martes, 14 de abril de 2015

Herencia De amor: Capítulo 27

—¿Estás bien? —preguntó, abriendo los ojos.
—Estoy bien —respondió Pedro mientras se quitaba la camisa.
Paula disfrutó del espectáculo de ver cómo se desnudaba mientras se quitaba la ropa interior y se tumbaba de nuevo.
Pedro se quitó primero la camisa, luego las playeras y los calcetines. Después se concentró en los vaqueros. Paula se fijó en el impresionante bulto. Todo para ella.
—Debe de ser difícil mantener el interés alejado de esa zona —dijo ella al verlo completamente desnudo. Se echó hacia delante y acarició su erección—. No hay nada sutil en esto. Las mujeres podemos fingir interés que no sentimos. Los hombres no.
—Nosotros somos más sinceros —dijo él mientras se arrodillaba a su lado para mordisquearle el cuello.
—Tú no eres más sincero —dijo ella—. Pero sería muy incómodo tener una erección en un momento en el que no deseas tenerla. Además, nosotras sabemos si llegáis al orgasmo. Las mujeres podemos fingirlo.
—Yo lo sabría —dijo él, levantando la cabeza.
—No estoy tan segura. Algunas mujeres fingen muy bien.
—Lo sabría —insistió con una sonrisa—. Comprobaremos tu teoría. Adelante, intenta fingirlo. Mira si me engañas o no.
Se giró para colocarse entre sus muslos, luego le separó las piernas suavemente y le dio un beso íntimo que la dejó sin aliento.
Paula  no tuvo tiempo de prepararse para la sensación de su lengua sobre su cuerpo. Pasó a estar completamente excitada en pocos segundos. Su cuerpo estaba ardiendo, sus músculos temblaban y lo único que podía hacer era quedarse allí tumbada y sentir lo que le estaba haciendo.
Pedro se movía lentamente al principio. Explorándola, saboreándola, haciéndole gemir y retorcerse. Estimuló su clítoris con la lengua antes de succionar.
Paula quería gritar de placer. Deseaba que aquello nunca acabase. En vez de eso, separó las piernas todo lo que pudo, empujando su cuerpo hacia él.
Pedro comenzó a moverse más rápido, acariciándola arriba y abajo, una y otra vez. Introdujo un dedo en su interior, moviéndolo al mismo ritmo suave e intenso, llevándola hacia las más altas cotas de placer, hasta que no le quedó más remedio que dejarse caer.
Su climax comenzó en lo más profundo de su cuerpo, cuando los músculos comenzaron a contraerse con aquel ritmo tan antiguo. Se entregó al placer, gritando su nombre y rindiéndose a todo.
El orgasmo duró lo que pareció una eternidad. Cuando los espasmos cesaron, Pedro  cambió de posición y la penetró.
Aquel movimiento inesperado la entusiasmó. Se aferró a él, rodeándole las caderas con las piernas, sintiéndolo más dentro.
Tuvo otro orgasmo, pero, en esa ocasión, él la siguió. Se puso rígido y gimió. Paula se dejó ir y quiso que siempre fuese así; la conexión. El momento perfecto.
Pedro abrió los ojos y la miró.
—No estabas fingiendo.
—Lo sé —dijo ella, riéndose.
Más tarde, aquella misma semana, Paula pasó por casa de su madre. Eran casi las nueve, pero no había podido salir antes de trabajar. Aun así, su madre le había dicho que se pasara a cualquier hora antes de las diez, de modo que Paula le había tomado la palabra.
Estacionó  en el camino de entrada y caminó hasta la puerta trasera. Llamó y entró.
—Soy yo —dijo antes de dejarse llevar por el olor a chocolate caliente—. ¿Qué es eso?
Su madre levantó la cabeza del molde que tenía delante y sonrió.
—Llegas en el momento justo. Los brownies están lo suficientemente fríos para servir. Sé que quieres uno.
—Me muero de hambre —dijo Paula.
—¿No has cenado? —preguntó su madre, mirando el reloj que había sobre los fogones.
—No. Quería, pero he estado ocupada. Luego he venido directa aquí. Tomaré algo cuando llegue a casa.
—Paula Chaves, sabes lo que te conviene. Estás embarazada. No puedes ir por ahí saltándote las comidas.
—Mamá, ya sé que necesito comer regularmente. Lo llevo bien. Pero esta noche se me ha pasado. Lo haré bien.
—De acuerdo. Olvídate del brownie. Te prepararé algo de cenar primero. Tengo lasaña —dijo su madre, abriendo la puerta del frigorífico.
—¿Tuya o de Sofía?
—De Sofía. De verduras.
—Me gustaría algo con carne. ¿Tienes otra cosa?
—Queda asado del domingo. ¿Te apetece sándwich y ensalada?
—Genial.
Mientras su madre sacaba ingredientes del frigorífico, Paula sacó un plato, una servilleta y un cuchillo.
—Siéntate —dijo su madre—. Te llevaré el sándwich.
—Mamá, estoy embarazada, no me estoy muriendo.
—Lo sé, pero a veces me gusta malcriar a mis hijas.
Como le dolían los pies y la espalda, Paula decidió no insistir y se sentó en un taburete junto a la encimera. Una versión en miniatura de la moderna cocina de Pedro.
Pedro. Sólo con pensar en él, sonreía. No lo había visto desde el domingo, cuando habían hecho el amor en el desván. Ese inesperado acontecimiento había sido seguido por una velada en casa de ella que se había alargado hasta el amanecer. Cuando Pedro se marchó, Paula tuvo que contener las ganas de decirle que debían repetir aquello. No porque no quisiera, sino porque estaba confusa.
Su vida había cambiado completamente. No sabía lo que estaba ocurriendo con él ni lo que ella quería que ocurriese.
—¿Has ido al médico? —preguntó su madre.
—Tengo la primera cita la semana que viene. Iré a la misma ginecóloga a la que siempre he ido. Me gusta y he oído que se porta genial durante todo el embarazo.
—¿Pedro va a ir contigo?
Una pregunta interesante.
—No sé. No se lo he preguntado.
—Deberías —le dijo su madre—. Parece un joven agradable —Alejandra se detuvo—. Dime que no acabo de decir eso. ¿Joven agradable? Sueno como mi madre. ¡Peor! Sueno como su madre.
Paula se rió.
—No pasa nada. No le diré a nadie que estás envejeciendo.
—Si yo soy vieja, ¿entonces tu abuela qué es?
Paula dudó un instante.
—No es la persona más simpática del planeta.
Alejandra  terminó con el sándwich. Abrió un envase de plástico y volcó una ensalada ya preparada en un cuenco.
—¿Qué quieres decir? Pensé que te caía bien tu abuela.
—No la conozco —dijo Paula—. Da un poco de miedo. Al principio pensé que todo eso de casarse con su sobrino era encantador, pero, cuando realmente analicé sus palabras, me di cuenta de que daba un poco de miedo. No puede controlarnos con dinero.
—No creo que estuviera intentando hacerlo. Era su manera de conectar dos familias. Si te hubiera pedido sin más que conocieras a Fernando, ¿habrías aceptado?

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