Reconoció que la echaba de menos. Él, que siempre se había enorgullecido de no echar de menos a nadie, anhelaba su presencia más de lo que podía expresar con palabras.
Pedro agarró las llaves y el portafolios y se dirigió a la puerta. Pero antes de abrir, alguien llamó. Era Fernando.
—Menos mal que te he encontrado en casa —dijo su jefe—. El coche está dándome la lata otra vez. ¿Podrías llevarme a la oficina? El mecánico va a venir a recogerlo luego y me dejará uno prestado mientras me arregla el mío.
—No hay problema —contestó Pedro—. Ya salía.
—Estupendo. No he visto el coche de Paula, ¿se ha ido ya al trabajo?
—Se ha marchado. Hemos roto.
Fernando arqueó las cejas.
—No lo sabía. Creía que les estaba yendo bien.
Pedro abrió el coche con el control remoto y luego, tiró su portafolios en el asiento trasero.
—Está bien, no voy a preguntar qué ha pasado —dijo Fernando acomodándose en el asiento contiguo al del conductor—. Yo mismo no hago más que evitar a las mujeres últimamente. Ruth ha estado dándome la lata y, al final, no me ha quedado más remedio que acceder a conocer a Mariana. ¿En qué estaría pensando yo?
Pedro no contestó y no quería hablar de Mariana. Le recordaba a Paula y pensar en Paula le hacía sufrir lo imposible.
Paula lo había cambiado, pensó Pedro. El silencio y la soledad siempre habían sido su refugio, pero ahora no lo soportaba. Sentía frío y vacío a su alrededor.
—¿Qué le pasa al coche? —preguntó Pedro a modo de distracción. Estaba dispuesto a hablar de cualquier cosa menos de las hermanas Chaves.
—No lo sé. Lo único que sé es que el motor no se pone en marcha. Es raro, ya que sólo tiene unos meses.
—¿No hace ningún ruido cuando le das a la llave? —preguntó Pedro.
—Sí, hace ruido. Un par de veces se ha puesto en marcha y luego ha parado.
—No has enfadado a nadie últimamente, ¿verdad?
Fernando lo miró fijamente.
—¿Crees que alguien le ha hecho algo a mi coche?
—No lo sé. ¿Tienes el número del mecánico aquí? —preguntó Pedro.
—Sí.
—Llámalo y dile que no se moleste en venir, que tú mismo lo llevarás al taller luego. Voy a llamar a un tipo que conozco para que venga a echarle un ojo primero. Por si acaso.
Fernando lanzó una maldición.
—No me gusta lo que estás diciendo.
De repente, un coche grande y a mucha velocidad los embistió desde un lateral, obligándolos a meterse rápidamente en otro carril de gran tráfico. El coche de Pedro patinó, pero él mantuvo el control. A pesar de haber evitado el accidente, buscó al atacante con la mirada mientras se sacaba la pistola de la cartuchera.
Lo vio. Era un coche plateado de importación. Volvía a dirigirse hacia ellos. El sol le daba de cara y no podía ver al conductor.
—Agárrate bien —le dijo Pedro a Fernando antes de pisar el freno con brusquedad.
El coche plateado los adelantó como un rayo. Pedro apuntó con la pistola, pero no apretó el gatillo. Sintió algo, quizá intuición, que lo informó de que Paula no podía matarlo a él ni a nadie.
Lanzó un juramento, apuntó con la pistola otra vez y, de repente, vio al coche estrellarse contra un poste.
Pedro detuvo el coche en la cuneta y llamó a la policía. Ya había salido de su coche y se estaba acercando al accidentado cuando la operadora contestó la llamada. Dio la dirección del accidente y describió lo ocurrido mientras se preguntaba qué otras cosas había cambiado Paula en él y cómo iba a volver a ser el que era antes de conocerla.
Pedro acabó con la policía algo antes de las diez y media aquella mañana. Su coche había sufrido daños, pero aún se podía conducir. Estaba a punto de subirse en él cuando uno de los paramédicos se le acercó.
—¿Necesita que lo examinemos? —le preguntó el paramédico.
—No, estoy bien. Llevaba abrochado el cinturón de seguridad.
—Igual que el chico. De lo contrario, estaría muerto.
Pedro clavó los ojos en coche, siniestro total.
—La policía ha dicho que era un adolescente y que había perdido el conocimiento.
El paramédico asintió.
—Tiene diecisiete años. Según su madre, es diabético. Al parecer, no se había puesto la inyección esta mañana y le ha dado un ataque. Cuando lo embistió a usted, estaba fuera de sí; dudo que supiera que estaba conduciendo. Usted ha llevado la situación muy bien. Si se hubiera vuelto a chocar con usted, no creo que hubiese sobrevivido.
El paramédico se marchó.
Pedro, al lado de su coche, tomó aire. Un chico de diecisiete años. ¿Y si le hubiera disparado? Dadas las circunstancias, no lo hubieran culpado de asesinato. Su arma tenía licencia y él era un profesional; sin embargo, eso no habría sido ningún consuelo para la familia del muchacho. Ni para él mismo.
Seis meses atrás, habría disparado sin pensarlo dos veces. Ahora, no había sido capaz. Y sabía por qué.
Esa noche, Pedro se emborrachó solo en su casa. Se lo merecía. Quizá, con el suficiente alcohol en su cuerpo, podría olvidar lo ocurrido aquella mañana.
Quizá también pudiera olvidar a Paula y lo mucho que la echaba de menos. Quizá. Pero lo dudaba.
Paula miró a su jefa.
—Beverly, sólo llevo trabajando aquí un mes.
—Lo sé —respondió Beverly con una sonrisa—. Deberías asentir y darme las gracias.
—Gracias —dijo Paula con sinceridad. Acababa de recibir una buena subida de sueldo.
—Eres todo un hallazgo —le dijo Beverly—. Se te dan bien las plantas y tratar con los clientes, y eso no es fácil. Con tu ayuda, puedo ampliar el negocio. Eres organizada y creativa, y muy fácil de tratar. No quiero que me dejes.
Paula estaba encantada.
—No quiero irme —admitió ella—. Me encanta trabajar aquí. Gracias por la subida de sueldo.
—De nada.
—Bueno, voy a volver con las exóticas.
—Estupendo. Sigue con lo que estabas haciendo, están preciosas.
Paula se despidió y se dirigió a la parte posterior del invernadero. Se sentía bien, muy bien… de no ser por el gigantesco hueco que ocupaba el lugar que había ocupado su corazón.
Una hora más tarde, tenía los brazos enterrados hasta los codos en la tierra.
—Hola, Paula.
Se volvió y vio al alto, guapo y bien vestido hombre que estaba de pie a su lado. Cabellos oscuros, ojos oscuros y parecido al prometido de Julia, Felipe.
—A ver si lo adivino. Eres el infame Fernando Aston III.
—Por fin nos conocemos. Tengo entendido que querías decirme unas cuantas cosas.
—¿Para eso has venido?
—No, pero te escucharé si eso te hace sentirte mejor.
—No —en el pasado, habría sido otra cosa; pero ahora tenía otras preocupaciones—. Julia y Felipe se van a casar, eso es lo único que me importa.
—A mí también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario