domingo, 3 de mayo de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 28

Él esperó hasta que se cerró la puerta delantera para salir del despacho. Sentía el peso del vacío de la casa, pero no era nada comparado con la furia que sentía por su traición. Si había una mujer en la que podría haber llegado a confiar, era Paula. Pero había resultado ser igual que todas ellas.
Embarazada. Pensó, amargamente, que si quería jugar a eso, él le devolvería la pelota. Se quedaría con el bebé e iniciaría la familia que siempre había deseado. Ella recibiría una compensación y nada más.
Era una buena candidata genética como madre. Inteligente, sana y determinada. Contrataría a una niñera y sería padre.
Era un plan y siempre se sentía mejor cuando tenía un plan. Pero no ese día. Sentía un agujero ardiente en el pecho. Deseó tirar algo o atravesar la pared de un ****azo. Había querido que no fuera como las demás. Había querido confiar en ella.
Pero no lo haría.
Quizá le habría dado una segunda oportunidad si hubiera confesado y suplicado su comprensión. Si no hubiera dicho que lo amaba. Esa era la mayor traición de todas. Utilizar lo único que realmente deseaba para manipularlo. Eso no se lo perdonaría nunca.
 
Paula pensó que iba a ahogarse en sus propias lágrimas. Brotaban y brotaban, empapándole el rostro, mientras los sollozos convulsionaban su cuerpo. Nunca había sentido un dolor tan intenso. Era como si le hubieran quitado el aire que necesitaba para sobrevivir. Pero no había muerto. Sólo sufría y lloraba, rezando por sentirse mejor.
Sofía la sujetaba y calmaba con sonidos y susurros, no palabras. No había palabras.
—¿Cómo dejo de quererlo? —preguntó Paula, con la garganta irritada y exhausta—. Dime cómo.

Casi una semana después, Pedro fue a la florista a finalizar el pedido de las flores. Aunque quería que todo estuviera perfecto en la boda de Felipe y Julia, no dejaba de pensar en que iba a ver a Paula de nuevo.
Había esperado que le telefoneara y no lo había hecho. Se preguntaba qué significaba eso. Había dicho que lo amaba y desaparecido. Si lo amaba de verdad, lo normal sería que intentase recuperarlo.
Él quería que lo intentase y lo irritaba sobremanera que no se hubiera puesto en contacto con él ni una vez. Como era él quien había encontrado a la florista, había tenido que llamar a Paula  para concertar la cita. Y peor aún, había sentido una gran decepción cuando saltó el contestador.
Había hecho lo correcto, dejar un mensaje en vez de intentarlo más tarde. Pero ella no le había devuelto la llamada y en ese momento, rodeado de flores, descubrió que anhelaba verla de nuevo.
No debería ser así. Sabía que ella estaba jugando con él. Pero no podía evitarlo.
Paula  entró, justo a la hora de su cita.
Aunque se quedó inmóvil y no dijo nada, su cuerpo reaccionó al verla. Era preciosa, con una palidez etérea. Sus dedos ardían por perderse en su largo cabello dorado. Deseaba tocarla, escuchar su voz y su risa. Inclinarse hacia ella e inhalar su aroma.
Maldijo para sí. Debería ser más inteligente, después de lo que ella había hecho.
Se encontró preguntándose qué había hecho exactamente. Pensar que podía estar embarazada. Como ella había señalado, él había estado más que dispuesto a acostarse con ella. Habían utilizado protección, pero no siempre funcionaba. Tal vez los dos eran igual de culpables. Ya no estaba tan seguro de que Paula hubiera intentado engañarlo.
—Tengo una clase dentro de una hora —le dijo ella—. ¿Por qué no haces tú la selección final? —le entregó unas hojas impresas—. Estas son las ideas de Julia para los ramos. Estoy segura de que Beatrice diseñará algo precioso.
—¿No vas a quedarte? —preguntó él, sabiendo que sonaba como un ****a. Había contado con pasar el resto de la mañana con ella.
—No puedo faltar a la clase. Sé que la boda es la semana que viene, pero todo lo demás está organizado.
Julia y Felipe vuelven este fin de semana —miró a su alrededor, comprobando que estaban solos, y bajó la voz—. La duda está resuelta. No estoy embarazada.
—¿Volviste a hacerte la prueba?
—No hizo falta.
No había bebé. La expresión de ella no mostraba sus sentimientos, pero a él lo asombró sentir una oleada de tristeza. Estaba triste y se preguntó si era porque, inconscientemente, había deseado tener un bebé con Paula.
—Estoy segura de que sientes un gran alivio —le dijo ella—. Yo sí, desde luego. Me habría encantado tener un bebé. Pero no tuyo.
Las palabras tuvieron el efecto esperado. Lo cortaron como un cuchillo.
—Dadas las circunstancias —empezó él.
Ella negó con la cabeza.
—Acepto que estuvieras molesto. Cualquiera lo estaría. Incluso acepto que tengas problemas, pero no hay excusa para lo que me dijiste ni cómo me trataste. Me amenazaste con quitarme al bebé. Me acusaste de mentir a propósito para obtener dinero. Juzgaste y tomaste decisiones antes de conocer todos los datos. Te equivocaste conmigo, Pedro. Y mucho. Nunca me interesó el dinero.
Cuadró los hombros.
—Lo que más me duele es que sabías que estabas equivocado. Creo que en el fondo me creías, pero eras incapaz de admitirlo. Y atacaste. Eso no es algo que pueda superar. Supongo que lo único bueno de todo esto es que yo también me equivoqué contigo. Me equivoqué al creer que eras especial. Que eras el tipo de hombre del que podía enamorarme.
Como la vez anterior, se fue y lo dejó solo.
Pero esa vez fue diferente. Esa vez, cuando se iba, él comprendió la enormidad de lo que había perdido. Que a pesar del embarazo, de su pasado, los miedos de ella y de todo lo ocurrido, se había enamorado.
Y se había dado cuenta demasiado tarde. Como ella le había dicho, lo ocurrido era imperdonable.

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