—Tú debes de ser Paula —sonrió él.
—Sí. Encantada de conocerte, Pedro.
— ¿Encantada? —alzó una ceja—. Eso no es lo que he oído. Tienes claro que soy un asno. ¿O un ****a?
Ella se removió en el sofá, un poco incómoda.
—Sales con modelos. Su perfección física en las revistas hace que las mujeres normales se sientan mal respecto a sí mismas.
— ¿Y, por eso, las modelos no pueden tener citas?
Por lo visto él quería utilizar la lógica en una discusión sobre la cosificación de las mujeres jóvenes y delgadas en la sociedad contemporánea.
—Claro que pueden tener citas —contestó con serenidad—. Sencillamente no me interesa la gente que se interesa en ellas.
—Entiendo —cruzó las manos sobre el pecho—. Asumes que si son bellas deben de ser tontas. En consecuencia, me gustan las mujeres tontas.
—No he dicho eso, pero gracias por aclararlo.
—No salgo con mujeres tontas — dijo él. Su boca tembló, como si intentara controlar una sonrisa.
—Creo que deberías aclararte al respecto.
—Lo convertiré en mi prioridad.
—Si ya terminaron... —Julia señaló el sillón que había frente al sofá—. Bien. Deberíamos empezar con esto. Planificación de la boda.
Pedro cruzó la habitación, se sentó en el sillón y sacó una agenda electrónica del bolsillo de la camisa.
—Estoy listo.
— ¿Vas a participar en serio? —preguntó Paula.
—Hasta en la elección de las semillas orgánicas que lanzaremos a la feliz pareja cuando se marchen de luna de miel —se inclinó hacia delante y bajó la voz— No podemos usar arroz. Los pájaros se lo comen y les sienta mal.
—Alguien ha pasado demasiado tiempo navegando por Internet —dijo ella, irritada.
—Internet, revistas de novias, lo que sea. Si tiene que ver con planificación de bodas, soy tu hombre —sus ojos oscuros le lanzaron un reto—. Yo pienso entregarme a conciencia. ¿Y tú?
—Yo también —si creía que podía asustarla, iba a llevarse una sorpresa— Y, por cierto, soy la definición de testaruda.
—Y yo.
Paula sonrió para sí. Podía creer que lo era, pero ella ganaría la partida. Sin duda.
—Temí que no se llevarían bien, pero nunca pensé que esto fuera a convertirse en una competición —Julia suspiró—. Necesito que me escuchen. Hablamos de una boda. La de Felipe y la mía. Necesitamos ayuda, no un espectáculo estilo Las Vegas. Más no implica mejor. No seáis demasiado creativos. Queremos algo discreto y elegante, ¿de acuerdo?
Paula notó que Pedrola miraba. Clavó los ojos en los de él y se negó a ser la primera en parpadear.
—Julia, ¿te he fallado alguna vez?
—No—dijo Julia, como si no quisiera admitirlo.
—Entonces, confía en mí.
Julia les dio a cada uno una copia de su lista. Pedro echó un vistazo a la suya y luego volvió a concentrarse en Paula Chaves.
Era rubia, como el resto de las hermanas, pero de un tono más oscuro, más parecido a la miel. Era un par de centímetros más alta que Julia y lucía las mismas curvas. Era obvio que eran hermanas, podrían haber pasado por gemelas. La diferencia fundamental, aparte del color de pelo, era su actitud de «No me asustas, tipo grande». Julia era mucho más amable.
Pedro tenía una norma en lo referente a las mujeres, ¿por qué esforzarse? Había muchas féminas atractivas deseosas de perseguirlo a él. En parte por su éxito como hombre de negocios, en parte por su físico. Pero, sobre todo, por la fortuna familiar.
Fuera por lo que fuera, no solía tener que buscar compañía. Su vida romántica era una sucesión de relaciones cortas con el mínimo de compromiso y esfuerzo de su parte. Así le gustaban las cosas.
Paula no iba a ser fácil y eso que ni siquiera pretendía llevársela a la cama. Pero Felipe le había pedido ayuda y estaba dispuesto a soportar a la descarada hermana de Julia por hacer un favor a su primo.
