domingo, 26 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 6

Paula se sentía como si la hubiera atropellado un camión. Bueno, no exactamente. No había ocurrido nada así, pero le faltaba el aliento y se sentía un poco plana, bidimensional, en cierto sentido.
Guau. El calor, el cosquilleo, el deseo de saltar sobre Pedro y hacer que la sedujera. Y todo por un diminuto e inocente beso. Se preguntó qué ocurriría si la besaba en serio.
Se dijo que era una pregunta peligrosa. Pedro no era en absoluto como había imaginado. Era divertido y encantador. Demasiado encantador. Se recordó que para él las relaciones con mujeres no eran más que un juego. Que tenía menos profundidad emocional que una placa para hornear galletas. Ella tendría que limitarse a disfrutar de la atracción superficial y olvidar lo demás. El no quería relaciones serias y ella no las quería de otro tipo.
Técnicamente, lo cierto era que no tenía relaciones. Por miedo. No quería perderse en un hombre.
Probaron varios platos, todos buenos, y los postres, que eran fantásticos.
— ¿Vas a terminarte eso? —le preguntó, mirando la mousse de chocolate que él apenas había probado.
—Tómala —Pedro empujó el bol hacia ella.
Ella metió la cuchara en la deliciosa y cremosa espuma y saboreó el estallido de chocolate en la lengua, él la contemplaba con expresión inescrutable.
Paula  deseó pensar que a él le parecía fascinante su pasión por el chocolate, pero sin duda estaba comparando su apetito con la desgana de sus citas habituales y pensando que era un poco rara.
— ¿Has terminado? —preguntó, cuando ella dejó el cuenco reluciente. Ella asintió y salieron juntos a la zona de recepción.
Zoé les entregó un folleto con descripciones y precios, le prometieron ponerse en contacto con ella en un par de semanas y se marcharon.
— ¿Qué te ha parecido? —preguntó Pedro.
—Bueno, pero no deslumbrante. Quiero sentirme deslumbrada. Creo que la comida debería ser espectacular, no simplemente buena.
—Considerando lo que cobran —él echó un vistazo a los precios—, estoy de acuerdo contigo. Así que aún nos falta el catering. ¿Tienes alguna sugerencia?
—No soy experta, pero puedo preguntar por ahí.
—Yo haré lo mismo. También hablaré con Ruth.
—Es verdad. Acude a muchos actos benéficos. Debería ser una buena fuente de información —Paula  arrugó la frente—. Me pregunto por qué no nos ha ofrecido consejo.
—Prometió no inmiscuirse —explicó Pedro—. Pero no te emociones, no durará. Es entrometida por naturaleza —su voz sonó cariñosa.
—Entonces, ¿la has perdonado por ofrecernos un millón de dólares a mis hermanas y a mí si alguna de nosotras se casaba contigo?
—Estoy trabajando en ello.
— ¿Por qué?
—Siempre tuvo tiempo para Felipe y para mí —se encogió de hombros—. Nuestros padres se marchaban de viaje durante meses y nos dejaban atrás. Tía Ruth ocupaba el vacío. Cuando estábamos con ella éramos una familia.
Paula no supo qué decir a eso. Por un lado, explicaba que Pedro quisiera tanto a su tía. Pero por otro, era la misma mujer que había dado la espalda a su propia hija.
—Estás pensando en tu madre —adivinó él, sorprendiéndola.
—Sí. Mi madre tenía diecisiete años cuando se enamoró de mi padre. Era muy joven. Entiendo que a sus padres les disgustara su elección, pero hay muchas opciones intermedias entre darle la bendición y echarla de casa para siempre. ¿Cómo no intentaron ninguna de ellas? —Tomó aire y lo soltó con fuerza—. Vas a decirme que fue por el marido de Ruth, Fraser. Lo he oído antes. Era un hombre difícil que regía su casa con mano férrea y no daba segundas oportunidades a nadie.
También era el único padre que había conocido la madre de Paula. Su padre biológico, el primer marido de Ruth, había fallecido antes de que Ruth supiera que estaba embarazada.
—Mi madre era la única hija de Ruth. Debería haberse esforzado más. Debería haber comprobado que su hija estaba bien.
Pedro le apretó el hombro con suavidad, sorprendiéndola por tercera vez en menos de dos horas.
—Tienes razón —dijo—. Apoyó a su esposo en vez de a su hija. Pero pasó los treinta años siguientes arrepintiéndose de su decisión y con demasiado miedo para  hacer algo al respecto. Eso es una forma muy dura de vivir. Ella nunca recuperará lo que perdió, y vosotras tampoco.
—Lo que has dicho es compasivo y muy comprensivo —parpadeó ella.
—Soy capaz de tener pensamientos racionales y emocionales —dijo él con una mueca.
—Ya. Pero no pensé que te molestaras en hacerlo.
—Eso es muy halagador.
—Perdona. Me he expresado mal —le agarró la mano y se la apretó—. Es por la imagen que da la prensa local y por lo que la gente dice de ti.
Pensó que quizá no fuera una placa para galletas, sino un molde para bizcochos. La imagen le provocó una sonrisa y él frunció el ceño aún más.
—Estás empezando a irritarme —rezongó.
—Creí que habías dicho que tenías un sentido del humor muy desarrollado.
—Y lo tengo. Pero no eres graciosa. Sea lo que sea lo que piensas de mí, te equivocas.
Ella ya empezaba a plantearse esa posibilidad.
—Aún necesitamos catering, fotógrafo, flores, tarta, vestido y esmóquines. Es una lista larga —dijo él, tras pulsar unas teclas en su agenda electrónica.
—Lo conseguiremos. Le mandaré a Julia la información de este sitio. Al menos sabemos que la boda y la recepción serán en el salón de baile. Eso es algo.
—Sí, es una suerte.
—Gracias por ser tan comprensivo con lo de mi abuela —ella miró sus ojos oscuros y sonrió—. Ayuda bastante hablar de ello.
—Ya, ya. Te llamaré para organizar la próxima degustación.
Después la dejó atónita inclinándose y besándola. Y el beso no tuvo que ver con el ajo ni con demostrar nada. Al menos a ella no se lo pareció. Fue rápido, ardiente y devastador.
Había puesto las manos en sus hombros, para sujetarla. Su boca reclamó la suya con tanta destreza que ella se dejó llevar. Se perdió en el placer del contacto, de sus labios y su necesidad.
Pedro no era lo que había esperado. Ni su beso. Se descubrió respondiendo de forma inesperada.
Él le acarició el labio inferior con la lengua y ella le cedió la entrada. Jugueteó con su lengua, excitándola, después se apartó y enderezó.
—Hasta pronto —dijo.
Iba a marcharse. La besaba y huía.
—Pero tú... ¿Por qué has...?
—Antes nos interrumpieron —sonrió él— Me gusta acabar lo que empiezo.

Para: Paula_Chaves@mynetwork.LA. com
De: Julia_Chaves@SGC .usa
No sé ni cómo agradecértelo. De verdad, te debo muchísimo. Gracias por la degustación y siento que no funcionara. Pero tienes razón. Quiero comida fabulosa en la boda, y Felipe también.

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