando volviera a reunirse con Claudia, encontrarla en los brazos de su hermano no estaba definitivamente en la lista. En realidad, no estaba en ninguna lista en absoluto, a no ser que se decidiera a escribir una lista de sus peores pesadillas.
Por lo menos, tenía que reconocer que Claudia parecía sentirse como si acabara de beberse un vaso de leche rancia.
—¿Federico? —le preguntó, mirándolo fijamente.
—¿Sí? —contestó su hermano.
Federico los miraba alternativamente. Y Pedro advirtió que parecía enfadado por aquella interrupción.
—¿Federico? —repitió Paula, en aquella ocasión mirando al gemelo de Pedro.
—Sí —contestó Pedro.
Entró en la habitación, donde Claudia permanecía todavía peligrosamente cerca de Federico.
—Este es Federico—le explicó.
—¿Este es Federico? —quiso saber Paula.
—¿Es que hay eco en esta habitación? —preguntó Federico, irritado.
Paula lo ignoró y se volvió hacia Pedro.
—¿Entonces tú eres...?
—Pedro.
—¿Así que hay un verdadero Pedro? —parecía estupefacta.
—Sí, soy yo. Pedro Alfonso.
La obscenidad que Paula soltó hizo que Federico abriera los ojos como platos. Pero para Pedro no había una forma mejor de definir el inesperado curso de los acontecimientos.
Las palabras que Paula había pronunciado justo en el momento en el que él entraba en la habitación dejaban claro que esta había encontrado algo raro en el beso de su hermano. Y el impacto que le había causado verlo en el marco de la puerta consolidaba aquella impresión. De modo que tenía que eliminar la primera y desagradable sensación de que, por alguna razón, aquella mujer deseaba a los dos hermanos.
—¿Alguien quiere explicarme lo que está pasando aquí? —preguntó Federico, enfadado todavía por la interrupción.
—Eso mismo iba a preguntarte yo —preguntó Pedro—. ¿Hay algún motivo por el que estés intentando deslizar la lengua por la garganta de Claudia cuando esa mujer es mía?
—¿Tuya? —preguntó Paula con evidente indignación.
—Sí, mía —replicó Pedro, consciente de que estaba quedando como un hombre de las cavernas.
—¿Y quién es Claudia? —preguntó Federico.
—¿De verdad pensabas que yo era Claudia? —preguntó Paula, abriendo los ojos como platos.
—¿Y quién iba a pensar que eras?
—¿Alguien va a explicarme quién es Claudia?
—volvió a preguntar Federico, completamente confundido.
—Yo soy Claudia —farfulló Paula—. O al menos eso es lo que él cree. Pero, por supuesto, yo pensaba que él sabía que no lo era.
—¿Pero cómo voy a saberlo si me dijiste que te llamabas Claudia?
—Paula, ¿por qué le dijiste que te llamabas Claudia?
—Así que te llamas Paula—aquel nombre corto y sencillo le quedaba muy bien.
—Sí, Pedro, me llamo Paula.
—No entiendo qué está pasando aquí —Federico sacudió la cabeza completamente desconcertado.
Pedro  miró a su gemelo e intentó explicárselo.
—Estoy empezando a pensar que Claudia, o mejor dicho, Paula, está mezclando nuestras identidades. Como nos ocurrió en noveno grado con algunos profesores.
Federico pensó en ello y asintió.
—¿Te refieres al año en el que nos cambiamos de sitio para que pudieras aprobar el álgebra?
—Sí, y también para asegurarnos de que no te suspendieran en geografía y cultura.
—Quizá si hubieras aprendido matemáticas, habrías llegado a tener un trabajo que te permitiera ganar dinero de verdad, en vez de pasarte el día echando fertilizantes.
—Y si hubieras aprendido algo de geografía, habrías podido hartarte de estar todo el día metido en el mausoleo que la abuela construyó para nosotros y hubieras salido a conocer mundo.
—¿Queréis hacer el favor de callar? —les pidió Paula desde el sofá.
Pedro y Federico se quedaron mirándola fijamente. Convencido de que hacía mucho tiempo de que nadie le ordenaba callarse a su hermano, Pedro esperó su reacción.
—Por favor, no te pongas histérica —Pedro se cruzó de brazos e inclinó la cabeza con un gesto insoportablemente condescendiente.
—¿Histérica? —replicó Paula, saltando inmediatamente del sofá—. ¿Quién es la histérica aquí? Sería una histérica si me hubiera puesto a romper cosas —subrayó su argumento dando una patada de frustración. Accidentalmente, chocó con la pierna de un maniquí, que se deslizó bajo el sofá hasta dejar únicamente fuera los dedos del pie—. Sería una histérica si saliera ahora mismo corriendo al departamento de zapatería y pidiera una buena bota para patearme por haber sido tan beep. Federico miró a Pedro.
—Está histérica.
—Como vuelvas a decírselo otra vez, terminará dándote una bofetada.
Paula  lo miró con los ojos entrecerrados.

2 comentarios:

  1. Jajajajajajajaja qué geniales los 3 caps. Yo dije que se iba a armar un bolonqui bárbaro!!!!!!

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  2. jajaja Histerica ??? jaja muuuy buenos capitulos

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