viernes, 15 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres Parte 2: Capítulo 11

Era Paula.
Al verlo, ella se quedó tan helada como él. Sus miradas se encontraron y ambos se quedaron sin aliento. Ninguno de los dos sabía lo que iba a pasar.
Pedro notó el asombro en su cara. Paula Chaves no era una mujer que se sorprendiera con frecuencia, pero en aquel momento lo miró con ojos desorbitados y boquiabierta.
-¿No te han enseñado a llamar a la puerta? -preguntó él.
Pedro no tenía la menor intención de ponerse la toalla. Si Paula seguía allí, contemplando su cuerpo desnudo en lugar de marcharse, él estaba dispuesto a concederle ese pequeño espectáculo.
Ella llevaba una toalla alrededor de su cuerpo, lo suficientemente larga como para cubrir lo esencial. Se había recogido el pelo y en una mano llevaba un bote de gel de baño. En cuanto a su otra mano, la apretaba contra su pecho con fuerza.
En lugar de marcharse, Paula lo contempló de los pies a la cabeza, sin poder evitarlo. Incluso en la distancia, Pedro  notó que su pulso se aceleraba y que sus mejillas se ruborizaban levemente. Un momento después, la mujer suspiró y la toalla que cubría su cuerpo se aflojó un poco. Él estaba deseando que cayera al suelo para admirar su desnudo.
En otra mujer de curvas menos generosas, la toalla habría sido suficiente para cubrir todo lo posible. Pero en Paula , apenas cubría su grandes senos. En aquel instante, Pedro supo que la ajustada camiseta que había llevado minutos antes no le hacía justicia.
Hasta entonces, siempre había pensado que en las mujeres le gustaban, sobre todo, las piernas. Pero su opinión acababa de cambiar radicalmente. A partir de ese momento, los pechos habían pasado al primer lugar de su lista.
En cuanto a la parte inferior de la toalla, apenas la tapaba lo suficiente y se podían adivinar los rizos de su sexo. Pedro  gimió sin poder contenerse y se le quedó la boca seca. Al salir de la ducha, estaba medio excitado. Ahora, su cuerpo reaccionó como cabía esperar.
Ella lo notó y dijo:
-Oh, Dios mío...
Paula estaba paralizada. Todavía no sabía lo que había ocurrido. Había entrado en el cuarto de baño dispuesta a ducharse y relajarse un poco y se había encontrado, cara a cara, con el hombre más atractivo y perfecto que había visto en su vida.
Era perfecto, sí, y estaba maravillosamente desnudo.
Pedro Alfonso era la fantasía de una mujer hecha realidad. Le bastó mirarlo para saber por qué se alegraba tanto de pertenecer al sexo femenino.
Sus anchos hombros parecían pensados para aferrarse a ellos con fuerza. Su pecho era fuerte y liso, y al contemplarlo, los pezones de Paula se endurecieron bajo la toalla.
El agua todavía resbalaba por su cuerpo, como pudo observar mientras bajaba más la mirada. Se quedó asombrada y sintió que se humedecía sin poder evitarlo. Un deseo incontenible la asaltó. Quiso hacer el amor con él de inmediato, en aquel mismo momento, pero de alguna forma se las arregló para mantenerse en el sitio y seguir examinándolo.
Su piel era morena. Lógico, teniendo en cuenta que le había dicho que vivía en Florida. Pero su tono muscular fue toda una sorpresa para ella; no era el típico ejecutivo que esperaba, sino un hombre con un cuerpo tan perfecto que habría vuelto loca a cualquier mujer.
Su pecho mostraba un oscuro vello que se cerraba alrededor de los pequeños pezones que Paula deseaba lamer y descendía hacia su vientre. Estaba muy excitada, pero se excitó mucho más cuando la erección de Pedro se hizo completa, segundos más tarde. Entonces, se sintió desfallecer. Dejó caer el gel de baño y se apoyó en el lavabo para mantener el equilibrio.
Se suponía que las mujeres no reaccionaban así. Que preferían ramos de flores, luces de velas, promesas susurradas, suaves y dulces besos antes de pasar a situaciones más íntimas. Pero, por supuesto, era mentira. Paula deseaba a aquel hombre y lo quería ya, en aquel instante.Pedro Alfonso era inmensamente atractivo.
-¿Te has perdido? -preguntó él, sin hacer esfuerzo alguno por ocultar su desnudez.
-Yo... el ama de llaves dijo...
-¿La señora Harris? Ella asintió.
-Cuando me llevó a mi dormitorio, me dijo que podía disponer de la casa a mi antojo.
-¿Incluido mi cuarto de baño?
-No sabía que fuera tu cuarto de baño. Dijo que mi habitación tenía las mejores vistas de la mansión, pero se disculpó porque el servicio solo tiene una bañera normal. Y añadió que este cuarto de baño también tiene jacuzzi.
-Es cierto -dijo-. Deberías probarlo. Te encantará.
-No sabía que estuvieras aquí, porque dijiste que Max vivía solo. Yo solo quería darme un baño y no comprendí que...
-Yo también soy un invitado de Max.
-Siento haberte interrumpido de este modo.
-¿Lo sientes tanto como para alcanzarme una toalla?
-Solo una tonta lo sentiría tanto -respondió, sin apartar la mirada de su cuerpo. Pedro sonrió.
-¿Y has caminado por toda la casa sin más ropa que esta toalla? -preguntó él.
-Me alojo en la habitación contigua. Solo he tenido que dar unos cuantos pasos.
Naturalmente, era cierto. Paula se sentía cada vez más incómoda en la enorme mansión, así que había decidido darse un baño para intentar relajarse un poco. Pero, por supuesto, no esperaba encontrarse con un hombre desnudo. Aunque lo deseara con locura.
-¿Crees que esto es justo?- preguntó él, entre risas,
-¿Justo?
-Claro. Ahora has comprobado lo que eres capaz de provocar en mí. He tenido que darme una ducha helada por tu culpa.
Paula pensó que la declaración de Pedro era uno de los cumplidos más bonitos que le habían hecho en toda su vida.
-Los hombres no pueden ocultar estas cosas -dijo ella, sin dejar de contemplar su impresionante sexo.
-Las mujeres, también.
-¿Sí? -preguntó, arqueando una ceja.
-Oh, desde luego. Lo ocultáis un poco más, pero si un hombre sabe cómo mirar, puede notar claramente vuestra excitación.
-¿Y se supone que tú eres un experto en esas cosas?
Pedro se encogió de hombros.
-Tal vez.
Paula no dudaba en absoluto que Pedro  tenía mucha experiencia con las mujeres, pero también sabía que el cuerpo de las mujeres era más discreto que el de los hombres. Una simple mirada al endurecido sexo de su acompañante resultaba suficientemente clarificadora.
Se cruzó de brazos y dijo:
-Además del endurecimiento de los pezones, que también puede estar provocado por un simple escalofrío, la excitación de las mujeres no se nota tanto. No te creo.
Pedro la miró con una amplia sonrisa, como si Paula acabara de caer en una trampa. Y cuando habló, ella supo que efectivamente la había atrapado.
-Solo hay una forma de demostrar que tengo razón -murmuró él, mirándola con malicia-. Quítate la toalla.
Paula  se mordió un labio y notó el cambio de voz de Pedro. Era obvio que no la creía capaz de hacerlo; a fin de cuentas había entrado en el cuarto de baño por accidente y él no se había expuesto de forma intencionada a ella.
Aquello era diferente. Qué mujer habría dejado caer la toalla en pleno día para mostrar su cuerpo desnudo a un hombre al que había conocido unas horas antes, a un hombre con el que no mantenía relación alguna y con el que jamás había intimado.
La desnudez siempre intimidaba un poco con cualquier nuevo amante. Pero aquella situación bordeaba el exhibicionismo.
Para desnudarse, hacía falta ser una mujer con una gran confianza en sí misma y mucha seguridad.
Pero Paula poseía las dos virtudes.
Sin apartar la mirada de los ojos de Pedro, se llevó una mano al nudo que había hecho en la parte superior de la toalla, sobre sus senos, y él arqueó una ceja.
-¿Crees que no lo voy a hacer? -preguntó ella.
-Creo que quieres convencerme de que podrías hacerlo -dijo él.
Se preguntó si, a pesar de estar desnudo, todavía llevaba encima algo del comportamiento de ejecutivo frío y conservador que era a veces. Paula  quería descubrirlo en aquel mismo instante.
Desató la toalla, apartó la mano y dejó que la fuerza de la gravedad hiciera el resto.
Pedro sonrió de oreja a oreja mientras contemplaba el desnudo cuerpo de Paula. No mostró la menor sorpresa ni hizo el menor ademán de apartar la mirada.
Ella supo, entonces, que no estaba ante un hombre con inhibiciones.
Permaneció quieta, sin moverse, sabiendo muy bien lo que Pedro veía. Senos generosos, cintura estrecha y un vientre liso como resultado de las docenas de abdominales que hacía a diario. Sus caderas eran algo más redondas de lo que le habría gustado, pero estaban muy bien para una mujer de treinta años. Y en cuanto a sus piernas, ya sabía que le gustaban. Lo había notado en la terraza.
Pedro suspiró. Obviamente, había aprobado el examen.
-No pensabas que lo iba a hacer, ¿verdad? El hombre inclinó la cabeza y la miró.
-Al contrario, Paula, estaba seguro de que lo harías. ¿Por qué crees que lo he sugerido si no?
Pedro no bromeaba. Sabía que Paula aceptaría el reto; solo hacía unas horas que la conocía y ya sabía más cosas de ella que mucha gente.
-Muy bien, ya estoy desnuda. Ahora, ¿vas a demostrarme tu enorme experiencia con las mujeres?
Pedro  se acercó a ella y se detuvo a medio metro de distancia. Paula podía sentir su cálido aliento en una mejilla, y en cuanto a su erección, se encontraba a escasos centímetros del cuerpo de la mujer. Sin pretenderlo, arqueó la cadera hacia delante.
Estaba muy excitada, pero mantuvo la calma. Lo único que denotaba su alteración eran los dedos de sus manos, que se aferraban al lavabo en el que se había apoyado.
-Tienes los ojos vidriosos, tus pupilas están dilatadas y tus párpados están algo caídos. Paula parpadeó.
-Es porque hay poca luz. Pedro rio. Sabía que su explicación era mentira.
-Ya, pero tus labios están entreabiertos - declaró con voz suave, casi musical-. Estás pensando en besar, en que te besen o en utilizar tu boca para hacer algo más que hablar. Para hacer muchas cosas.
Paula pensó que estaba acertando de lleno, pero no lo admitió.
-Que mis labios estén entreabiertos no significa nada. Podría ser un gesto de carácter, por ejemplo.

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