sábado, 2 de mayo de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 26

—Eres bajita —pinchó Paula—. Pero el vestido no queda bien. Las dos estábamos mejor con el otro. Espero que a Julia no le importe que sea tan ceñido a la cintura.
—¿Crees que le dará envidia porque su tripa está creciendo? Hum. No lo había pensado —Sofía  sonrió—. Que rabie un rato. Ella tendrá su bebé —estiró el vestido—. Cuando Manuel y yo nos casemos iremos a por niños desde el primer día. Me encanta la idea. Creo que me imaginé cómo sería estar embarazada las dos primeras semanas que tomé la píldora.
—¿Te hinchaste? —preguntó Paula compasiva—. Por eso yo no la tomo. Además, me sienta fatal.
—A mí también. Pero lo peor ya pasó. Es mucho más molesto que el problema de los preservativos.
—¿Qué problema de los preservativos?
—Ya sabes. Que no son seguros al cien por cien. Si se utilizan perfectamente, en pruebas controladas, tienen un noventa y siete por ciento de eficacia. Pero en la utilización normal, eso baja mucho.
Sofía siguió hablando, pero Paula no la oía.
Menos eficaces implicaba más riesgo de embarazo. Y Pedro y ella sólo habían utilizado preservativos. Ella no tomaba nada y él no había preguntado. Aunque tampoco habría podido hacer mucho más.
Se tocó el estómago e intentó relajarse. Aunque no fueran seguros al cien por cien, Pedro y ella sólo habían hecho el amor unas cuantas veces. No podía haber ocurrido nada. En realidad no. ¿O sí?
Dos largas horas y media después, Paula  consiguió salir de la tienda. Había tenido que sufrir la prueba del vestido de novia y Sofía se había quedado con ella. Fue directa a una farmacia y compró dos pruebas de embarazo distintas. Estaba segura de que no había problema, pero algo de evidencia científica no haría ningún daño.
Había contado los días en su calendario y llevaba un poco de retraso. Sólo un par de días, pero retraso.
Le costaba respirar por la tensión. No podía estar embarazada. Quería hijos, pero no aún. Ni así.
Recordó todas las historias de horror que Pedro le había contado. Si estuviera embarazada, pensaría que era igual que el resto de las mujeres de su vida. Nunca confiaría en ella.
Asustada y temblorosa, abrió las dos cajas e hizo la prueba. Cinco minutos después miró las dos tiras de plástico y gimió.
Una indicaba embarazo y la otra no.
—Típico —dijo, tragándose unas lágrimas de frustración—, Tengo que saberlo.
Miró la primera caja y llamó al teléfono de atención al cliente.
—Hola —dijo, cuando contestó una mujer—. Me he hecho una de sus pruebas de embarazo hace unos minutos. Y también una de otra marca. La suya dice que no estoy embarazada, la otra dice que sí. ¿Cuál debería creer?
—Oh, no —exclamó la mujer—. Eso no es bueno. ¿Cuánto retraso lleva?
—Sólo un par de días.
—Bien, entonces tiene dos opciones. Comprar más pruebas y ver lo que dicen, o esperar; sé que esperar es difícil, pero es mi consejo. Espere una semana y vuelva a hacerse la prueba. O, en última instancia, pida una cita con el médico.
Paula dio las gracias a la mujer y colgó. Ir al médico no era una opción. Era un amigo de la familia y su madre trabajaba en su consulta. Podría buscar otro médico, pero para cuando le dieran cita habría pasado una semana, al menos. Esperar y repetir la prueba era lo más sensato.
Pero la sensatez no aflojó el nudo que tenía en el estómago, ni le devolvió el aliento.
Se debatía entre la excitación maternal de pensar en un bebé y el horror de saber lo que Alfonso pensaría de ella: que lo había engañado.
Como necesitaba hablar con alguien, llamó a Sofía. El móvil de su hermana saltó directo al contestador; Sofía debía de estar con Manuel, practicando cómo fabricar sus propios bebés.
Inquieta y deseando desahogarse, Paula encendió su ordenador portátil.

Para: Julia_Chaves@SGC. usa
De: Paula_Chaves@mynetwork.LA.com
Hola. Estamos a mitad del día, así que supongo que allí estás en mitad de la noche. Y es un fastidio porque necesito hablar. No hablaremos y no quiero que llames. Cuesta una fortuna por minuto y además mañana tengo clases casi todo el día. Es sólo que...

Espero que no estés bebiendo café mientras lees esto. Tengo un retraso. De... retraso. Asi que me compré dos pruebas de embarazo. Una dice que estoy embarazada, la otra que no. Una mujer de la empresa me sugirió que esperase una semana y me la volviera a hacer, y tiene sentido. Excepto que esperar una semana me parece imposible.

Quiero tener hijos. No me importaría estar embarazada, excepto por Pedro. No es confiado y, aunque no lo culpo, no puedo ni empezar a imaginarme qué diría si le dijese que estoy embarazada. Pensaría que intento manipularlo, o engañarlo. Sería horrible.
Y es peor aún... no puedes contarle esto a nadie, y menos lo que voy a decir ahora. Creo que estoy enamorada de él
Paula hizo una pausa y suspiró.
No. Eso no es cierto. Sé que estoy enamorada de él. Seguramente desde el principio. Estoy emocionada y también asustada. ¿ Y si soy como mamá ? ¿Pero y si no lo soy ? Lo malo es que se trata de Pedro. ¿Llegaría a confiar en mí lo suficiente para tener una relación? ¿Le interesa algo serio? Y si existe la posibilidad, que esté embarazada lo arruinará todo.
Así que así me va el día. Escríbeme cuando puedas. Me siento mejor ahora que hemos «hablado». Gracias por escucharme.

Paula apenas durmió esa noche, así que la clase sobre los aspectos físicos de la Química Inorgánica le resultó difícil. Hizo lo que pudo para borrar de su mente los problemas personales y concentrarse. Debió de conseguirlo, porque Jason, uno de sus alumnos sordos, sólo la miró extrañado un par de veces.
Después de la clase fue hacia el coche. Mientras sorteaba a los alumnos su mente giraba como un torbellino desbocado, en cientos de direcciones.
Se preguntaba qué haría si estaba embarazada, cómo se lo diría a Pedro, y si la entristecería descubrir que no estaba embarazada.
Las emociones la desgarraban. Amaba a Pedro y le encantaría tener un bebé suyo. Pero dudaba que él superase su desconfianza inherente en las mujeres, ella incluida. Así que lo más sensato era esperar que no hubiera bebé, pero tampoco conseguía desear eso.
Cuando iba hacia su coche, se dijo que necesitaba dormir. Pero un caro y conocido descapotable paró a su lado. Un Pedro muy enfadado bajó la ventanilla.
—Sube —ordenó—. Tenemos que hablar.

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