Pedro miró su reloj. Había llegado un par de minutos antes a la tienda de vestidos de novia, pero no lo preocupaba que Paula lo hiciera esperar. No era ese tipo de mujer.
Se había preguntado si resultaría incómodo verla de nuevo tras la larga noche que habían pasado juntos, pero ya que estaba allí, sólo sentía expectación. Eso no era bueno. Paula no era de las que tenían aventuras y él no estaba dispuesto a aceptar más. Ni siquiera por ella.
Así que olvidaría lo ocurrido y la vería sólo como a la hermana de la prometida de su primo. Un pariente lejano. Alguien que le gustaba pero no le interesaba. Alguien con quien no tendría una relación seria.
Sus buenas intenciones duraron hasta que ella entró en la tienda como un torbellino, agitada y espectacularmente guapa.
—Lo sé, lo sé —le dijo, sonriente—. Llego un minuto tarde. Debes de odiarme mucho por tratarte tan mal. Antes de que te des cuenta, haré que sujetes mi bolso mientras me pruebo ropa y te llamaré cariñín.
El se rió con ella y sus miradas se encontraron. En un instante el resto del mundo dejó de importar. Sólo existían ese momento y la mujer que tenía delante.
El deseo hizo que se excitara y la necesidad lo obligó a dar un paso hacia ella. La parte sensata de su cerebro perdió la votación. Lo único que tenía sentido era tener a Paula entre sus brazos.
Pero antes de que pudiera alcanzarla, una dependiente cuarentona se acercó a ellos y suspiró.
—Qué maravilla —dijo—. Siempre noto cuándo una pareja está enamorada de verdad. Me habéis alegrado el día.
Fue como si los tirasen de cabeza a la piscina helada de la realidad. Él dio un paso atrás. Paula también, y ambos evitaron mirarse.
«Fantástico», pensó él con amargura. Empezarían a sentirse incómodos y él no había pretendido eso. Hacer el amor con Paula había sido de lo más divertido. No sólo el sexo, aunque en ese sentido habían batido un récord. También pasar tiempo juntos, charlando, relajados y cómodos.
—Nosotros, ejem, no vamos a casarnos —dijo Paula con una sonrisa más forzada que feliz—. Soy Paula Chaves. Usted ha hablado con mi hermana Julia. Es la novia que está en China, dejando que los demás hagamos el trabajo sucio por ella.
—Ah, claro —la mujer miró de uno a otro—. Perdón por el error. Soy Christie.
Pedro se presentó e intercambiaron apretones de mano.
—Tengo algunas ideas de lo que podría gustarle a tu hermana —dijo Christie—. Ha sido muy específica respecto a lo que no quiere, y eso facilita las cosas. Por lo que tengo entendido, tú te probarás y ella te enviará sus opiniones, ¿no?
Paula asintió.
—Bien. Normalmente no permitimos que las novias saquen fotos hasta que dan una señal por el vestido, pero Julia ha llegado a un acuerdo con la dueña, así que está bien. ¿Tienen cámara?
—Aquí mismo —Pedro se tocó la chaqueta.
—Muy bien. Paula, vamos a vestirte de novia. Tu hermana y tú tienen la misma talla y altura, ¿verdad.
Las dos mujeres desaparecieron pasillo abajo. Pedro encontró un sillón cómodo y una mesa llena de revistas financieras y deportivas. Unos minutos después, Christie volvió a ofrecerle algo de beber.
Aceptó un café y se puso a leer. Pero no podía concentrarse en el artículo. No hacía más que pensar en la expresión juguetona de Dulce cuando entró en la tienda y el placer que había sentido al verla.
Que ella le gustase iba en contra de sus reglas. Y querer más era aún peor. Conocía el peligro inherente a la situación... la traición que seguiría. Siempre había sido así. No se podía confiar en las mujeres.
Pero por primera vez en años quería romper sus propias reglas. Ver si, tal vez, Paula era distinta, aunque sabía que era imposible.
Paula tocó la suave tela del vestido de boda. Aparte de lo básico, como la diferencia entre algodón y cuero, no sabía nada de tejidos. ¡Sólo que lo que quiera que fuera ése, lo quería en su vida!
—Estás guapísima —dijo Christie, entrando.
—Sé que eso se lo dices a todas las novias —Paula sonrió—, pero me da igual. Me siento fantástica. Me encanta el tacto de este vestido y cómo se mueve.
Christie abrochó los botones que Paula no alcanzaba y después abrió la puerta del probador.
—Ven a mirarte —le dijo.
Paula había llegado con vaqueros y camiseta, con prisa, agitada y nerviosa por ver a Pedro de nuevo. Pero con ese vestido fluido y suave se sentía bella femenina como una princesa. Incluso los zapatos de tacón, cortesía de la boutique, le valían.
Se acercó al espejo de tres cuerpos y soltó el aire de golpe. El vestido era perfecto. El corpiño sin tirantes se pegaba a su cuerpo y realzaba su pecho. Al llegar a la cintura, la falda caía al suelo en una cascada de capas de material, cada una silueteada como un pétalo de flor, incluida la cola de tres metros.
El tejido tenía un brillo perlado que hacía que su piel resplandeciera. El corte escondería el embarazo de Julia, pero era elegante y precioso.
—Vaya.
Ella se encontró con la mirada de Pedro en el espejo. Sonrió y dio una vuelta completa.
—¿Te gusta? —preguntó.
No sabía lo que él pensaba, pero le gustó que tuviera que tragar saliva antes de contestar.
—Increíble. Tanto la mujer como el vestido.
Ella pensó que se sabía todas las frases hechas al dedillo, pero su cuerpo reaccionó a las palabras y a su presencia. Christie se acercó y tironeó del vestido.
—El estilo es muy favorecedor, pero si tu hermana es como tú, será perfecto. Necesita uno hecho y éste está disponible. Lo limpiaremos y ajustaremos antes de la boda. ¿Te resulta cómodo para moverte?
Ella dio unos pasos. El vestido fluía con gracia.
—Es fabuloso —dijo.
—Bien —dijo Christie—. Deja que levante la cola y veremos si puedes bailar con él.
—¿Sabes bailar? —Paula miró a Pedro.
—Soy casi un profesional.
—Mentiroso.
—Pruébame.
Christie recogió la cola en la parte de atrás, con botones y corchetes. Después, Pedro se acercó y tomó a Paula en sus brazos.
Ella se dijo que nada de eso importaba, no era real. Estaba ayudando a su hermana y nada más. Sin embargo, mientras bailaban una melodía imaginaria, algo se removió en su interior. Algo peligroso, bonito y que le dio bastante miedo.
Cometió el error de mirarlo a los ojos y deseó perderse en ellos. Él apretó los dedos sobre los suyos y se acercó. Las capas de vestido la impedían sentir su cuerpo y lo lamentó intensamente.
—Maravilloso.
El comentario llegó de una voz familiar. Paula alzó los ojos y vió a su abuela Ruth en la entrada de la boutique nupcial.
—Hola, queridos —saludó la anciana, acercándose—. Lo sé, lo sé, no debo entrometerme. Pero cuando Julia me dijo que los dos estarían aquí esta tarde, no pude resistirme.
Pedro soltó a Paula y fue hacia su tía.
—Ruth —se inclinó y la besó con afecto—. Ver a Paula probarse vestidos de boda no es entrometerse.
—Estoy segura de que a Julia le encantará tener una opinión más —dijo Paula. Después abrazó y besó a su abuela intentando no sentirse, ni parecer, culpable. Dio un giro completo—. ¿Qué te parece?
—Que eres preciosa, y el vestido también —Ruth sonrió a Pedro— ¿Has sacado fotos?
—Aún no. Estábamos comprobando si Julia podría bailar con el vestido.
Paula no supo si lo había imaginado, pero le pareció que había enarcado una ceja.
—Una idea excelente —aprobó la anciana—. Estoy segura de que Julia apreciará vuestra profesionalidad.
Paula tuvo la súbita intuición de que su abuela había adivinado que Alfonso y ella habían dormido juntos. Le ardieron las mejillas mientras intentaba convencerse de que no era posible. Nadie lo sabía, bueno, Sofía, y quizá pronto Julia y Felipe, pero nadie más.
Hermosos capítulos!!! Por más que lo quieran evitar se mueren el uno por el otro!
ResponderEliminarAyyyyyyyyyyy, qué lindos los 2, no quieren pero a la vez quieren jajaja
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