Pedro odiaba invadir la intimidad de Paula hurgando en su bolso. Pero si no encontraba él mismo su dirección, tendría que pedírsela a Federico , así que sacar la cartera de Paula de las profundidades del bolso le parecía el mejor de los males.
En cuanto se encontró frente a su casa, situada en Coral Springs, supo que Paula no había exagerado las modestas circunstancias de su origen. La casa parecía limpia, pero había conocido mejores días. Se trataba de un antiguo bungalow, con la fachada pintada en verde limón, y pidiendo a gritos una nueva capa de pintura.
Alguno de los habitantes de la casa tenía una extraña pasión por los animales de cerámica. La zona del jardín estaba repleta de ardillas, caimanes y erizos de barro. Daba la sensación de que en cualquier momento iba a salir de la casa la mismísima Blancanieves.
—No vienes a traernos la pizza —fue el saludo de una adolescente con gafas y el ceño fruncido que abrió la puerta antes de que él llamara.
—No, no he venido a traer ni salami ni champiñón.
—Carne, ¡puaj! La pizza que yo he pedido es de espinacas, cebolla y ajo. Aunque eso no es asunto tuyo, claro.
—No, no es asunto mío. Aunque me gustaría preguntarte algo... No tienes ninguna cita esta noche, ¿verdad? Lo digo por lo de la cebolla y el ajo.
—Que seas guapo no quiere decir que tengas derecho a cuestionar la pizza que he elegido. ¿Ahora vas a decirme quién eres y qué pretendes venderme?
—No quiero venderte nada.
—¿Ah, no? Eh... espera un momento, ¿eres el mismo tipo que ha llamado hace un rato preguntando por Paula?
—Sí, soy Pedro. Le traigo su bolso —le tendió el pequeño bolso de Paula.
—Soy Sol, su hermana. Paula no está aquí. Yo pensaba que ibas a quitarle la ropa, no el bolso.
Al recordar lo que había dicho cuando Sol había contestado el teléfono, Pedro se sonrojó violentamente.
—Estás incluso más guapo cuando te sonrojas. ¿Por qué no pasas a esperarla?
Acababan de entrar cuando llamó a la puerta el motorista de la pizzería. Pedro pagó la pizza y procedió a devorar un tercio de la misma mientras Sol y él empezaban a conocerse en la cocina.
—Sabes, probablemente no deberías haber comido pizza si tú y Paula tienen una cita esta noche.
—¿Paula tiene una cita esta noche?
Pedro miró fijamente a la mujer que acababa de entrar en la cocina. Al momento comprendió de dónde habían sacado Paula y su hermana sus chispeantes ojos azules.
—Tú debes de ser la madre de Paula. La mujer asintió sonriente, mientas lo recorría de los pies a la cabeza con la mirada.
—Sí, soy Alejandra. ¿De verdad has venido a buscar a Paula? Vaya, esta semana están pasando cosas geniales.
—Mamá, ¿has comido algo en todo el día? — le preguntó Sol, mientras sacaba otro plato—. Llevas horas metida en el estudio.
Alejandra sacudió la mano con aire ausente, como si la cuestión de la comida fuera una nimiedad. Pedro observó con interés mientras Sol instaba a su madre a sentarse en una silla y le ponía un plato y un vaso delante. Tenía la sensación de que era algo que ocurría con frecuencia.
—¿Estudio? ¿Eres artista? —preguntó Pedro.
—Ceramista. La cerámica es mi última pasión. Tengo el estudio en el garaje.
—Ah, y la colección de animales en el jardín.
—En cualquier caso, siempre es mejor que la escuela de danza nudista —musitó Sol.
—Era una escuela de danza artística, Sol.
—Eran unos cuantos tipos gordos y desnudos intentando imitar a los elementos girando como si fueran la tierra, el viento y el fuego.
Pedro mordió otro trozo de pizza para disimular una carcajada.
—Disfruté mucho ayudando a la gente a descubrir su belleza interna.
—Tendrían belleza interna, mamá, pero tienes que reconocer que había algunos tipos increíblemente feos en tu escuela de danza, por lo menos exteriormente.
Pedro se echó a reír. La hermana de Paula le gustaba cada vez más.
Así que Alejandra era la soñadora irresponsable que, por lo que Paula le había contado, no había tenido suerte en el amor. Y Sol, la adolescente que, obviamente, había madurado mucho más que otras chicas de su edad. ¿Y qué lugar quedaba reservado para Paula? Pedro tenía la sensación de que Paula quedaba exactamente en el medio: siendo la adulta en la relación con su madre al mismo tiempo que intentaba ayudar a su hermana a continuar siendo una niña.
En ese momento deseó más que nunca estar a su lado. Llegar a conocerla, enterarse de sus secretos, de sus auténticos sueños y deseos. Decirle que comprendía que necesitara ser libre y desinhibida aunque solo fuera durante el corto espacio de un fin de semana.
