—Sí, claro.
Julia se alisó la falda del vestido.
—No estoy oyendo. Bueno, vamos a ver qué quiere nuestra abuela.
Mientras se acercaban a la puerta, Mariana suspiró.
—Estás viendo a Pedro, ¿verdad?
Paula sonrió.
—Sí. Es oficial. Somos una pareja.
—Estupendo. Así que la única que está sola soy yo. Es algo deprimente.
Julia dio a Mariana una palmada en el brazo.
—Tienes a Fernando.
—Vaya, gracias.
Las tres se echaron a reír. Por fin, Paula llamó al timbre.
—¿Tiene criada? —preguntó Mariana en voz baja.
—Y con uniforme —contestó Julia en un susurro—. Te va a encantar.
No había sólo una criada, había todo un equipo. Una persona para abrirles la puerta y acompañarlas, otra para llevarles bebidas y una tercera para servirles la comida.
Paula hizo lo posible por centrarse en la comida y en la conversación, pero la belleza del «desayunador» lo estaba distrayendo.
—Este cuarto tiene más luz y es menos formal que el comedor —dijo su abuela Ruth al conducirlas a la estancia.
Seis ventanales daban a un hermoso jardín estilo inglés. Había tres candelabros de cristal, una mesa y dos muebles de bufé a lo largo de una pared. La alfombra era antigua y, probablemente, china.
—¿Qué tal los preparativos para la boda? —preguntó Ruth mientras una criada servía los platos de la ensalada.
Julia pareció sorprendida.
—Ah, bien. Bueno, la verdad es que no hemos hecho demasiados planes.
—¿Vais a esperar a que nazca el niño? —preguntó Ruth.
—No, pero el trabajo me ha tenido muy ocupada —contestó Ruth acariciándose el vientre.
—Y también Felipe —bromeó Mariana.
Ruth se aclaró la garganta.
—Para mí, sería un honor que consideraseis la posibilidad de celebrar la boda aquí. El jardín es muy bonito, incluso en esta época del año, y es lo suficientemente grande para montar una o dos carpas. O, dependiendo del número de invitados, se podría celebrar dentro de la casa. Hay un salón de fiestas enorme en el tercer piso; aunque nunca subo, es muy bonito. Sé de unas cuantas empresas que organizaban bodas que tiene muy buena reputación.
Paula sabía que aquella casa no era del estilo de Julia, pero que a su hermana podría gustarle la invitación. Además, era una oportunidad que sólo se presentaba una vez en la vida.
Julia sonrió a su abuela.
—Tendría que consultarlo con Felipe. Si a él le parece bien, podríamos celebrar la boda aquí.
—Maravilloso. Tú te encargarías de todo. Te prometo que no interferiré para nada, a excepción de pagar los costes.
—No, no es necesario que hagas eso —dijo Julia rápidamente—. Queremos pagar nosotros.
—Eres mi nieta y él es mi sobrino-nieto. Somos de la familia, querida. Será mi regalo de boda.
Mariana se inclinó sobre Paula.
—¿Crees que nos compraría un coche nuevo a cada una? —preguntó Mariana en un susurro.
Paula sonrió maliciosamente.
—Pregúntaselo.
Ruth miró a Paula.
—¿Qué tal tu novio, Pedro?
—Ah, bien —Paula no comprendía cómo su abuela sabía de Pedro. Quizá Fernando o Felipe lo hubieran mencionado.
—Un joven interesante —dijo Ruth—. Peligroso, pero excitante y atractivo.
Paula estuvo a punto de atragantarse con la lechuga. ¿Había dicho su abuela, una mujer de sesenta y tantos años, que Pedro era atractivo?
—Y tiene bastante dinero —añadió Ruth—. Muchas e inteligentes inversiones.
Paula agrandó los ojos.
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo ha dicho Fernando. No me ha dicho exactamente cuánto, pero sí que no necesita trabajar, lo hace porque quiere.
Paula no estaba de acuerdo. Al margen del dinero que tuviera, Pedro no pensaba que fuera suficiente.
—Parece un hombre muy responsable —continuó Ruth—. Una excelente cualidad. Aunque es algo individualista y solitario. Tendrás que tenerlo en cuenta. Algunos hombres pueden cambiar, otros no. Asegúrate de que te entrega el corazón antes de entregárselo tú a él.
«Un consejo excelente», pensó Paula. Desgraciadamente, lo recibía con un mes de retraso. Pedro ya estaba en posesión de su corazón, lo estuvo desde el momento en que ella se rompió el tobillo.
Julia se inclinó hacia su abuela.
—¿Así es como te mantienes al margen de las vidas de los demás? —preguntó Julia con una sonrisa.
—Oh, no. Me estoy metiendo en vuestras vidas, ¿verdad? —Ruth suspiró—. Es una mala costumbre mía. Dejaré de hacerlo después de una cosa más que aún me queda por hacer.
—¿Qué es? —preguntó Julia tras lanzar una carcajada.
Ruth se volvió a Mariana.
—Me gustaría que conocieras a Fernando. Sé que tienes motivos para no estar entusiasmada con la idea; por lo tanto, incluso estoy dispuesta a retirar la oferta de dinero, pero… hazme ese favor.
Mariana miró a sus hermanas; después, clavó los ojos en Ruth de nuevo.
—Está bien, lo conoceré; pero sólo si la oferta de dinero sigue en pie. La promesa de una fortuna lo hace todo más interesante.
—¿Estás segura de eso? —preguntó Julia—. ¿Y si te gustara? El dinero sería un impedimento. Créeme, es una complicación.
—Vamos, por favor. No te ofendas, abuela, pero… ¿qué posibilidades hay de que eso ocurra? Dudo que Fernando sea mi tipo. Lo conoceré por darte el gusto, pero no te hagas ilusiones.
—Estás tentando al destino —murmuró Paula.
—Me arriesgaré —dijo Mariana—. ¿Qué posibilidades hay de que Fernando Aston III sea el hombre de mi vida?
—Desgraciadamente, Mariana tiene razón —dijo Ruth—. No obstante, quiero seguir soñando. Es una cuestión de familia. Ah, y hablando de familia, voy a conocer a vuestro padre la semana que viene. Tengo muchas ganas.
—Yo también —dijo Mariana.
Julia pareció disgustada; por su parte, Paula se preguntó qué tendría que decirle esta vez.
Más tarde, después del almuerzo, las tres hermanas se marcharon. Cuando llegaron a sus respectivos coches, Mariana se volvió hacia Julia.
—¿En serio vas a considerar la posibilidad de celebrar tu boda aquí?
Julia sonrió traviesamente.
—Sí, claro. Felipe adora a Ruth, le gustará la idea. Y estoy segura de que Ruth conoce a las mejores empresas para organizar bodas de la zona, lo que facilitará las cosas. No voy a dejarle que se encargue de todos los gastos; pero, por lo demás, me parece una buena idea. ¿A tí no?
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