sábado, 4 de abril de 2015

El Simulador: Capítulo 26

Pedro estaba sentado frente a su escritorio y esperaba a Sofía. Quería por lo menos saludarla antes de ir al consultorio del doctor García para la escena final de su pequeña representación que inició por lástima.
Los últimos días habían sido terribles. Aunque en aquel momento se sentía tenso y temeroso, por fin era Martes y esa mañana vería a Paula Chaves y acabaría con todo. Le diría quién era: Pedro Alfonso, contratista, y por qué se encontraba en el consultorio del doctor García aquella mañana y lo que experimentó cuando la vio en el umbral, tan sola y asustada.
Le diría cómo su corazón se había enternecido y que su única intención era ayudarla. Le diría todo y le pediría que lo perdonara por el engaño. Y si lo hacía, le diría que la amaba y que quería casarse con ella.
Sofia llegó ondeando un papel rosado para mensajes.
- Sofía: Me alegra encontrarte antes de que vayas a la ciudad. Es de "tu paciente". Canceló su cita de hoy.
- Pedro: ¿Qué le ocurre? -. Percibió cierto pánico en su voz-. ¿Está enferma o algo así? ¿Le sucede algo malo a Felipe?
- Sofía: No lo sé, no me dió explicaciones -. Ella lo miraba con dureza.
- Pedro: ¿Cómo se oía?
- Sofía (entrecerrando los ojos): Llorosa. Mira, ya estás metido en esto hasta el cuello, ¿Por qué no te tomas el día libre y vas a verla?
Se puso de pie, tomó su chaqueta de pana y se detuvo un momento en el escritorio de Sofía, se inclinó y le plantó un beso suave en la mejilla. Ella le dió un golpe en la frente y musitó:
- Sofía: Que Dios te ayude.
Se le hizo eterno el tiempo que tardó en llegar a Oakland, pero por fin se detuvo frente a Embarcadero Arms. Subió los escalones de dos en dos y llegó al desvencijado portal; oprimió el timbre de Paula una y otra vez. Nadie respondió.
Pedro titubeó un poco y después tocó otro de los timbres, el que decía: I. Weaver. Ella respondió de inmediato, recordó quién era él y le permitió pasar.
- Señora Weaver: Me alegra que viniera, estoy que me muero de la preocupación por Paula.
Pedro sintió que se le retorcía el estómago.
- Pedro: ¿Qué sucedió?
- Señora Weaver: Pase querido, siéntese.
Siguió a la señora Weaver al interior de su apartamento.
- Pedro: ¿Qué le ocurrió a Paula?
La señora Weaver se sentó en el sofá. Le indicó que hiciera lo mismo y él se acomodó en la orilla.
- Señora Weaver: Bueno, ayer fue a trabajar como siempre. Los ví salir y tomar el autobús y saludé a Felipe-. Entonces la señora apretó los labios y los ojos se le llenaron de lágrimas; Pedro empezó a oír los latidos de su corazón-. Luego anoche llegó su amiga y después ese joven; y después bajó muy perturbada y comentó que tenía que marcharse.
- Pedro: ¿Qué amiga? ¿Qué joven? -. Gritó él.
- Señora Weaver: Esa mujer... Angela Vazquez. Vino anoche. Discutieron, yo las escuché. Estas paredes son delgadas, luego oí que la mujer bajaba la escalera como alma que lleva el diablo. Subí para ver a Paula , lloraba como si se le fuera a romper el corazón. Casi rompió el mío.
Pedro se sintió enfermo.
- Pedro: ¿Por qué lloraba? ¿Dónde está?
- Señora Weaver: Bueno, es lo que iba a decirle -. Fue lo más cerca que estuvo la señora de un reproche.
Pedro se obligó a permanecer quieto y a esperar.
- Señora Weaber: Mientras estaba ahí, tratando de averiguar cuál era el problema, apareció en la puerta este muchacho, Guillermo  no sé qué. Debió haber entrado cuando la mujer salió. Comentó que la madre de Paula le había enviado para llevarla a casa. Bueno, ella comenzó a llorar de nuevo y se negó a ir con él a ninguna parte, pero él siguió gritándole que empaquetara sus cosas porque se marcharían. Ella repitió que no lo haría y él le dijo que creía que sí. Felipe despertó con todo el escándalo y también se puso a llorar. Yo lo traje a mi apartamento.
Pedro sintió como si fuera a vomitar en ese momento. El hombre debió ser aquel del que ella le habló, el que quería que regresara a su pueblo para casarse con él... Guillermo Semple.
- Pedro: ¿Y qué pasó después?-. Se sentía hecho pedazos.
- Señora Weaver: Bueno, por fin Paula bajó y recogió al niño. Me aseguró que todo estaba bien y que no me preocupara, pero que se marcharía por la mañana. Él regresó hoy con una camioneta de alquiler y cargó todas sus cosas. Se fueron. -. Concluyó y lo miró desolada.
- Pedro: Se fueron -. Repitió él.
Ella asintió; se dirigió a un tablero de notas que tenía, tomó una hoja de papel y se la entregó.
- Señora Weaver: Me dejó este número de teléfono. Es el de la casa de su madre. Me indicó que podría ponerme en contacto con ella allí más o menos en una semana-. La señora empezó a sollozar-. Felipe se me colgó del cuello y lloró como si le estuvieran destrozando el corazón. El tipo que vino por ellos es muy malo, no dejaba que el niño llevara al gato en la camioneta. Bueno, nunca había visto a  Paula tan furiosa, le respondió que si el gato no iba, ella tampoco. Entonces él cedió.
- Pedro: Gracias, señora Weaver -.
Murmuró por fin cuando sintió que podía confiar en su voz. Copió el número telefónico en su libreta y le devolvió la hoja.
- Señora Weaver: Espero que la encuentre doctor García.
- Pedro: No soy el doctor García, me llamo Pedro Alfonso. Aquí tiene mi tarjeta, si sabe algo más de Paula, por favor llámeme de inmediato -.
Le entregó una de sus tarjetas de visitas y luego se marchó, bajó la escalera y subió a su camioneta.
Pedro se preguntó por dónde comenzar a buscarla. Condujo hasta el banco, sin embargo, ella ya había ido y se había despedido de sus compañeros de trabajo. Indagó incluso en algunos hoteles de Oakland. Nada. Por fin regresó a casa y se sentó en su remolque. Debió haber estado allí mucho rato, ora recriminándose, ora tratando de pensar de manera desesperada en algún plan. No se le ocurrió nada.
Dentro del pequeño remolque se fue oscureciendo y por fin, a las once, tuvo que admitir que no había nada más que pudiera hacer en aquel momento. Tendría que darle tiempo a Paula para que llegara a Georgia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario