domingo, 31 de mayo de 2015

Delicioso Amor: Capítulo 32

- ¡Jo! ¿y ahora como llego a casa? - dijo poniendo cara triste.
- Bueno… yo no tengo nada que hacer, si quieres…
- ¡Como crees! No quiero molestar.
- No es ninguna molestia, llama a una grúa y cuando se lleven el coche yo te llevo a casa.
- ¡Mil gracias! ¡me has salvado la vida! - dijo dando un salto de felicidad
- Jajaja, no es para tanto…
- Por cierto me llamo Marcela ¿y tú?
- Encantado. Yo soy Carlos - se estrecharon las manos.
Marcela llamo a la grúa y minutos más tarde esta se llevó su coche a un taller para repararlo. Carlos la llevó a su casa. Esta se lo agradeció enormemente y le dijo que cualquier cosa que necesitase ella se ofrecía para ayudarlo.
Paula  llegó a su cuarto y dejó las bolsas en el suelo. Tenía un gran dilema: ¿Qué hacer con toda esa ropa? Tendría que deshacerse de su antigua ropa para que la nueva le cupiese en el armario o sino necesitaría un armario más grande.
Finalmente decidió retirar toda la ropa que estaba es su armario y poner la nueva ropa en su lugar. Hecho esto comenzó a preparar su plan. Esa noche sería decisiva. Estaba decidida a dar ese empujoncito a Pedro . Tenía que arriesgarse y comprobar si lo que Marcela decía era cierto. Si Pedro  la convencía de que sentía lo mismo que ella por él le diría todo lo que sentía, le abriría su corazón y le demostraría todo su amor.
Se vistió, se rizó el cabello y se maquilló. Quería estar perfecta. Con la respiración agitada, el corazón latiéndole fuertemente y muy nerviosa se detuvo ante el espejo. Nunca antes se había arreglado tanto. No sabía si merecería la pena o no. Pero de una cosa estaba segura, y era de que si no arriesgaba se arrepentiría el resto de su vida.
Pedro  llegó a casa, aparcó el coche en el garaje y se dirigió a la puerta principal. Sacó las llaves del bolsillo y cuando se disponía a meter la llave por la cerradura algo lo detuvo. Pegado sobre la mirilla había un sobre blanco. Extrañado lo despegó y lo abrió. Dentro había una nota escrita a mano. Cuando la leyó una sonrisa se dibujó en su cara. La nota decía:
TENEMOS ALGO PENDIENTE… ¿RECUERDAS?
TE ESPERO EN EL JARDÍN DE ATRÁS.
Volvió a meter la nota en el sobre y se lo guardó en el bolsillo. Nervioso y muy intrigado por lo que iba a suceder rodeó la casa y llegó al jardín.
Paula estaba de pie junto a una mesa distraída en sus pensamientos. No, aquella chica no era Paula, no era la chica de barrio que él había conocido días atrás. La que vestía pantalones gastados y el pelo recogido en una larga cola. La mujer que estaba frente a él era completamente distinta. Estaba preciosa, tanto como una princesa. Su princesa.
- Hola - dijo Paula cuando alzó la mirada y lo vió acercarse.
- Estás preciosa - le dijo besándola en una mejilla.
- Gracias - dijo mientras notaba que se ponía colorada por el piropo.
- Siento ser tan impaciente, pero tengo mucha hambre - dijo mirando la cena que había sobre la mesa.
- Yo también.
Ambos se sentaron a la mesa y comenzaron a comer la deliciosa cena. No dejaban de mirarse ni de sonreírse. Estaban felices. Parecía que por fin todo empezaba a ir bien entre ellos.

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