Él asintió.
-Jamás pondría en duda que tienes carácter. Pero en el brillo y en la apertura de tus labios no tiene nada que ver el carácter. Esa reacción se debe a la intervención de otra parte de la personalidad de Paula.
Pedro la miró durante unos largos segundos y ella supo que no podía ocultarle la verdad. Después, el hombre bajó la mirada y Paula sintió que sus senos subían levemente, pero Pedro tardó un poco más en llegar a ellos; antes, detuvo la vista en su boca, en su cuello y en sus hombros.
Cuando por fin contempló los pechos de la mujer, Paula los sintió más pesados y tensos bajo su hambrienta mirada.
-Aquí no hace frío en absoluto -murmuró él-, así que dudo que sientas escalofríos.
Paula pensó que, de nuevo, tenía razón. Y como para demostrarlo, sus pezones se endurecieron aún más mientras imaginaba que se inclinaba sobre ella y los succionaba.
-Pero eso es demasiado fácil -continuó él-. Sigamos, entonces. Tu piel brilla de un modo especial. Estás ruborizada y respiras de forma entrecortada porque te has excitado.
La mujer cerró los ojos e intentó tranquilizarse, pero no pudo.
-Tu vientre tiembla un poco porque estás intentando controlar tus reacciones físicas en lugar de dejarte llevar.
Paula suspiró con suavidad, pero no abrió los ojos. Siguió concentrada en su voz, intentando no pensar en el deseo de acercarse más a él y comenzar a acariciarlo.
-Aunque intentas permanecer derecha, tus piernas también tiemblan. Puedo notar los músculos, tensos bajo tu piel.
Al sentir un roce en uno de sus muslos, Paula abrió los ojos.
-No pensaba que el contacto físico formara parte de la demostración -declaró, con respiración jadeante.
-Y no forma parte de ella. No necesito tocarte para saber lo mucho que me deseas - dijo, mientras acariciaba de forma casi imperceptible el vello de su sexo. Pero si lo hiciera, si te tocara, estoy seguro de que ambos seríamos plenamente conscientes de lo mucho que me deseas.
Ella asintió. Sabía dónde debía tocarla para demostrar que estaba en lo cierto. Estaba muy húmeda y tan excitada que había separado un poco las piernas. El simple hecho de imaginar que podía introducir una mano entre sus muslos bastó para que gimiera.
-¿Admites que es cierto? -preguntó él, manteniendo la mano a un centímetro escaso del sexo de la mujer-. ¿Estoy en lo cierto al pensar que estás muy excitada?
Ella asintió. Ya no se sentía con fuerzas para mentir.
-Es cierto.
Definitivamente, estaba muy excitada. Tanto, que le habría hecho el amor apasionadamente y sin cuidado en ese mismo instante, contra el lavabo, para hacerlo después, con más tranquilidad, en la bañera. Lo habría hecho, sin ningún tipo de dudas, de no haberse encontrado en la mansión de Max.
-Te deseo. Y tú me deseas a mí -susurró ella.
Pedro no intentó negarlo.
-Te he deseado desde que contemplé tu tobillo en la terraza de mi despacho -dijo con intensidad.
A Paula la habían deseado muchas veces. Se había acostado con muchos hombres y había mantenido algunas relaciones. Pero nadie la había hecho sentir de aquel modo, nadie había despertado en ella una pasión tan primaria y desaforada.
En muchos sentidos, aquella era una primera vez.
-No hay duda, nos deseamos -dijo ella-, pero esto podría complicar mucho las cosas con Max, ¿no te parece?
Él gimió, frustrado.
-No debimos empezar con este juego cuando ambos sabíamos que no lo íbamos a terminar -continuó Paula.
En realidad. Paula estaba deseando que Pedro le llevara la contraria y le dijera que podían hacer el amor, que no había nada malo en ello. Pero Pedro la miró durante un momento y, acto seguido, apartó la vista.
-Es cierto, tienes razón. Hemos cometido un error *beep* -dijo él mientras se pasaba una mano por el pelo.
El hombre alcanzó entonces una toalla y se la puso alrededor de la cintura.
-Lo siento, Paula.
Paula suspiró ahora que sabía que no iban a terminar lo que habían empezado. Pensó en la posibilidad de inclinarse para recoger la toalla que había dejado caer, pero no quiso hacer algo así delante de un hombre tan impresionante y dispuesto como él, porque probablemente no se habría contenido. Así que tomó una toalla nueva, limpia, y se la cerró alrededor del cuerpo.
