—No te caigo muy bien.
—No te conozco.
—No quieres conocerme.
—Pues la verdad es que no lo he decidido. Por extraño que te parezca, no he pensado en tí en absoluto.
Un punto para ella, pensó Pedro.
—Antes no dijiste nada bueno de mí. Los escuché.
—Tienes una reputación de la que, personalmente, creo que disfrutas. Pero la gente se crea una impresión de tí, basada en tu notoriedad.
—Crees que soy superficial.
—No creo que hayas tenido que trabajar mucho por nada, excepto por tu empresa.
—Aun así, accediste a salir conmigo. Una cita. Lo prometiste. La tía Ruth me lo dijo.
—Me pareció buena idea en ese momento.
A ella podía incomodarla la idea de la cita, pero era él quien tenía que soportar que su tía ofreciera un millón de dólares a cada nieta, si alguna se casaba con él. Como si él fuera un perdedor. No era tan malo como para tener que sobornar a una mujer.
No quería casarse, pero era cuestión de principios.
Por suerte, Julia y Sofíano estaban libres. El no quería una cita con Paula, pero a tía Ruth le hacía muy feliz la idea. Aunque no lo habría reconocido ni bajo tortura, era incapaz de negarle nada a tía Ruth.
—Sólo es una cita —dijo él—. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
— ¿Que tres horas parezcan toda una vida? —contestó ella, con un destello de humor en los ojos.
—La boda —sugirió él—. Los dos tenemos que participar, así que no sería divertido para nuestros acompañantes.
—Habremos pasado tiempo organizando el evento y tendremos de qué hablar —ella asintió lentamente.
—Podemos beber montones de champán.
—Buen plan —sonrió ella— De acuerdo, Pedro Alfonso Tercero, iré contigo a la boda de mi hermana.
La mansión de tres plantas de la abuela Ruth, en Bel Air, impresionó a Paula tanto como la primera vez. Era enorme y estaba fuera de lugar; estaban en los Ángeles, no en la Inglaterra del siglo XVIII. Pero los ricos vivían de otra manera. Tenían servicio interno. Para Paula, la ayuda en casa equivalía a un paquete de toallitas húmedas especiales para cristales.
Miró la puerta doble que accedía a la casa y decidió esperar a Pedro antes de entrar. Sabía que no debería intimidarla la doncella de su abuela, pero lo hacía. Le daba igual, tenía otros atributos positivos.
Un minuto después, un reluciente Mercedes plateado entró en la parcela. Era un deportivo de dos plazas, de ésos que costaban tanto como la deuda nacional de un pequeño país del tercer mundo.
El tipo que bajó del coche era igual de impresionante. Alto, bien vestido y lo bastante sexy como para que mujeres inteligentes hicieran ***** por él. Tendría que asegurarse de no caer en esa categoría. Por suerte, no era su tipo.
—Paula —saludó Pedro con una sonrisa—. Esperaba que ya hubieras recorrido la casa y tomado una decisión.
—Somos un equipo, Pedro. Respeto eso —al menos lo haría mientras le conviniera hacerlo.
Pedro llevaba puesto un traje gris oscuro. La camisa azul claro contrastaba con la corbata borgoña. Aunque ella prefería un estilo más informal, él lucía su poderío de maravilla. Ella, por otro lado, parecía una universitaria escasa de recursos. Pero había podido subirse la cremallera de los vaqueros sin problemas, y eso ya era un buen principio.
Preparó la cámara digital y una libreta y lo siguió.
—Tengo una hora —dijo, mirando su reloj—. Después tengo que volver a la universidad para una clase.
— ¿Qué estudias?
—No estudio—lo miró—. Soy intérprete para alumnos sordos. Estoy especializada en clases avanzadas de química y física, sobre todo.
—Impresionante —dijo él, enarcando las cejas.
—No me resulta difícil. He estudiado todas las asignaturas, así que entiendo la materia. Tengo tres diplomaturas en ciencias avanzadas. Haré el doctorado, pero aún no estoy lista. Como conocía el lenguaje de señas, decidí dedicarme a eso un par de años.