—Y tú, Pedro, ¿a qué te dedicas?
Antes de que hubiera podido contestar, sonó el teléfono. Sol contestó y le indicó con un gesto que se trataba de Paula. A Paula no le dijo que Pedro estaba allí, parecía estar demasiado ocupada escuchándola. Sol hizo una mueca y elevó los ojos al cielo. Al cabo de un minuto, colgó el teléfono y miró a Pedro.
—¿Tienes ganas de volver a Boca? Paula se ha metido en un lío.
Pedrose levantó al instante y se dirigió hacia la puerta antes de que Sol hubiera podido decir una sola palabra.
—Oh, es todo un caballero —dijo Alejandra.
—¿Quieres saber dónde está? Pedro se detuvo para que Sol le indicara la dirección y volvió a girar.
—Espera —Sol le tendió el bolso de Paula—. Probablemente lo necesite. Creo que va a pagar una multa.
Paula no iba a volver a ignorar una señal de prohibido aparcar en todo lo que le quedaba de vida. En aquel momento, aquel propósito ocupaba uno de los primeros lugares de la lista de beep a evitar a toda costa. El tercero para ser más exactos, después del de no volver a rizarse nunca el pelo y del de no volver a acostarse con un desconocido.—Gracias por prestarme el dinero para hacer la llamada —le dijo al hombre que estaba a punto de llevarse su coche al depósito.
—No hay de qué —respondió el hombre con una sonrisita—. La dirección del aparcamiento está en la tarjeta. Puede devolverme el dinero mañana por la mañana, cuando vaya a buscar su coche.
Cuando había vuelto dé la playa y lo había encontrado subiendo el coche a la grúa, le había suplicado que no se lo llevara. Desesperada, le había ofrecido cincuenta dólares a cambio de que olvidara todo sobre ella y había abierto la puerta del coche para sacar el bolso. Pero no había encontrado ni el bolso ni los cincuenta dólares. De hecho, ni siquiera tenía una moneda que le permitiera hacer una llamada de emergencia y había tenido que pedirle el dinero al conductor de la grúa.
Después de que este se marchara, Paula se sentó desalentada en los escalones de madera que bajaban a la playa, apoyando la cabeza entre las manos. Aquel había sido uno de los peores días de su vida.
Cuando oyó el motor de un coche, ni siquiera alzó la cabeza. No podía ser el de su madre. El viejo Volkswagen «escarabajo» hacía un ruido completamente diferente al de cualquier otro motor. Se estremeció al pensar que tendría que montar en aquella cosa a la que su madre llamaba «el ***** del amor».
Cuando Paula tenía diecinueve años, Alejandra le había explicado el motivo del nombre. Y desde que se había enterado de que Sol había sido concebida dentro de él, Paula se había negado a montar en el coche a menos que fuera inevitable.
—Un bolso a cambio de tus pensamientos.
Paula conocía aquella voz. Alzó tan rápidamente la cabeza, que casi pudo oír el crujido de su cuello. Y vio a Pedro. Sí, definitivamente era Pedro, no su hermano gemelo. Antes de que pudiera contestar, Pedro se sentó a su lado.
—¿Cómo...? ¿Qué...?
—Te dejaste el bolso al lado de mi camioneta. Lo llevé a tu casa y estaba allí cuando llamaste.
—Gracias. No sé cómo se me ha podido caer sin que me diera cuenta.
Así que allí estaban, otra vez en una romántica playa. Una situación muy peligrosa. Pero Paula no podía evitar estarle agradecida. Pedro se había tomado un montón de molestias... Primero yendo a su casa, después yendo a buscarla para devolverle el bolso.
—Vamos a dar un paseo por la playa —sugirió Pedro, agarrándola del brazo.
—No creo que sea una buena idea. ¿Tú y yo solos otra vez en la playa?
—Sí —contestó Pedro con una sonrisa lobuna.
—¿No crees que eso es buscarse problemas?
—Solo quiero hablar contigo, Paula, ¿de acuerdo? Te lo prometo.
Paula pensó en ello y frunció el ceño.
—Claro, iremos paseando por la playa y cuando volvamos nos daremos cuenta de que la grúa se ha llevado tu camioneta. Entonces los dos tendremos que intentar averiguar una forma de volver a casa esta noche.
—Aquí al lado hay un hotel en el que podríamos quedarnos —inclinó la cabeza hacia el edificio que tenían tras ellos, con una expresión tan esperanzada que Paula no pudo evitar una sonrisa.
—No sé por qué, pero tengo la impresión de que un hotel de cinco estrellas está más allá de las posibilidades de Pedro el jardinero.
—Y de Paula la escaparatista.
Qué geniales los 3 caps Naty. Cada vez más linda esta historia.
ResponderEliminarHermosos capítulos! ojalá pau se de cuenta de que Pedro es el indicado para ella!
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