lunes, 11 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres: Capítulo 24

—Oh, ¿tu madre no té lo ha contado? Supongo que está demasiado avergonzada. En fin, no pretendía entrometerme en tu vida, Paula, sinceramente. Solo le pedí a mi abogado que hiciera algunas averiguaciones sobre tu pasado. Una tiene que ser muy cuidadosa, ya sabes.
—Dígame qué es lo que sabe de mi madre.
—Bueno, el hombre con el que estaba saliendo últimamente, un tal Howard, estuvo convenciendo a mucha gente para que invirtiera en una nueva aventura empresarial. Un centro comercial lleno de galerías de arte y tiendas de artesanía —se interrumpió, buscando la confirmación de Paula, pero esta no respondió—. Tu madre lo ayudó y animó a otras personas a invertir. Y ahora él ha desaparecido, llevándose todo el dinero.
Paula suspiró, se inclinó contra el escritorio y sacudió la cabeza desconcertada. Sabía que Alejandra no estaba bien y en ese momento deseó haberse molestado en averiguar lo que le pasaba.
—Mi madre solo es culpable de ser una mujer confiada y de gran corazón.
—Sí, estoy segura. Y espero que la policía no sea demasiado dura con ella, aunque, por supuesto, está siendo investigada como cómplice. Pero como tu madre también ha perdido mucho dinero, quizá sean comprensivos con ella.
Paula sintió que se le debilitaban las piernas. Se sentó lentamente sobre la superficie del escritorio, presa de un terrible shock. Sara observaba atentamente cada uno de sus movimientos.
—¿Cuánto dinero ha perdido? —se atrevió a preguntar Paula, con voz trémula.
—Mis fuentes dicen que retiró del banco una gran suma de una cuenta que habíais abierto ella y tú hace unos cuantos años —cuando a Paula se le llenaron los ojos de lágrimas, Sara se levantó de la silla y le palmeó cariñosamente el hombro—. Lo siento, Paula, pero la cuenta está vacía.
—¿Cómo ha podido...? Ella me prometió...
—Lo sé. Me gustaría poder ayudarte. Y también a tu madre y a Sol. Esa chica parece ser muy inteligente. Se merece mucho más que pasar años y años trabajando mientras intenta terminar sus estudios.
Y ahí era a donde Sara quería llegar, Paula estaba segura.
—¿Por qué no me dice qué es lo que quiere? —le preguntó—. ¿Está intentando sobornarme? ¿Quiere que convenza a Pedro de que renuncie a su sueño y a cambio pagará los estudios de mi hermana y le evitará a mi madre cualquier problema legal?
—¿Sobornarte? No, por supuesto que no. Pero creo que a tu hermana le sería de gran ayuda que te casaras con el más importante ejecutivo de Alfonso´s. Y es obvio que gracias a las relaciones de los Alfonso podrías conseguirle a tu madre los mejores abogados
—¿Siempre ha intentado controlar así a los miembros de su familia? Dios mío, no me extraña que Pedro haya tenido que marcharse.
—Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por mi familia. Y, por supuesto, también a darles un empujoncito en la dirección indicada cuando la ocasión lo requiere. Como, por ejemplo, cuando tienen a la mujer de su vida delante de sus narices y no son capaces de verla.
—¿De qué está hablando?
—¿Nunca te has preguntado por qué te envió Federico a ese congreso?
—Por supuesto que sí. ¿Es que usted tuvo algo que ver con ello?
—Le pedí que te permitiera ir. Y me aseguré de que el director del centro turístico le ofreciera a Pedro pasar allí el fin de semana.
Paula la miraba sin comprender.
—¿Pero por qué?
—Por el escaparate, por supuesto. El mismo día que apareció ese escaparate, Pedro  me había dicho que se le había pinchado una rueda en medio de la tormenta, delante de las galerías. Ese escaparate demostraba que lo habías visto y te habías sentido atraída por él. Yo me di cuenta de que, en cuanto te conociera, se volvería loco por ti. Y lo único que hice fue dar un pequeño empujoncito para que los dos os encontrarais en el lugar indicado.
Paula no era capaz de pronunciar palabra.
—Y funcionó, ¿verdad? Todo terminó exactamente tal como me lo imaginaba. Ahora ya solo tienes que terminar el trabajo.
Pedro llegó a las galerías el sábado por la tarde decidido a darle a Paula una sorpresa. Se había pasado el resto del día revisando papeles y preguntándose, no por primera vez, si iba a ser capaz de sacar adelante su empresa. Pero incluso eso le parecía menos importante que la otra cuestión que ocupaba su mente: su relación con Paula.
La noche anterior había demostrado lo que sospechaba desde hacía semanas: estaba enamorado de ella. Y quería decírselo. Además, quería asegurarse de que Federico había visto el escaparate y había comprendido el mensaje.
En cuanto llegó, corrió a buscar a su hermano.
—En, canalla. Has tenido suerte —Federico lo recibió con una enorme sonrisa.
—¿Lo has visto?
—Sí, lo he visto —admitió Federico—. Pero dime, ¿de verdad era ese modelito azul... el de la cremallera?
—No pienso decirte una sola palabra. Y lo que tienes que hacer ahora es alejarte para siempre de ella.
—Hecho —respondió Federico. Casi inmediatamente, Pedro se fue a buscar a Paula.
Cuando llegó al taller de Paula y oyó voces, pensó al principio que se trataba de la radio. Pero al reconocer la voz de su abuela, se quedó paralizado con la mano en el picaporte.
—¿Qué se supone que tengo que hacer? — oyó preguntar a Paula.
—Bueno, hay varias formas de llevar a cabo esta tarea. Una podría ser pedírselo amablemente. Decirle que si te quiere, debería estar dispuesto a hacerlo.
—Olvídelo. No puedo convencer a Pedro de que deje su trabajo.
Pedro sintió un agudo dolor en la sien.
—Quizá ni siquiera haga falta, Paula. Pedro está tan distraído contigo que posiblemente fracase. Lleva mucho retraso en su proyecto y, si lo mantienes ocupado, el desastre llegará de forma natural.
Aunque le resultaba difícil, Pedro se obligaba a sí mismo a permanecer en silencio. Necesitaba oír la respuesta de Paula. No quería creer que aquello fuera cierto.
—¿Y cómo sabe que el proyecto no va bien?
—Tengo mis fuentes. ¿Pero de verdad dudas de que yo pueda tener acceso a ese tipo de información?
—No. Es usted muy meticulosa, ¿verdad? Lo tenía todo perfectamente planificado. Me envió a ese congreso para que pudiéramos conocernos y comenzáramos una relación.
El dolor de la sien se transformó en un intenso palpitar. ¿Su abuela había conspirado con Paula para hacer fracasar el trabajo más importante de su vida?
—Yo no forcé a Pedro a hacer absolutamente nada. Los dos son adultos. Y si él ha permitido que su relación lo distraiga de su trabajo, eso solo demuestra lo que te he estado diciendo: que no se dedica a su empresa tanto como dice. Pedro está preparado para volver, Paula. Ahora solo necesita que lo ayudes a darse cuenta.
Pedro se alejó de allí, incapaz de seguir escuchando. Que su abuela pudiera hacerle una cosa sí no lo sorprendía. Había crecido en su casa y sabía que, en nombre del amor y de la lealtad a la familia, siempre había estado dispuesta a jugar sucio.
¿Pero Paula? No quería creerlo. ¿Habría sido consciente de los planes de Sara desde el principio? Evidentemente sí, puesto que su abuela la había enviado intencionadamente a la conferencia.

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