— ¿Tres diplomaturas en ciencias? —la miró atónito.
—Bueno —le encantaba que la gente la subestimara—. No es tan impresionante si consideras que entré en la universidad con quince años.
—Ya. Es casi normal. Eres bastante lista.
—Más que tú, chico grande —sonrió ella.
—Me acordaré de eso —se rió él.
Llamó a la puerta y saludó por su nombre a la doncella que la abrió.
—Hemos venido a ver el salón de baile, Katie —le dijo—. Y el jardín trasero.
—Bien, señor —asintió la mujer uniformada—. Su tía me dijo que vendrían. ¿Quiere que les lleve?
—Iremos solos. Gracias.
Paula sonrió a la mujer y siguió a Pedro a través de un enorme vestíbulo y una escalera curva y ancha.
— ¿Cuántas empleadas tienes tú? —preguntó cuando llegaron a la segunda planta y tomaron un largo pasillo alfombrado. Había docenas de cuadros en las paredes y muebles que debían de ser valiosas antigüedades, aunque ella no entendía de eso.
—Cinco internas y seis externas.
— ¿Qué? —había visto su casa de lejos. Era más grande que la de la abuela Ruth, pero...—. ¿Qué hacen?
El se volvió, le tocó la punta de la naríz y sonrió.
—Te engañé. Tengo un ama de llaves que contrata a gente para que limpie la casa y se ocupe del jardín. Viene tres días a la semana. Preferiría no tener a nadie, pero la casa es grande y vieja y no me gusta que me dé dolores de cabeza.
Ella reconoció para sí que un ama de llaves era mejor que cinco internas.
Subieron otra escalera que daba a un vestíbulo más grande que el apartamento de Paula. Unas puertas talladas daban paso a un salón de baile del tamaño de un campo de fútbol.
Ella fue al centro de la habitación y giró lentamente. Había espejos en las paredes y docenas de lámparas de araña colgando del techo. El suelo de madera reflejaba el sol que entraba por las ventanas.
La paredes eran de un beige neutro, que permitía cualquier combinación de colores.
—Deberíamos pensar en mesas para ocho o diez —dijo Pedro, sacó su agenda electrónica y pulsó unas teclas—. Aquí cabrían unas treinta mesas y aún habría sitio para moverse.
—Con veintiocho mesas, ¿habría sitio para bailar y para el grupo? —preguntó Paula, haciendo cálculos.
—Para la orquesta, no el grupo —Pedro la miró—. Julia dijo elegante y los grupos no son elegantes.
Tal vez no lo fueran, pero Paula nunca había ido a una boda en la que hubiera una orquesta.
— ¿Crees que la Filarmónica de Los Angeles estará disponible?
—Tendría que consultar su agenda —sonrió él—. Pero pensaba en algo más pequeño. Tengo en mente a una que he oído tocar en otros eventos.
¿Eventos? Mientras el resto de Estados Unidos iba a centros comerciales, los ricos iban a eventos.
— ¿A qué tipo de eventos te refieres?
—Sobre todo a actos benéficos. Un par de bodas. Me enteraré de dónde tocan esta quincena e iremos a verlos. Son muy buenos. Confía en mí.
Ella no estaba dispuesta a confiar en él todavía. Dejó la libreta y empezó a sacar fotos.
—Me gusta mucho esta habitación, le enviaré las fotos a Julia en cuanto acabe con mi clase.
—Hay más —dijo él. La llevó a un grupo de puertas de cristal. Abrió la primera y le hizo un gesto para que tomara la delantera.
Ella salió a un amplio balcón con vistas a la finca. No se veía ninguna valla, pero supuso que podía considerarse una finca. La vista era impresionante. Se veía el porche, la piscina y los jardines.
—Esto nos daría algo de espacio adicional —dijo él, saliendo—. Un sitio para que la gente se diera un respiro. Podríamos iluminar el jardín con farolas.
—Me gusta —dijo ella, casi para sí—. Cualquiera puede casarse en un jardín trasero, pero esto es increíble, Una ocasión única en la vida.
Miró el salón de baile, imaginándose mesas, flores invitados. Sería un recuerdo inolvidable.
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