lunes, 13 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 24

La casa era modesta. Pedro estacionó y trató de asimilar que, mientras él había crecido en un mundo de riqueza y privilegios, las nietas de Ruth se habían criado allí.
Salió de su deportivo y caminó hacia la puerta. Paula ya la había abierto. Se apoyó en el marco y dijo:
—¿Estás preparado? Deberías estarlo.
—Tus hermanas no pueden ser tan malas —dijo él mientras se acercaba—. Estaré bien.
—Qué tonto —dijo Paula con una sonrisa.
Pasó frente a ella, se dio la vuelta y la besó. Ella no reaccionó, pero Pedro observó el deseo en sus ojos. Tal vez tuvieran otros problemas, pero conectar sexualmente no era uno de ellos. Quizá se hubiera apresurado al decidir que su plan de aproximación funcionaría mejor si no había contacto físico.
—Mi madre está trabajando —dijo Paula—. Está a cargo de una clínica de vacunas a bajo precio un sábado al mes, pero llegará más tarde. Mientras tanto, tengo aquí a mis hermanas para que te interroguen; quiero decir, para que te entretengan.
—Pueden interrogarme —dijo él, riéndose—. Puedo arreglármelas.
—Eso piensas.
La mañana era cálida, anticipando un día caluroso; de los que aparecen de vez en cuando en otoño. Paula llevaba una blusa holgada con amplio escote y mangas diminutas. En vez de pantalones, había optado por una falda hasta la altura de las rodillas. Llevaba los pies descalzos y el pelo suelto. Parecía una princesa de cuento de hadas.
Pedro se detuvo en mitad del salón. ¿Una princesa? ¿Qué diablos le pasaba?
—Por aquí —dijo Paula— Ya no puedes echarte atrás.
—No pensaba.
Lo guió por la cocina hasta el jardín trasero, que era más paradisíaco de lo que hubiera imaginado. Había plantas por todas partes, una mesa con sillas en un extremo y una barbacoa en el otro. Había velas y cosas que giraban con el viento, aparte de telas que colgaban y que no servían para nada en especial.
También había dos mujeres, ambas rubias y de ojos azules, con los rasgos de Paula y la misma mirada de «vamos a ponerte a prueba».
—Mis hermanas —dijo Paula—. Sofía y Mariana.
Sofía era bajita, delicada y guapa. Mariana era la más alta de las tres, y también una belleza. Unos genes magníficos.
—Encantado de conocerlas —dijo con una sonrisa—. Paula me ha hablado mucho de ustedes.
—¿Y ha mencionado que queríamos darte una paliza? —preguntó Sofía— No sólo a tí. Sigo queriendo ir a esa casa y decirle unas casas a Fernando Aston. No tendrás su dirección, ¿verdad?
—Yo, eh, el jardín es precioso —dijo Pedro— Hay muchas plantas. Es un lugar muy especial.
—No es un cambio de tema muy discreto —dijo Mariana con los brazos cruzados—. Dudo que estés realmente interesado en el paisaje, pero, en caso de que no estés tomándonos el pelo, Sofía es la que se encarga de eso.
Paula  le indicó que se sentara y ella ocupó la silla frente a él.
—Sofía puede cultivar cualquier cosa. Le encantan las hierbas y todas las cosas aromáticas. Tiene una línea de velas que es muy popular en algunos herbolarios, y escribe una tira cómica.
—Impresionante —dijo Pedro, mirando a Sofía—. ¿Tienes alguno de tus cómics aquí? Me gustaría leer alguno.
Sofía tomó una revista de la mesa de cristal y se la lanzó.
—Más o menos en la octava página —murmuró.
Fue pasando las páginas de la publicación. Había artículos sobre jardinería orgánica, un ensayo sobre cómo sobrevivir al frío y a la gripe y un diagrama sobre cómo sacar el máximo partido al abono.
