miércoles, 29 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 15

—De momento, eso funciona.
—Pero es muy solitario. ¿No quieres enamorarte?
—No lo bastante para dejarme atrapar. Puedo tener una mujer siempre que quiera. Si necesito el latido de otro corazón en la casa, me compraré un perro.
A ella le invadió una oleada de tristeza. A primera vista, Pedro lo tenía todo, pero en realidad había grandes vacíos en su vida. Era poderoso y activo, el tipo de hombre que disfrutaba haciendo cosas. Y también amable y cariñoso. Pero nunca confiaría en una mujer lo bastante como para entregarle su corazón.
—¿Qué estás pensando? —preguntó él.
—Que los dos somos un desastre. Tú no puedes confiar en nadie y yo no confío en mí misma.
—Eso no lo creo —dijo él—. Tú lo tienes todo claro. ¿No sales con tipos que quieren cambiar el mundo?
—En general sí. Son inteligentes, interesantes y... —se mordió el labio inferior. Se suponía que estaban hablando de él, no de ella.
—¿Y seguros? —preguntó él con voz grave.
—Puede. Aveces. Es sólo que... —tomó un sorbo de té. Mi madre se enamoró de mi padre en el segundo en que lo vio. Tenía diecisiete años y hoy en día sigue amándolo. Mi padre no es mala persona, pero no es el mejor padre y marido. Se marcha. Un día se levanta y desaparece durante unos meses. Nunca sabemos donde va ni cuándo volverá. Cada vez que se marcha, a mi madre le rompe el corazón, pero no le dice que no vuelva. No se permite enamorarse de otra persona. Vive a medias, sólo es realmente feliz cuando está con ella.
—Tú no eres así —afirmó él—. Eres dura.
—Eso no lo sabes, y yo tampoco. Me aterroriza ser como ella. Que un día me enamore de un tipo que me rompa el corazón y permitírselo. Lo justificaré. Enamorarse de verdad se parece demasiado a entregar el control de mi vida. No está en mi lista de prioridades.
—Así que, en vez de arriesgarte, sales con tipos de los que sabes que no te vas a enamorar. ¿Tengo razón?
—Es posible.
—Siempre eres el objeto de cariño, nunca quien se arriesga emocionalmente.
—Haces que parezca mezquina y no lo soy. Simplemente no quiero enamorarme de nadie hasta estar segura de que eso no me destruirá.
—Nunca se puede estar seguro.
—Me niego a creerlo. Un día me arriesgaré.
—¿Estás segura? —insistió él.
Ella deseaba pensar que sí. Que algún hombre la llevaría a dar el paso.
—Es obvio que ambos necesitamos terapia —respondió Paula—. Podríamos pedir tarifa de grupo.
Él se rió y ella se sintió mejor. Después, bostezo
—Perdona —dijo, tapándose la boca—. Anoche no dormí suficiente.
—Yo tampoco —él se levantó—. Venga. Vamos a la cama.
Ella lo miró fijamente. Un centenar de pensamientos taladraron su mente. ¿Cama? ¿Con él? ¿Sexo? Deseó sentirse molesta e insultada. Deseó darle un bofetón. Pero al imaginarse juntos, desnudos, tocándose, también se descubrió deseando decir que sí.
—Perdona —Pedro alzó las dos manos—. Mala elección de palabras. Empezaré de nuevo. Vamos arriba a dormir, cada uno en su cama. ¿Mejor?
Ella asintió, porque era lo que él esperaba, pero sintió un pinchazo de decepción que la sorprendió
Pedro esperó a que se levantara, puso una mano en su espalda y la guió fuera de la cocina.
—Nos veremos después —dijo alegremente—, y decidiremos si queremos arriesgarnos a comer.
—Parece un buen plan.
Se separaron al final de la escalera. Paula, mientras cerraba la puerta de su habitación, no pudo evitar pensar cuánto le habría gustado irse con él.

Bastante más tarde, Paula salió de la ducha y agarró una toalla. Tal vez Pedro no invitara a muchas mujeres a su casa, pero su habitación de invitados estaba bien provista. Además del cepillo de dientes y el dentífrico que había encontrado antes, había champú, acondicionador, gel y loción hidratante.
Después de ponerse una loción con un delicioso aroma cítrico, se secó el pelo y bajó la escalera.
Estaba muerta de hambre y quería algo más que una tostadas. Podría comprar algo de camino a casa. Pero antes tenía que encontrar a su anfitrión y darle las gracias por todo.
La cocina y la sala estaban vacías. Oyó un ruido, como de alguien tecleando y fue en esa dirección. Encontró a Pedro en un elegante despacho forrado con pieles de madera. Estaba vestido y tan guapo como a primera hora de la mañana.
Sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Después calor y otras muchas reacciones indeseadas.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó él al verla.
—Bien. He dormido y ahora me muero de hambre.
—Yo también. Por lo visto, los dos hemos sobrevivido a la intoxicación.
—Eso parece.
—¿Estás lista para irte a casa?
Ella asintió, aunque en realidad quería tirarse a sus brazos y suplicarle que la sedujera. Era obvio que seguía sufriendo los efectos de la intoxicación.
—¿Una gran cita esta noche? —preguntó él.
—En realidad no.
El levantó una hoja del escritorio y se la dio.
—Porque dijiste que te encanta la comida mexicana y cerca hay un restaurante que hace entregas a domicilio. ¿Quieres comer algo antes de irte?
Ella titubeó. Su cabeza le decía que se fuera mientras seguía emocionalmente entera. El resto de su cuerpo, en especial ciertas zonas femeninas, sugerían que se quedara por allí a ver qué ocurría.
—Podríamos ver una película —dijo él—. Incluso dejaré que la escojas tú.
—¿Cómo iba a resistirme a una invitación como ésa? —ella sonrió—. ¿Qué posibilidades hay de que nos pongamos de acuerdo en una película?
—Debe de haber al menos una. Algo divertido.
—Pero inteligente, no *beep*.
—Acepto.

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