Incluso estaba dispuesto a admitir, pero sólo a sí mismo, que le apetecía enfrentarse a ella. Hacía mucho que una mujer no intentaba impedir que se saliera con la suya. Trabajar con ella sería bueno para su carácter, pero aun así pretendía ganar al final.
—Básicamente, lo único que está listo son las invitaciones —dio Julia, mirando su copia de la lista—. La abuela Ruth ha ofrecido su casa para la boda y Felipe y yo estamos de acuerdo en que es un sitio fantástico, Pero hay que tomar decisiones. Es una boda de invierno. ¿Podemos arriesgarnos a celebrarla afuera? Lo mismo podría haber una temperatura de 25 º que estar diluviando.
—Mencionó un salón de baile —dijo Paula—. En la tercera planta. ¿Quieres que le echemos un vistazo?
—Lo he visto —Pedro miró a Julia— Cabrían trescientas o cuatrocientas personas. Algo menos si queréis que la cena se sirva en mesas.
—Sí que queremos —dijo Julia, tomando nota.
—Pero la lista de invitados no es tan grande —le dijo Paula a Pedro— Hay unos cien.
—Felipe dice que son casi doscientos.
— ¿Tantos? —Paula se volvió hacia su hermana.
—Sigue creciendo.
—Eso implica un montón de mesas.
—Lo sé. Así que necesito que veas el salón de baile y cómo quedaría. ¿Quedará sitio para bailar sin mover las mesas? ¿Dónde se pondrían los músicos? Tengo dudas. Sería fantástico celebrarlo fuera, pero no me fío del tiempo y no necesito otra cosa más que me estrese.
—Eso será lo primero que decidamos —dijo Paula, tomando nota—. Afectará a todo lo demás. Sigue.
—Flores, regalos, pero, por favor, nada ridículo; comida, distracción, un fotógrafo y mi vestido. Ah, y Sofía y tú tendrán que elegir los vestidos de las damas de honor.
Pedro pensó para sí que Felipe le iba a deber un favor bien gordo.
—Esmóquines —colaboró.
—Ay, Dios —Julia lo miró—. Tienes razón. Los hombres necesitan esmoquin.
—Yo me ocuparé del vestido —dijo Paula, sonriendo a Pedro— Eso es cosa de chicas.
— ¿Pretendes opinar sobre los esmóquines? —preguntó él.
—Desde luego que sí.
Él esperó a que ella captara la insinuación.
—Espera un momento —dijo Paula—. El vestido de novia es algo muy especial. Sólo se casa una vez.
—Podría decir lo mismo de Felipe. El querrá estar guapo. Si no te fías de mi elección, ¿por qué iba yo a fiarme de la tuya? —no tenía ningún interés en el vestido de la novia, pero lo justo era lo justo.
—A mí me da igual quién lo elija —Julia agitó la mano—. Simplemente encontrad un vestido maravilloso. Que no se ajuste a la cintura, por supuesto.
Cierto, Julia estaba embarazada. Pedro sabía que a Felipe lo emocionaba la idea de ser padre. Aunque él no tenía intención de casarse, le gustaba la idea de tener hijos. La ausencia de esposa complicaría las cosas, pero no era imposible.
—No puedo creer que quieras opinar sobre el vestido —protestó Paula.
—Piensa en todas las modelos con las que he salido —dijo él—. Debe de habérseme pegado algo de su sentido de la moda.
— ¿Hablabas mucho de moda con ellas?
—No, no hablábamos nada —dijo. Oyó que Paula rechinaba los dientes y estuvo a punto de reírse.
—Sofía trabaja para ese vivero —dijo Paula, ignorándolo—. Le pediré que nos recomiende floristas.
—Buena idea —aceptó Julia.
—Yo conozco a una fotógrafa —apuntó Pedro.
— ¿Saca fotos de gente con o sin ropa? —preguntó Paula con los ojos muy abiertos.
—De las dos formas. Te gustará su trabajo.
—Los desnudos no me interesan —dijo Julia— ¿Hace bodas?
—Son una de sus cosas favoritas.
—Bien. Ponla en la lista. Paula, nada demasiado artístico. Sólo fotos normales.
—Entendido.
Revisaron algunas cosas más y Julia fue a buscar las fotos de vestidos que había recortado de revistas.
—Creo que esto será divertido —comentó Pedro.
—Sí, yo también.
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