-Teniendo en cuenta que últimamente no tengo ningún orgasmo que no me provoque con mis propias manos o con un vibrador, creo que tú no lo sentirás tanto como yo -dijo ella de repente.
Paula se sorprendió de inmediato por lo que acababa de decir sin darse cuenta. Pero William reaccionó con total naturalidad.
-No puedo creer que no te hayas acostado con nadie últimamente. Eres la mujer más sensual y deseable que haya conocido, Paula. Estoy seguro de que puedes tener a todos los hombres que quieras cuando tú quieras.
Paula pensó que no podía tener al único que quería en ese momento: él.
-Ha pasado bastante tiempo. No me he acostado con nadie desde otoño -confesó, bajando la mirada.
Ni siquiera sabía por qué le confesaba algo tan íntimo a Pedro. Tal vez, porque su corazón se había acelerado, durante un momento, al oír que le parecía la mujer más deseable del mundo. Una vez más quedaba demostrado que los halagos podían.
Pedro no dijo nada. Se acercó más a ella y la miró con intensidad. Sus ojos brillaban, llenos de pasión. Paula intentó dar un paso atrás, pero el lavabo se lo impidió.
-Eso es demasiado tiempo -dijo él.
Antes de que Paula pudiera darse cuenta, Pedro introdujo una mano en su cabello, la atrajo hacia sí y la besó.
El beso fue mucho más apasionado que el que se habían dado en la terraza del edificio de oficinas. Fue cálido y hambriento, y Paula se derritió contra él. Le estaba haciendo el amor con la boca y con la lengua, de tal modo que la excitación creció en el cuerpo de ella y solo deseó llegar más lejos, hacer justo lo que habían dicho que no harían.
Pedro posó una mano en la parte superior de su espalda desnuda y la bajó hasta la toalla. Ella gimió de forma casi imperceptible y él la besó con más fuerza. Cuando Paula sintió sus dedos en un muslo, supo lo que estaba a punto de hacer; un segundo más tarde, notó el contacto entre sus piernas.
-Oh... -gimió, dominada por el placer.
Ella se arqueó contra la mano del hombre y se volvió aún más loca cuando oyó su gemido de masculina satisfacción. Estaba muy húmeda. Por él.
-Oh, Pedro, por favor...
Pedro comenzó a acariciar su clítoris, con movimientos circulares, y la masturbó un buen rato antes de introducir un dedo en el interior de su sexo e imitar el movimiento con su lengua en la boca de la mujer.
Paula se estremeció y finalmente susurró:
-Ahora, cariño, ahora...
Pedro concentró toda su atención en el sexo de su amante y le dio lo que ella estaba deseando. Sintió tal placer y el orgasmo fue tan intenso que comenzó a temblar y él tuvo que abrazarla con fuerza para que mantuviera el equilibrio.
En todo momento siguió besándola, apagando sus gemidos contra sus labios mientras poco a poco regresaba a la normalidad. Pero tardó un buen rato en conseguirlo. Nunca había experimentado un orgasmo tan contundente.
-Es curioso. Justo antes de que entraras en el cuarto de baño, estaba pensando en lo mucho que deseaba provocar tus orgasmos y que gritaras -dijo él.
-Pues ya has conseguido el primero -dijo ella, en un murmullo.
Pedro rio y besó su frente, pero después dio un paso atrás y ella se quedó muy extrañada.
-¿Pedro?
-Deberías marcharte -dijo él en voz baja, mientras la llevaba hacia la puerta-. Creo que necesito otra ducha, una larga y fría ducha. Y por supuesto, puedes imaginar en qué estaré pensando mientras tanto.
Pedro la sacó del cuarto de baño y cerró la puerta antes de que ella pudiera protestar.
Después, permaneció en el exterior y oyó que él abría el grifo de la ducha.
Sí, sabía que estaba haciendo. Pero le habría gustado hacérselo ella en su lugar.
Tras otra ducha igualmente insatisfactoria, Pedro se vistió para bajar a cenar. Max era un hombre de costumbres sencillas, pero tenía algunos gustos bastante clásicos y siempre cenaban en el comedor. Sin embargo, aquella noche iba a ser especial. Paula iba a estar presente.
Paula. Al pensar en ella, cerró los ojos. No podía quitársela del pensamiento. Era tan seductora y atractiva, que le había costado un esfuerzo sobrehumano sacarla del cuarto de baño y alejarla de él.
Cuando la retó a quitarse la toalla, sabía que no sería capaz de resistirse. Tal vez había cometido un error, porque después de verla desnuda la deseaba aún más. Ahora no era capaz de hacer otra cosa que dejarse llevar por la imaginación, anhelaba tocar sus senos, succionar sus pezones, besar su vientre y lamer su entrepierna.
