lunes, 6 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 1

La primera cita a ciegas de Paula Chaves  había ido tan mal, que había jurado no volver a tener otra en diez años.
El tipo en cuestión había flirteado con todas las mujeres menos con ella en aquel bufé, se había comido casi toda la ensalada que habían pedido para compartir y se había escaqueado de pagar, dejándola sola para volver a casa. Por entonces, Paula tenía dieciséis años y, si no hubiera acabado en urgencias por ingerir comida en mal estado, tal vez aquélla hubiera sido una noche que habría podido dejar atrás.
Pero vomitar sobre el único interno atractivo había sido la gota que colmó vaso. Se había prometido que nunca más, bajo ninguna circunstancia, volvería a tener otra cita a ciegas.
Hasta esa noche.
—Esto va a ser un desastre— murmuró mientras le entregaba las llaves al aparcacoches y se dirigía hacia la entrada de aquel lujoso restaurante—. Yo soy más lista que todo esto. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí?
Pregunta absurda, cuando ya conocía la respuesta. Sus dos hermanas y ella habían elegido a quién le tocaba salir con el infame Fernando Aston III. Su tradición de tomar todas las decisiones importantes de la vida con una ronda de Piedra, Papel o Tijera había hecho que Paula perdiera y, por tanto, tuviera que ir a la cita. Le encantaban las tijeras y sus hermanas lo sabían.
Empujó la puerta de cristal y entró en el vestíbulo. Al parecer, era tan difícil conseguir mesa en ese lugar como encontrar un aparcamiento gratuito. Caminó entre la elegante muchedumbre hasta encontrarse con una camarera joven, pálida y muy delgada.
—Busco a Fernando Aston —le dijo Paula,  aguantándose las ganas de decirle que un sándwich no la mataría.
La mujer miró su libro de reservas y dijo:
—El señor Aston ya está aquí. La conduciré a su mesa.
Paula la siguió hacia el fondo del restaurante, tratando de no comparar sus caderas de tamaño normal con las prácticamente inexistentes que tenía delante. Aunque sentirse inadecuada era de hecho más divertido que tener que reunirse con Fernando Aston III. ¿Cómo podía alguien vivir con un número después de su nombre? Le recordaba al señor Howell de La Isla de Gilligan, una de sus series favoritas cuando era pequeña.
Instantáneamente se imaginó a una versión joven del señor Howell, con pantalones a rayas y chaqueta blanca, y estaba intentando aguantar la risa cuando la mujer se detuvo frente a una mesa situada en una esquina y señaló a alguien que desde luego no se parecía a un millonario pretencioso.
Fernando Aston se puso en pie y sonrió.
—Hola. Tú debes de ser Paula.
Perder a Piedra, Papel o Tijera nunca le había parecido tan bueno al ver la altura de aquel hombre. Fernando era guapo, con ojos oscuros y una sonrisa que le recordaba a la que el lobo feroz le debía de haber dirigido a Caperucita.
No parecía un pardillo, ni un hombre desesperado; y a Paula le daba la sensación de que no le dejaría a ella con la cuenta.
—Hola, Fernando—dijo—. Encantada de conocerte.
Fernando le ofreció una silla y luego regresó a su asiento.
Paula  lo observó, fijándose en su pelo oscuro, en el hoyuelo de su mejilla izquierda y en la corbata, que debía de haber costado lo mismo que el último plazo de su matrícula universitaria.
—Esto es extraño —dijo ella, decidiendo que no tenía sentido ignorar lo evidente.
—¿No vamos a hablar de las típicas cosas como el tiempo o el estado del tráfico mientras venías? —preguntó él, arqueando una ceja.
—Claro, si quieres. El tiempo es perfecto, pero claro, estamos al sur de California y es lo que se espera. En cuanto al tráfico, estaba bien. ¿Y tu día?
—No eres como esperaba—dijo Fernando, volviendo a sonreír.
—¿No soy demasiado joven, demasiado operada ni estoy demasiado desesperada?
—Una vez más, te saltas las formalidades. ¿Qué diría tu madre?
Paula consideró la pregunta.
—Toma sólo una copa de vino, asegúrate de que sea simpático y, si te gusta, dale tu número.
El se rió. Fue un sonido profundo y masculino que le produjo a Paula  un cosquilleo en el estómago.
Interesante. Tal vez debiera de haberle dado una segunda oportunidad a eso de las citas a ciegas mucho antes.
—Es un buen consejo—dijo él—. Creo que me gusta tu madre.
—Es una mujer que merece la pena.
Apareció el camarero y les entregó las cartas antes de tomar nota de las bebidas. Fernando eligió un whisky escocés de dieciocho años y Paula  pidió un vodka con tónica.
—¿No sigues el consejo de tu madre? —preguntó él cuando el camarero se hubo marchado.
—Ha sido un día muy largo.
—¿Haciendo qué?
—Trabajo en un bufete internacional.
—Abogada. ¿Te dejan ya defender casos en los tribunales?
—Por supuesto.
—Suenas muy segura de tí misma.
—La seguridad sale sola después de eso.
—¿Y antes?
—Jornadas laborales de dieciocho horas y mucho estudio.
—¿Qué tipo de bufete es? ¿De derechos humanos o algo así?
—Derecho corporativo—dijo ella—. Yo estoy especializada en contratos y asociaciones con China.
—Una especialidad interesante.
—Era algo natural en mí. Hablo mandarín.
—Impresionante.
—Gracias.
Fernando entornó los ojos y la observó.
—De acuerdo, creo que deberíamos empezar de nuevo.
—¿Por qué? —preguntó ella, riéndose—. Todo va bien.
—Claro. Para tí. Mira, mi tía Ruth me dijo que había una jovencita a la que quería que yo conociera. Me dieron una hora y un lugar y aquí estoy. Yo esperaba a alguien... diferente. Eres una sorpresa agradable.

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