—Los dos lo somos.
—Ya no.
—Nada de eso —dijo Fernando, reposando el tobillo en la silla contraria— No puedes decirme que esto cambie las cosas. La conociste, te gustó, te acostaste con ella, cosa que por cierto no me dijiste.
—No me pareció relevante.
—Todo apunta a lo contrario. No tienes manera de saber con quién estuvo la noche o la semana de antes de conocerte. De acuerdo, demos por hecho que es tuyo, pero protégete, Pedro. Tiene sentido.
Sí tenía sentido. Pero la cuestión era que Pedro sabia que no era necesario. En el fondo sabía que Paula estaba diciéndole la verdad.
—Tal vez lo planeó todo —dijo Fernando—. Tal vez lo hubiera preparado.
—Claro —dijo Pedro—. Paula consiguió reconciliarse con una abuela que no sabía que tenía, segura de que Ruth insistiría para que una de las hermanas saliera contigo. Entonces esperó a una noche en la que estuviera ovulando, concertó la cita, me sedujo, me llevó a casa y se acostó conmigo sin saber si yo usaría preservativo, todo el tiempo con la esperanza de quedarse embarazada.
—Podría pasar —murmuró Fernando.
—Haces que me replantee nuestra asociación.
—Miro por tu bienestar. Te conozco, Pedro. Tienes toda esa vena del honor. Lo ocultas, pero sé que está ahí. Mentiste y, aunque estaba justificado y estabas enfadado en aquel momento, odias haberlo hecho. Ahora ella está embarazada y te sientes responsable. No seas *beep*.
—No lo seré.
—Y yo me lo creo. Por lo menos no hagas nada hasta que no nazca el bebé y te hagas la prueba de paternidad, ¿de acuerdo? Puedo recomendarte algún buen abogado.
—Paula es una buena abogada.
—Me refería a un abogado que no fuese a fastidiarte. ¿Estás seguro de que no está en esto por dinero?
—Sí.
—Yo no lo estoy. Pedro, eres lo más cercano que tengo a un hermano. Recuerda lo que ocurrió la última vez. No quiero que te den otra paliza.
—Paula no haría eso.
—¿Cómo lo sabes?
Pedro no tenía una respuesta. Era algo que sentía, no algo que pudiera demostrar o explicar.
De hecho, Fernando tenía cierta razón. Pedro no sabía casi nada de Paula. Era posible que estuviera en eso por dinero. Tal vez fuera un juego para ella. Pero, sinceramente, le daba igual.
¿Qué decía eso de él?
—Ella no es así —dijo finalmente.
Fernando negó con la cabeza, y dijo:
—Todas son así.
—¿Por qué nos reunimos aquí? —preguntó Sofía cuando salió de su coche y observó el centro comercial. Como Paula había pedido, había aparcado frente a la tienda de material de oficina—. ¿Hay rebajas en clips o en bolígrafos de colores?
Paula esperó a que su hermana se reuniera con ella en la acera.
—Tengo algo que contarte.
—¿Ya no quieres ser abogada? ¿Vas a dedicarte a vender al por menor?
—Casi.
—No tomes decisiones importantes ahora, mientras sigues recuperándote de ese bastardo. No merece la pena.
— Gracias por el apoyo.
La pequeña y delicada Sofía se mostraba apasionada con todo. Por desgracia, cuando los hombres la miraban, la veían como a una amiga o compañera. Pero algún día el hombre adecuado abriría los ojos y se dejaría conquistar. Paula sólo esperaba que estuviera preparado para lo que le esperaba.
—En fin, tengo algo que decirte —dijo mientras conducía a su hermana hacia la tienda de ropa de bebé de al lado—. Me había reservado un pequeño detalle de mi noche con Pedro.
—¿Es hermafrodita? —preguntó Sofía con una sonrisa—. Porque eso habría hecho que fuese un poco raro.
—Más raro de lo que piensas —dijo Paula, mirándola a los ojos— Me acosté con él.
—Ya me lo imaginaba.
—¿Qué? ¿Cómo? No dije nada —Paula siempre había pensado que se le daba bien guardar secretos—. Ni siquiera lo dejé entrever.
—No era necesario. Estabas más triste de lo que era necesario, y ése suele ser un defecto mío o de Mariana. Pero no tuyo. Así que imaginé que debía de haber una razón. Acostarte con Pedro era la razón más lógica.
Paula suspiró. Sus hermanas la conocían y ella las conocía.
—Estaba esperando que te escandalizaras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario