—A mí también. Pero es demasiado pesada. Mi estómago empieza a sentirse raro. Quizá la dueña fue una vaca en otra vida y toda esta nata sea su forma de volver a sus raíces.
—Lo que has dicho es raro, incluso para ti —dijo Pedro.
—Sólo buscaba una explicación. Escribiré a Julia, le diré que la comida es fantástica, pero que todo tiene nata en cantidad. Que decidan ellos.
Se pusieron en pie. Ella se puso una mano en el estómago.
— ¿Podemos parar en un supermercado? Me muero por un refresco para quitarme el sabor a salsa de nata.
—Estoy contigo.
Después de su clase, Paula fue a casa de Pedro para reunirse con la florista. Aunque había estado ante la verja unos meses antes, no había visto la casa principal de cerca hasta ese momento.
Cruzó la verja de hierro forjado y miró la gigantesca mansión de cuatro plantas. Había docenas de ventanas con tejadillos a dos aguas.
—Y yo creía que la casa de la abuela Ruth era impresionante —farfulló para sí.
Los jardines estaban muy cuidados y parecían interminables. Cuando aparcó ante la casa, su coche pareció un juguete que un niño hubiera dejado fuera por descuido.
Sabía que los ricos eran diferentes, y que Alfonso era rico, pero hasta ese momento no había comprendido hasta qué punto lo era. Debían de ser billones.
Fue hacia la enorme puerta y se miró los vaqueros. Quizá debería haberse vestido para la ocasión. Justo entonces la puerta se abrió y apareció Pedro.
— ¿Ya lo has visto todo? —preguntó.
—Aún no. ¿Haces visitas guiadas los miércoles?
—Sólo para algunos elegidos. Entra.
Se había quitado el traje y también llevaba vaqueros y una camisa de manga larga. Eso debería haber hecho que se sintiera más cómoda. Pero estaba demasiado guapo, todo músculo y virilidad. No sabía qué admirar, si su trasero o la elegante casa.
Entró en el vestíbulo de suelos de mármol y resistió el impulso de quitarse los zapatos. Era grande, de forma ovalada y había un piano de cola junto a la escalera. Sin duda, cualquier vestíbulo que mereciera ese nombre debía tener sitio para un piano. Había muebles increíbles, que debían de ser antigüedades, y cuadros que parecían auténticos e importantes.
— ¿Qué estás pensando? —preguntó Pedro, cerrando la puerta.
—Me preguntaba cuántos dormitorios tiene la casa.
—Más de diez.
—Vale. Bien. Entonces, ¿alquilas parte a familias numerosas o simplemente invitas a países pequeños a instalarse aquí?
—Depende de cómo ande de dinero para el mes.
El bromeaba, pero había algo raro en su expresión.
— ¿Estoy reaccionando mal? —preguntó ella—. ¿Debería fingir que no estoy impresionada e incluso un poco intimidada?
—Sólo es una casa.
—Es una casa muy grande y vives aquí solo. Eso es un poco raro.
—Crecí aquí. Es grande y cara de mantener, pero ha pertenecido a mi familia durante tres generaciones y ahora es mi responsabilidad.
—Es casi como un gran hotel —miró las enormes lámparas de araña y los jarrones de flores frescas—. Enséñame el albornoz de lujo y el servicio de habitaciones y me mudaré aquí.
—No tenemos servicio de habitaciones.
—Entonces olvídalo —suspiró ella—. El servicio de habitaciones es esencial —lo miró—. ¿Cómo suelen reaccionar? ¿Las demás mujeres?
—Empiezan calculando qué compensación se llevaran cuando se acabe el matrimonio.
—Ay. No todas habrán salido contigo por el dinero. A algunas debes de haberles gustado.
—No eres nada buena para mi ego —se rió él—. Les gusto a muchas de las mujeres con las que salgo. El dinero es sólo un gran plus —puso un brazo sobre sus hombros y la condujo hacia un arco—. No suelo enseñarles la casa.
—Yo tampoco lo haría. No hasta ir en serio. Las que te quieran por tu dinero no serán capaces de seguir disimulándolo y las demás se asustarán.
—Tú no estás asustada.
Estaban lo bastante cerca para que ella sintiera el calor de su cuerpo y eso le hizo recordar cómo se había sentido en sus brazos. Cómo la había besado y provocado un cosquilleo en todo el cuerpo.
—No estamos saliendo juntos —le recordó. Y si dependía de ella, no lo harían nunca. Pedro era demasiado peligroso para su paz mental. Nunca había creído que un tipo la asustaría, pero él la aterrorizaba.
Deseó que no la atrajera tanto. A desgana, se liberó de su brazo.
Llegaron a una enorme sala de estar. Aunque había dos sofás de módulos, un par de aparadores, mesitas auxiliares y un escritorio, la habitación parecía despejada.
—Bonito —dijo ella, admirando los colores cálidos y el ambiente acogedor—. Tienes decoradores.
—Por supuesto. Soy un hombre típico. Si dependiera de mí, el mundo entero sería de color beige.
Se oyeron unas campanillas en la distancia.
—El timbre —dijo él—. Debe de ser la florista. Siéntate y la traeré aquí.
Ella fue hacia uno de los sofás y se sentó. A la derecha había un carrito de bebidas de madera tallada. En vez de licores, contenía una selección de refrescos, hielo, agua y algunos aperitivos.
—Debe de haber un ama de llaves o cocinera en algún sitio —murmuró ella, poniendo hielo en un vaso y abriendo una lata de su refresco favorito. Pedro no podía haber organizado eso.
No podía ni empezar a imaginarse cómo habría sido crecer en un lugar así. Aunque era una casa de película, tenía la sensación de que no debía de haber sido cómoda para un niño. Pedro era hijo único. Ese tipo de casa pedía a gritos un montón de niños. Se preguntó si se habría sentido solo.
Pedro regresó con una mujer diminuta de edad indefinida. Tenía los brazos cargados de libros y carpetas y ella llevaba dos cestas con docenas de flores.
—paula, ésta es Beatrice. Beatrice, Paula es la hermana de la novia.
—Es encantador que estén planificando la boda juntos —dijo la mujer con una sonrisa. Miró a su alrededor y se volvió hacia Pedro—. Quizá sería mejor instalarnos en un comedor o algo así.
—Desde luego. Por aquí.
— ¿Quieres beber algo? —preguntó Paula.
—Agua, por favor —dijo Beatrice tras echarle un vistazo al carrito—. Mineral, si hay.
Paula puso hielo en otro vaso, agarró una botella de agua y los siguió. Mientras pasaban de la sala al comedor, se preparó para sentirse intimidada.
Hizo bien, porque el comedor podía acomodar a unas treinta personas, aunque en ese momento sólo había doce sillas alrededor de la mesa. Sin embargo, por su situación en el centro de la habitación y el número de patas agrupadas, adivinó que tenía al menos ocho extensiones.
Pedro colocó los libros en la mesa y Beatrice empezó a sacar docenas de flores.
—Tengo entendido que los novios ya han elegido los colores —dijo, agrupando capullos—. Eso ayudará. Rosa y verde es una buena combinación. Tengo algunas ideas para algo distinto de lo habitual. Por ejemplo, aquí tenemos tulipanes rosas con gladiolos verdes. No es tradicional, pero son bellísimos.
Paula no entendía de plantas ni de flores, pero admiró los gladiolos. Los pétalos verdes eran exuberantes y el color quedaba perfecto con el rosa profundo de los tulipanes.
—Son increíbles—murmuró. Miró a Pedro—. ¿Qué opinas?
—Bonito.
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