Max rió. Pedro simplemente esperó a que continuara con la explicación.
-Y el protagonista siempre termina casándose con la tonta en lugar de hacerlo con la malvada mujer que es capaz de admitir que le gusta el sexo y que, además, piensa.
-¿Estás diciendo que los opuestos se atraen, pero que la relación no funciona? -preguntó Pedro.
-Exacto.
-Entonces, ¿dos personas inteligentes y atrevidas se llevarían bien en tu opinión? -intervino Max.
-Sí, eso creo.
-¿Aunque ella lo vuelva loco en un mes como dijo Pedro?
-No quise decir eso, Max. Por muchos enfrentamientos que puedan tener dos personas de ese tipo, siempre será mejor que mantener una relación basada en un mortal aburrimiento -declaró Pedro.
Paula pensó en el comentario de Pedro mientras salía de la casa, en dirección a la piscina. Sabía que tal vez solo lo había dicho por coquetear con ella, pero de todas formas pensó que tenía razón.
Sus ojos se acostumbraron rápidamente a la oscuridad exterior, sobre todo porque en la zona de la piscina había varios focos encendidos, ocultos entre la vegetación. Además, la luna brillaba en el cielo.
Pero con o sin luz, era de noche. Y no vio al hombre que nadaba en la piscina hasta que se acercó lo suficiente.
Al sentir ruido, se detuvo y distinguió los fuertes brazos que cortaban el agua una y otra vez. Incluso antes de distinguir el oscuro cabello del hombre, supo que se trataba de Pedro.
Sintió la súbita necesidad de regresar a la casa, porque sabía que aquella situación podía ser muy peligrosa para los dos. Cuando estaban juntos, saltaban chispas. Incluso de día, estando vestidos y delante de otras personas, no podían resistirse a la tentación de jugar permanentemente el uno con el otro. Y ahora, de noche, a solas, podría ocurrir cualquier cosa.
Pensó que la salida más inteligente era marcharse.
Pero no lo hizo. Se mantuvo en el sitio, contemplándolo mientras nadaba y preguntándose cómo era posible que un hombre resultara tan masculino cuando estaba haciendo algo tan básico como nadar.
Por fin, tras unos minutos de disfrutar del simple placer de mirarlo, Pedro se detuvo y se acercó a una de las escalerillas. Entonces, la vió. El agua casi ocultaba su rostro, pero notó que respiraba profundamente varias veces y que sus ojos brillaban bajo la luz de la luna,
Paula todavía llevaba la toalla en una mano. Sin embargo, no hizo nada por cubrirse con ella y permaneció ante él con su bikini azul.
-Hola, Paula.
-Hola.
-Veo que los dos hemos tenido la misma idea.
Ella asintió.
-No sabía que estuvieras aquí. ¿Quieres que me marche?
-Quiero que... hagas lo que quieras hacer -respondió de forma provocativa.
Paula dejó la toalla en el suelo, se acercó al borde de la piscina y metió un pie en el agua.
-Está templada.
-Sí. Me encanta nadar de noche -le confesó él-. Lo hacía muy a menudo en la playa, en mi casa de Florida.
Paula comenzó a bajar por la escalerilla, de cara al hombre, hasta que el agua le llegó a los muslos.
-¿Nadar de noche en el océano? Suena a invitación para servir de cena a algún tiburón. Pedro rió.
-Me asustan más las medusas. Sobre todo, porque me gusta nadar desnudo.
Paula estaba a punto de entrar completamente en la piscina, pero se detuvo en seco y miró a Pedro, intentando distinguir su cuerpo bajo la superficie del agua.
-¿Estás...?
-¿Qué?
-¿Te gusta nadar desnudo?
-Sí, no hay nada mejor -respondió, con voz seductora.
-¿Nada? -preguntó, arqueando una ceja.
-Bueno, tal vez una o dos cosas -dijo, entre risas-. Pero no hay muchas sensaciones físicas que se puedan comparar con el contacto de un líquido cálido contra la piel.
Paula entreabrió los labios y suspiró. Sabía muy bien lo que quería decir. Sabía de sobra a qué clase de líquido cálido se estaba refiriendo, y no era precisamente al agua del mar. Pero teniendo en cuenta que se humedecía con solo mirarlo, aquello no sería nunca un problema.
-No me digas que la atrevida Paula nunca se ha bañado desnuda...
Paula no se había bañado nunca desnuda, pero no estaba dispuesta a admitirlo.
-¿Crees que no lo haría?
Pedro se limitó a encogerse de hombros y a mirar al cielo. Después, se pasó una mano por el pelo y la piel de su brazo brilló bajo la luz de la luna. Paula sintió una intensa descarga de deseo, acompañada por un súbito ascenso de su temperatura interior.
-¿Vienes? -preguntó él mientras comenzaba a nadar de espaldas.
Como siempre que la retaban, Paula reaccionó aceptando el reto. En cuanto estuvo segura de haber conseguido la atención de Pedro, se sentó en el borde de la piscina y se llevó las manos a la espalda. Desabrochó el biquini lentamente, tan despacio que casi pudo oír el roce de las tiras de la prenda.
Pedro se limitó a observarla, sin decir nada pero sin apartar los ojos de ella. Simplemente se limitó a ser más paciente, y a tener más confianza en sí mismo, que cualquiera de los hombres que Paula había conocido.
Por fin, se quitó la parte superior del bikini. La única reacción de Pedro fue un ligero brillo en sus ojos y una leve apertura de su boca, pero Paula sabía que le gustaba lo que estaba viendo.
Totalmente consciente de su poder como mujer, introdujo una mano en el agua y acto seguido derramó el líquido en su cuello, dejando que las gotas resbalaran por su cuerpo. Cerró los ojos un momento, echó la cabeza hacia atrás y disfrutó de la sensación.
Repitió la operación una vez más. Una de las gotas de agua se quedó sobre uno de sus pezones, casi invitando a Pedro a acercarse y lamerlo. Paula estaba deseando que lo hiciera, que se acercara, tomara el pezón entre sus dientes y lo succionara con fuerza.
Pedro comenzó a nadar hacia la orilla, lentamente, sin apartar la vista de la mujer. Y, antes de que pudiera darse cuenta, se encontró ante ella, colocó las manos a ambos lados de su cuerpo, rodeándola, y permaneció en el agua, entre sus piernas.
-Estás mojada -dijo él en un murmullo.
Después, y como si no pudiera evitarlo, se alzó un poco y lamió una gota de agua que permanecía en el cuello de Paula.
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