- ¿sí? - dijo Paula contestando al teléfono.
- ¿La señorita Chaves? - dijo una voz desde el otro lado del teléfono.
- Si soy yo ¿Quién habla? - dijo confundida.
- Soy Pedro Alfonso, no se si…
- ¿Qué quiere? - lo interrumpió secamente.
- Decirle que cuando quiera puede instalarse en MI casa - haciendo énfasis en la palabra MI.
- ¡Me instalaré cuando el abogado me diga que tengo que hacerlo! ¡no cuando usted me lo diga! - dijo enfurecida
- Precisamente por eso la he llamado, porque el abogado me ha dicho que a mas tardar tiene ser hoy o mañana, para el miércoles ya debe estar viviendo aquí. - le dijo el manteniendo la calma.
- Esta tarde iré a su casa - colgó.
¿Qué se creía ese buitre? ¿Qué podría darle órdenes a ella sin ni siquiera conocerla? ¡faltaba más! ¡a ella nunca le habían dado órdenes! Su abuela es cierto que le decía como debía de hacer las cosas, lo hacía por su bien, pero de ahí a mandarle…
¿Por qué le había contestado de esa manera? Se preguntaba Pedro después de que ella le colgase. ¿Estaría enfadada con él? Pero… ¿Qué motivos tendría? “No me extraña” dijo hablando solo. Aquella mañana le había tratado de la peor manera y era de suponer que ella estaría a la defensiva. “seré beep” se maldijo. No era propio de él tratar así a las personas, mucho menos a las mujeres.
- ¿Quién era? - preguntó Carlos dejando la taza de café sobre el fregadero.
- El buitre menor - dijo ella quedándose mirando al móvil.
- ¿y que quería? - siguió preguntando al ver que su amiga no le contaba nada más.
- Tengo como plazo hasta mañana para instalarme en la casa esa. Cuanto antes lo haga mejor, asi que después de salir de trabajar iré allí.
- ¿y cómo te las vas a arreglar con las maletas?
- Supongo que cuando salga del trabajo vendré aquí a por ellas y luego iré a la casa esa - dijo resignada.
- ¿y porque no hacemos una cosa? Yo te voy a buscar mañana al trabajo con las maletas y así no tienes que andar de un lado a otro - Le propuso.
- ¿harías eso por mi? - le preguntó entusiasmada.
- ¡Claro! Sabes que sí.
- ¡Carlos gracias! ¡te quiero, te quiero! - dijo abrazándolo con fuerza.
- Si, si, pero todavía no has dicho las 3 palabras mágicas - poniendo cara de enfadado
- Las 3... ¡ah! ¡como eres! Jajaja - rió entendiendo lo que le dijo - ¡eres un sol!
Los dos comenzaron a reírse.
Pedro estaba en el despacho de su casa, sentado en el sillón de cuero tras una gran mesa de roble macizo preguntándose como cambiaría la situación ahora que tendría que convivir con ella. ¿se llevarían bien? ¿podrían vivir bajo el mismo techo durante un mes sin tirarse los trastos a la cabeza? Se puso de pie y miró por la ventana. El jardinero estaba regando las flores del jardín mientras el chofer limpiaba el coche con una esponja amarilla y un balde de agua.
Dos horas después…
- ¿y Pedro? ¿crees que ya ha llegado?
- No creo. Quedamos en vernos en la puerta del restaurante. Si no está aquí es porque aún no ha llegado. - le contestó Marcos.
- ¿Qué hacemos? ¿le esperamos?
- Mejor entramos a pedir mesa, no vaya a ser que nos quedemos sin sitio por llegar tarde. - le advirtió él.
Los dos entraron al comedor y se sentaron en una mesa que estaba junto a la ventana.
Esperaban que su amigo llegase pronto, antes de que la camarera les fuese a preguntar por la comida.
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