Atravesó por algunos lugares que ya conocía de su caminata con Pedro. Pensó que iba por buen camino. Ahí estaban la gasolinera y la tienda y un poco después vio entre los árboles una abertura que debía ser el camino. Giró el coche.
Por un instante pensó en Guillermo Semple y se preguntó si todavía estaría en el Hotel Seis, esperando a que ella volviera. Cuando lo dejó, tenía todas las intenciones de irse directamente a Seattle, pero mientras conducía por la carretera 101 el paisaje le resultó familiar y recordó a Pedro y todas las cosas buenas que había hecho por ellos.
Poco a poco su furia fue disminuyendo y al llegar a la salida hacia Petaluma y Clover Creek decidió que, sin importar lo que hubiera hecho Pedro, al menos se merecía que se despidieran de él y le dieran las gracias por todo.
Esbozó una sonrisa con una mueca irónica porque ahora que lo sabía todo pensó en lo que debió haber sentido él aquel primer día en el consultorio del doctor García cuando ella entró y se puso a llorar como si nunca fuera a detenerse.
Recordó la preocupación en sus ojos y la manera en la que se inclinó hacia ella y la escuchó. Había sido muy amable.
El camino serpenteaba hacia la izquierda; dió una vuelta en U y cuando llegó al claro se encontró con un paraje conocido. Ahí estaba la mesa de día de campo, los robles y el arroyo del hermoso lugar donde había ido a comer con el doctor García. No, con Pedro, se corrigió, con Pedro Alfonso. Estuvo segura en cuanto vió el pequeño remolque blanco y marrón que se veía muy solitario en el claro.
Atravesó un puente de tablones. Luego el camino volvió a curvarse y terminó precisamente frente a una casa que no estaba allí antes. Era de cedro, con una chimenea de piedra. Paula sólo se le quedó mirando como si viviera un sueño. No podía imaginar lo que aquello significaba.
Detuvo el automóvil de Carola, bajó y se acercó caminando despacio a la entrada en declive hasta que llegó al porche. Había un columpio encalado y una mecedora. Pasó junto a una maceta con geranios rojos, abrió la malla contra insectos de la puerta y siguió el sonido del martilleo. Se dió cuenta de que ésa era su casa. La misma que visitaba cada noche en aquellos minutos entre la vigilia y el sueño.
Siguió el ruido hasta la sala y miró a su alrededor la chimenea de piedra negra y los suelos de roble, tal como ella la había imaginado, como si Pedro le hubiera leído la mente y hubiera plasmado su sueño en una realidad de madera y piedra.
Y ahí estaba él. Pedro, no el doctor García, martilleando una moldura en la repisa de la chimenea. Llevaba puesta una camiseta blanca, pantalones vaqueros y las botas con punta de acero. Lo miró un momento; los hombros se movían al ritmo de los martillazos. Pensó que debió haberse dado cuenta al ver sus hombros, un hombre con unos hombros como aquellos no se pasa sentado todo el día.
Pedro dejó de clavar un momento y ella debió hacer algún ruido, porque él se dió la vuelta.
En el momento en que Paula vió su rostro se sintió incómoda. ¿Qué iba a decirle?.
- Pedro: Paula -. Sus ojos estaban tan tristes como debieron estar los de ella la primera vez que lo vió en el consultorio-.
- Paula: Tú me conoces, pero yo a tí no.
Pedro no le respondió de inmediato. Su respiración se oía pesada en la casa vacía. Dejó el martillo en la repisa y después habló como si recitara unas palabras que había practicado para aprender de memoria.
-Pedro: Nunca tuve la intención de mentirte ni de lastimarte.
- Paula: ¿Qué significa todo esto, Pedro? -. No respondió a sus explicaciones sino que hizo una señal para referirse a la casa, al porche con el columpio y la mecedora -. ¿Construiste esta casa de acuerdo con mi sueño?
- Pedro: Sí -. Dio unos pasos hacia ella -. Iba a ser lo último que haría por tí. No iba a regalártela ni a instalarte aquí ni nada por el estilo. Iba a dejar que la compraras, a crédito o algo así, no sé. No había pensado en todos los detalles.
Entonces Paula le miró. Su rostro parecía tan serio y la mirada de aquellos ojos era tan intensa que tuvo que sonreír.
- Paula: Tenías muchos detalles en qué pensar.
Él le devolvió la sonrisa y ella vio esos ojos que le resultaban ya tan familiares. Paula ya no se sentía molesta ni incómoda como en el hotel.
- Paula: ¿Por qué no me lo dijiste?
Pedro movió la cabeza y se mostró un poco sorprendido por la pregunta.
- Pedro: Traté de hacerlo un par de veces -. Guardó silencio y luego continuó -. Nunca he sido muy bueno con las palabras.
Paula lo miró a los ojos y recordó los dulces y tranquilizadores que habían sido. Recordó cuando se apoyó sobre el escritorio de su jefe y amenazó con meterlo en la cárcel y cómo le había susurrado para insistir en que tenía que ser ella la que le exigiera al señor Brinnon que la dejara en paz. La recorrió una oleada de lealtad.
- Paula: ¿Cómo puedes decir eso? Tú me has ayudado más que nadie en el mundo. Me trataste como una adulta capaz de resolver sus problemas y tomar buenas decisiones y además hiciste cosas útiles como lo de las cerraduras, los paseos y jugar con Felipe.
- Pedro: Sí, pero para eso no se necesita hablar.
Paula lo miró y comprendió que aquellas no eran las palabras que pensaba decir.
- Paula : Estuve sola durante tanto tiempo, Pedro, que creí no poder soportarlo más. Luego levanté la mirada y ahí estabas tú. Y después de verte ya no volví a sentirme sola otra vez. Cuando necesitaba a alguien, ahí estabas tú -. Extendió el brazo para cerrar el espacio entre ellos y él lo tomó y la acercó hacia así-. Eso es más importante que cualquier cosa que pudieras haber dicho.
- Pedro: Estoy todo sudado -.
Dijo él, pero de todas maneras la besó en las mejillas, en el cuello y finalmente en la boca.
Ella le echó los brazos al cuello, sintió el calor de la piel y el cabello corto bajo la palma de su mano. Sintió los labios de Pedro, cálidos, suaves y húmedos apretarse contra los suyos.
- Pedro: Lo lamento -. Le murmuró por fin al oído -. Lo lamento mucho -. La abrazó con fuerza -. No volveré a mentirte.
- Paula: Lo sé.
- Pedro: ¿Pau? ¿Dónde está Guillermo Semple?
Ella sonrió contra su hombro.
- Paula: Espero que ya esté camino de Georgia, lo dejé abandonado en el Hotel Seis.
Él la miró y su rostro ya no se veía tenso ni cansado, comenzó a sonreír.
- Pedro: ¿Entonces no te irás?
- Paula: No si tú quieres que me quede.
- Pedro: Quiero que te quedes, quiero que vivas aquí.
Ella se acercó a su oído y le murmuró.
- Paula: Me quedaré, pero con una condición…que vivas conmigo.
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