Entonces vio la tira cómica de seis viñetas. Aparecían dos calabazas hablando sobre una venta de zapatos. A juzgar por los tocados en sus cabezas y los tacones, eran calabazas femeninas.
Leyó las viñetas y se obligó a reírse al final, incluso aunque no entendía la broma.
—Es genial —dijo al terminar—. ¿Las has vendido a más publicaciones?
—Sólo a un par de periódicos locales. Las grandes publicaciones no están interesadas en el humor orgánico.
—Pues se están perdiendo un gran mercado.
Sofía lo miró como intentando adivinar si estaba siendo condescendiente con ella. Estaba a punto de empezar a hablar sobre el importante crecimiento del mercado de productos orgánicos cuando Sofía y Mariana se levantaron.
—Vamos a por los aperitivos —dijo Mariana.
Cuando se marcharon, Pedro se giró hacia Paula.
—No lo entiendo —susurró, agitando la revista—. Explícamelo.
—No puedo —dijo ella—. Tampoco lo entiendo. Tal vez haya que ser vegetariano para entenderlo, no sé. Durante un tiempo pensé que los cómics de Sofía no eran divertidos. Pero cada vez está en más revistas, así que debo de ser yo. Bueno, y Mariana, y mi madre.
—Y yo —dijo él.
Paula le dirigió una sonrisa y él se la devolvió.
Sus hermanas regresaron.
—Limonada de mango —dijo Sofía, entregándole un vaso.
Mariana puso un plato de galletas sobre la mesa.
¿Limonada de mango? Dio un sorbo. No estaba del todo malo.
Mariana y Sofía volvieron a sentarse.
—¿Has estado casado alguna vez? —preguntó Mariana.
—No.
—¿Prometido? —preguntó Mariana.
—No.
—¿Algún hijo, aparte del que vas a tener con Paula Y, por favor, no digas «no que yo sepa». Eso hace que los hombres parezcan estúpidos.
—No hay más hijos.
Había comenzado el interrogatorio. Le preguntaron por todo, desde la relación con su madre hasta su situación económica, pasando por saber si pagaba sus impuestos a tiempo o no. Paula se quedó sentada en silencio, observando como si estuviera juzgando sus respuestas.
Le parecía bien. No tenía nada que ocultar. Así que contestó a las preguntas sin dudar, hasta que Sofía dijo:
—¿Cómo pudiste ser tan rastrero como para mentir sobre quién eras con el propósito expreso de hacer daño a esa persona?
Pensó en decir que no pensaba que pudiera hacerle daño a Paula, pero no le sonó bien. Decir que la consideraba incapaz de sentir nada no era apropiado tampoco. Podía explicar el daño que había experimentado en el pasado y sus ganas de vengarse. Sólo que Paula no había sido la que le hiciera daño. Finalmente, optó por la verdad.
—Me equivoqué —le dijo a Sofía— No hay excusa para mi comportamiento y no intentaré inventarme una.
Mariana y Sofíase miraron, y luego observaron a Paula. Sofía se encogió de hombros.
Pedro sintió que algo importante había sucedido, pero no estaba seguro de qué. A veces, las mujeres eran un misterio.
—Cuando éramos pequeñas, Paula era muy mandona —dijo Mariana — . Especialmente conmigo.
—No era mandona —dijo Paula—. Sin embargo, nuestra madre trabajaba y alguien tenía que estar al mando. Yo era la mayor.
—Mandona —dijo Sofía—. De las peores.
—Voy a ignorarte —dijo Paula, poniéndose en pie y acercándose a la mesa para servirse un vaso de limonada. Pero, en vez de volver a sentarse en su silla original, se sentó junto a él.
Pedro cometió el error de mirar sus pies descalzos cuando cruzó las piernas. Llevaba las uñas rosas y un anillo en uno de los dedos. Era la cosa más sexy que había visto.
Se recordó a sí mismo que tenía que concentrarse en su plan. Tenía que conseguir que Paula se casara con él. Por el bien del bebé.
Pero, en aquel momento, el bebé no parecía muy real.

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