De hecho, había estado a punto de poseerla después de masturbarla. Ni siquiera sabía cómo había logrado contenerse.
-Relájate, hombre -murmuró.
Sabía que no tenía tiempo para tomar una tercera ducha, así que sería mejor que se tomara las cosas con calma.
Necesitaba hacer el amor con ella. Tocarla, besarla y apagar sus gritos de placer con los labios tal vez había servido para satisfacer a Paula; pero a él lo había frustrado aún más. A partir de ese momento ya no sería capaz de pensar en otra cosa que no fuera el sexo cuando estuviera con ella.
Y cuando no estuvieran juntos, tendría el recuerdo de su desnudez. No solo de su maravilloso cuerpo, sino también del brillo de seguridad y deseo de sus ojos, un brillo que no había observado antes, de un modo tan claro y definido, en ninguna otra mujer.
De haberse tratado de cualquier otra persona, no dudaba que le habría hecho el amor sin pensárselo dos veces. Y probablemente, en ese mismo instante lo estarían repitiendo por segunda o tercera vez.
-Pero eso no va a suceder -se dijo.
Unos minutos más tarde, después de vestirse y de controlar un poco su deseo, Pedro salió del dormitorio. La puerta de la habitación de Paula estaba abierta; echó un vistazo al interior y vio que no estaba, así que se dirigió al piso inferior de la mansión.
La casa estaba en total silencio y se preguntó si Max y Facundo habrían regresado. Al llegar al vestíbulo se encontró con la señora Harris, así que se lo preguntó.
-El señor Longotti está con ella -dijo la mujer de pelo gris.
-¿Se encuentra bien? La mujer frunció el ceño.
-Parecía pálido y cansado cuando regresó con Pieres -respondió-. Supongo que han sido muchas emociones en un solo día.
-Sí. La aparición de Paula ha sido una sorpresa para él. Pero estoy seguro de que lo hará muy feliz si finalmente resulta que es su nieta.
-Desde luego que sí. El señor Longotti adoraba a su hijo. Y perderlo de ese modo, justo después de haber perdido a la señora Paulina... fue terriblemente injusto.
-¿Paulina? -preguntó Pedro, confuso.
-Sí, claro, la esposa del señor Longotti.
Aquello explicaba la importancia del nombre que habían apuntado en la fotografía. Y por supuesto, también explicaba que Max estuviera tan interesado en el nombre real de Paula. De ser su nieta, la habrían llamado Paulina en honor a su esposa.
-Murió cuando el hijo del señor Longotti estaba en el instituto. Siempre pensé que su hijo se marchó de la mansión porque no podía soportar que su padre lo pusiera todo en tonos violeta para recordar a su esposa. No podía soportar el constante recuerdo.
Pedro sabía que Max era viudo, pero no sabía qué hubiera pasado tanto tiempo desde la muerte de su esposa. No le extrañaba que se sintiera tan solo. Habían pasado muchos años.
-Es triste –dijo el. La señora Harris asintió.
-Sí, lo es, por eso espero que Pieres sepa lo que está haciendo. El señor Longotti no soportaría otra pérdida. Además, no se encuentra bien. Y si desarrolla afecto hacia esa joven y luego resulta que no es su nieta... le hará mucho daño. Podría destrozarlo.
La señora Harris apartó la mirada entonces, como si hubiera comprendido que ya había dicho demasiado.
En aquel momento, notó un movimiento en el salón delantero. Era Leo, que estaba mirando por el balcón, distraído.
A Pedro le pareció perfecto. Quería hablar con él, así que dejó a la señora Harris y se unió al sobrino de Max después de servirse una copa en el bar.
-¿Qué tal la cita de Max con el médico? - preguntó mientras se sentaba en uno de los sillones.
-Bien, pero se tendrá que hacer otras pruebas a lo largo de la semana. Es demasiado mayor para trabajar como lo hace y los médicos están preocupados por su salud.
El hombre siguió junto al balcón, dividiendo la mirada entre Pedro y el jardín.
-Ha tenido un día lleno de emociones. Él asintió.
-Sí. No lo había visto tan contento en mucho tiempo.
-No me extraña. Es una suerte que encontraras a su nieta después de tantos años -dijo, deteniéndose un momento para beber de su copa-. ¿Cuándo decidiste contratar a un detective para que investigara en Nueva York?
Mu buenos capítulos! cada vez les cuesta más esquivar lo que sienten!
ResponderEliminarWowwwwwwwww, qué intensos los 3 caps Naty. Espectaculares!!!!!!!
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