Pedro sacudió la cabeza.
—Eres una mujer complicada. Los hombres, especialmente cuando son jóvenes, prefieren las cosas simples. Los asustabas. O te tomaban por su madre porque te preocupabas por ellos y los cuidabas. Te aseguro que no es cosa tuya.
—Pero…
Pedro la hizo callar con una mirada.
—¿Te parece que yo fingí? —preguntó Pedro.
Ella sonrió.
—No. Dejaste muy claro lo que querías.
—¿Qué era lo que quería?
—¿A mí?
—Exacto. Y ahora olvídate del asunto. A tí no te pasa nada.
Ojalá la deseara otra vez, pensó Paula. Pero eso también lo había dejado muy claro: una noche sólo. Decidió no tentar a la suerte y cambió de conversación.
—¿Qué tal está Fernando? —preguntó Paula.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Sólo preguntaba por preguntar. ¿Se ha enterado de que estuve aquí?
—Sí, se lo he dicho.
Paula se echó a reír.
—¿Se asustó?
—No.
—¿No podías haberle dicho que yo daba miedo?
—No.
—Típico. Que no se preocupe, creo que está a salvo. Julia y Felipe son felices, Fernando no consiguió que rompieran, así que no voy a malgastar energía en insultarlo.
—¿Piensas salir con él? —preguntó Pedro.
—¿Qué?
—Me he enterado de lo del millón de dólares.
—Mi abuela es una mujer muy especial. No sé por qué se le ocurrió esa ridícula idea, pero ahora somos nosotras quienes estamos pagando por ello. No, no me interesa casarme por dinero.
—Es mucho dinero.
—Yo creo en el amor. El dinero no me importa.
Pedro sacudió la cabeza.
—El dinero siempre importa.
—Eso que has dicho es cínico y triste.
—Soy realista.
—Nunca has estado casado, ¿verdad?
—Ya te he dicho que no me interesan las relaciones.
Lo que era más que triste, pensó Paula. Era trágico.
—Tienes que conectar con alguien.
—¿Por qué?
—Porque todo el mundo lo hace. Somos la suma de nuestras experiencias, de nuestras relaciones. No me creo que seas totalmente feliz viviendo siempre solo.
—Lo soy, aunque tú no me creas.
—Pedro, por favor. ¿Es que no quieres algo más?
Pedro la sorprendió al acercarse a ella. Se acercó tanto que pudo sentir el calor de su cuerpo. Se acercó tanto que pudo ver el marrón y dorado de sus ojos. Se acercó tanto que empezó a derretirse.
—No lo vas a conseguir —dijo Pedro en voz baja—. Puedes merodear por aquí tanto como quieras, pero no vas a cambiar nada.
—¿Merodear? Yo no merodeo por ninguna parte.
—Llámalo como quieras, pero no vas a lograr tentarme. Esto se ha acabado. Nunca vamos a tener una relación. Pasamos una gran noche, quizá la mejor noche. Si tuviera que cambiar, lo haría por tí. Pero no va a ocurrir. No voy a permitirte la entrada en mi vida.
Paula abrió la boca; luego, la cerró. Pedro seguía deseándola. Lo veía en sus ojos. El deseo seguía ahí, pero también su negativa a dejarla acercarse a él. Ella se sentía encantada y confusa.
—¿Por qué no? —preguntó Paula—. ¿Por qué te dan tanto miedo las relaciones?
—Porque no me fío de nadie —contestó Pedro—. Desde muy joven me dí cuenta de que todos estamos solos. La única persona en quien confío es en mí mismo.
Pedro estaba equivocado, muy equivocado. Pero Paula no sabía cómo convencerlo de lo contrario.
—¿Qué te ha pasado? ¿Abusaron tus padres de tí? ¿Se te murió algún amigo?
La oscura mirada de Pedro se clavó en la suya, y Paula tuvo la sensación de que lo que iba a oír no le iba a gustar.
—Cuando era pequeño vivía en la calle. Solo. Me uní a una banda para sobrevivir y la banda se convirtió en mi familia. A los dieciséis años, mi novia se enamoró de un chico de una banda rival. Mantuvo la relación en secreto. Para demostrar su lealtad a esa banda, me traicionó. Me metieron tres tiros y me dieron por muerto, y la causante fue la única persona a la que había amado.
—¿Qué quieres decir con eso de que le dieron por muerto? —preguntó Mariana mientras pasaba la cesta con los panecillos.
Paula agarró uno y ofreció otro a Julia, que lo rechazó.
—El novio de su novia disparó a Pedro y se marchó, dejándolo ahí tirado. Alguien llamó a una ambulancia y logró sobrevivir —Paula aún no podía creer lo ocurrido, pero había visto las cicatrices en el cuerpo de Pedro.
Las hermanas se habían reunido para almorzar cerca de la oficina de Julie. Era uno de esos días cálidos otoñales que a la gente que vivía en zonas donde nevaba le hacía pensar en trasladarse a Los Ángeles.
—Sé lo que estás pensando —le dijo Mariana—. Estás pensando que puedes salvarlo.
—Ni se te ocurra —añadió Julia—. No se parece en nada a los otros que has salvado. Es un hombre peligroso.
Lo que lo hacía aún más atractivo, pensó Paula.
—Está solo. Creo que necesita a una mujer en su vida.
Mariana miró a Julia y después sacudió la cabeza.
—Paula, a veces, los hombres dicen lo que realmente piensan. No quiere tener relaciones. No puedes cambiarlo.
—Pero si me dejara intentarlo estaría mucho mejor —contestó Paula.
Julia le tocó el brazo cariñosamente.
—Sabes que te quiero y que siempre te apoyaré, pero… ¿por qué te empeñas en hacerte daño a tí misma? Lo haces siempre.
—Soy así, no puedo remediarlo —declaró Paula—. Quiero cambiar las cosas. Quiero que un hombre me quiera y que desee pasar conmigo el resto de la vida. Pedro puede ser ese hombre.
—Y también puede que te destroce el corazón —dijo Julia con ternura—. No me gustaría verte sufrir otra vez.
—Lo sé. Pero esta vez es diferente.
—¿Lo es? —preguntó Julia—. ¿En qué es diferente? No, espera, no contestes. ¿Se te ha ocurrido cuestionarte por qué te enamoras de hombres que no te corresponden? ¿No será porque tienes miedo de enamorarte? Dices que quieres un amor eterno, pero tienes la tendencia a asegurarte de que eso no ocurra.
Paula miró a Julia y luego a Mariana.
—Yo no hago eso.
Mariana suspiró.
—Lo siento, pero estoy de acuerdo con Julia. Evitas a los hombres normales, a los hombres que quieren casarse y tener hijos.
wooooooww q capitulos Naty!!!
ResponderEliminarWowwwwwwww, qué geniales los 4 caps Naty!!!!!!!!! Cada vez más linda esta historia
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Que triste la historia de Pedro, ahora se entiende más el por qué es así!
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