martes, 21 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 2: Capítulo 18

Tenía ganas de bailar de lo contenta que estaba, pensó Paula mientras salía del coche y se dirigía a la puerta.
Pero su buen humor se disipó cuando vio una moto, que conocía muy bien, delante del edificio. Junto a la moto estaba un hombre alto y desgarbado.
Juan había vuelto.
De repente le extrañó que esas tres palabras, en el pasado, hubieran despertado en ella la ilusión de que quizá hubiese regresado para quedarse. Juan era una extraña mezcla de un hombre que necesitaba ayuda y, al igual que su padre, de un hombre que sólo podía permanecer en el mismo sitio unos meses.
—Paula—dijo él mientras se le aproximaba—. Estás estupenda.
—Hola, Juan.
Paula contempló el largo cabello, los ojos de gato y la sonrisa sensual de Juan, y se preparó para empezar a derretirse. Pero no le ocurrió esta vez. No sintió nada.
—Has cambiado la cerradura —dijo él señalando la puerta—. No he podido entrar.
—Sí, he cambiado la cerradura —seis meses atrás.
—¿No me vas a invitar a entrar?
Paula no tenía nada que decirle, pero ¿por qué no?
—Sí, entra.
Paula  abrió la puerta y lo dejó entrar. Juan miró a su alrededor y sonrió traviesamente.
—Igual que siempre —dijo él—. Está todo muy bonito.
¿Bonito?
—Si no recuerdo mal, solías decir que la decoración de mi casa era tan femenina que daba ganas de vomitar.
—¿Eso decía? No hablaba en serio. Tienes mucho gusto, Paula.
Juan se le acercó y la rodeó con sus brazos.
—Y también estás muy guapa. Sensual.
¿Sensual?
—¿Desde cuándo? —preguntó ella—. Después de la única vez que nos acostamos juntos me dijiste que me considerabas como una hermana.
—No, no lo dije en serio.
Paula se apartó de él, entró en la cocina y sirvió dos vasos de té con hielo.
Juan se apoyó en el mostrador de la cocina.
—Siguiendo tus consejos, he cambiado de vida, Paula . Me fui a vivir a Tucson, encontré trabajo y he ahorrado dinero. También gané mucho dinero jugando al póquer y lo invertí en una empresa. Me va muy bien y ahora estoy ahorrando para comprarme una casa.
—Me alegro por tí—dijo Paula con sinceridad.
—No quiero volver a llevar la vida que llevaba antes —le dijo Juan—. Te necesito, Paula. Me siento mejor cuando estoy contigo. Por eso, se me había ocurrido que podrías venir conmigo. Podríamos vivir juntos durante un tiempo y si las cosas nos fueran bien podríamos casarnos. Quieres casarte, ¿no? ¿Y tener hijos?
Un año atrás Paula no habría tardado ni un segundo en decir que sí. Ahora, no sentía nada.
¿Qué le pasaba?
—Te deseo lo mejor. Estoy muy orgullosa de tí, del cambio que has dado en tu vida… pero no tengo ningún interés en irme a vivir a Tucson.
Juan volvió a acercársele y le puso las manos en las mejillas.
—Eh, Paula, he vuelto.
Entonces, Juan bajó la cabeza y la besó.
Paula  esperó la llegada de la incipiente pasión; o, al menos, un deseo de venganza. Al fin y al cabo, Juan, después de haberse acostado con ella, le dijo que no le gustaba en ese sentido.
No le devolvió el beso. ¿Qué sentido tenía?
Juan se enderezó.
—¿Qué pasa?
—Nada —respondió ella con honestidad, casi contenta—. Absolutamente nada.
—Te he dicho que quiero vivir contigo —dijo Juan—. Estabas esperándome, ¿no?
—Parece ser que no —lo informó Paula, haciendo un esfuerzo por no sonreír. Se sentía libre y en paz consigo misma.
—Pero…
Paula retrocedió unos pasos.
—Juan, estoy contenta de que hayas encontrado lo que querías y me alegro de haberte ayudado. Pero no me necesitas. Será mejor que encuentres a otra mujer a la que realmente ames y con la que quieras formar una familia. Una mujer que te haga feliz.
—Yo te quiero a tí —insistió él.
—No lo creo. La cuestión es que yo siempre te ayudaba. Pero ya no me dedico a eso, no necesito hacerlo. Te irá bien.
Juan parecía más confuso que disgustado.
—He vuelto para llevarte conmigo.
—Te lo agradezco, pero no.
—Estabas enamorada de mí.
—Ya no —quizá nunca lo hubiera estado. Quizá hubiera sido una fantasía.
Paula miró el reloj de la pared y añadió:
—Bueno, tengo cosas que hacer. Tengo que salir.
Juan la agarró de un brazo.
—¿Se trata de otro hombre?
«Ojala», pensó Paula, consciente de que se había curado de desear a hombres que no la deseaban.
—No. Se trata de un gato. Estoy cuidando del gato de un amigo.
—Si es por el dinero, te lo devolveré —dijo él.
Sí, cuando los elefantes volaran.
—Estupendo.
Paula le quitó la mano de su brazo y, con cuidado, lo empujó hacia la puerta, al tiempo que, en el camino, agarraba su bolso y las llaves.
—Gracias por pasarte por aquí. Me alegra haberte visto, Juan. Te deseo lo mejor del mundo.
Una vez que estuvieron fuera, Paula cerró la puerta con llave y se dirigió a su coche.
—Adiós y buena suerte —le dijo a modo de despedida.
Él no le respondió.  Paula puso en marcha el vehículo y se marchó. Después de dar varias vueltas por el barrio, cuando estaba segura de que Juan se había ido, regresó a su casa.
Entró en su piso y recogió unas velas y más pastas que había hecho. Quería darle una sorpresa a Pedro. Quería hacerle un recibimiento en toda regla.
Fue a casa de Pedro y entró. Jazmín maulló a modo de saludo. Paula se agachó junto a la gata y la acarició. Dos de las crías habían abierto ya los ojos.
—Hola, pequeños —dijo ella con voz queda—. Están ya muy mayores. Sí, sí que lo están. ¿Saben  quién viene esta tarde? Pedro. ¿Están contentos de que venga? Yo sí.
Después de dar de comer a Jazmín y de limpiar el cajón de arena, Paula salió, fue a su coche y sacó las bolsas. Estaba a punto de entrar otra vez cuando oyó un ruido extraño.
Juan, en su moto, llegó hasta la casa y se detuvo. Se quitó el casco y caminó hacia ella.
—Se trata de un hombre —dijo él—. Me has mentido.

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