miércoles, 15 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 30

—Yo a tí tampoco, abuela —dijo Paula, poniéndose en pie.
—Lo sé. Llamé a tu oficina, pero tu ayudante me dijo que te habías ido a casa porque estabas enferma. He venido a ver cómo estabas, y cómo estaba mi bisnieto.
—¿Sabes lo del bebé? —preguntó Paula.
—Lo sé todo. Bueno, todo no. No sabía que ibas a salir con Pedro en vez de con Fernando. Si lo hubiera sabido, habría intervenido. Fernando es el mayor y quería que se casara.
A Paula le daba vueltas la cabeza. Le quedaba la energía justa para invitar a Ruth a sentarse y derrumbarse después en el sofá.
—¿Cómo sabías lo del bebé? —preguntó.
Ruth miró a Fernando, que estaba de pie frente al sofá.
—¿Estás acechándonos? No nos mires así.
Fernando se echó a un lado y Ruth se giró hacia Paula.
—La joven que viene a mi casa a hacerme las uñas tiene una hermana que trabaja en un bufete de abogados. Es el mismo en el que Pedro y Fernando hacen negocios. La he utilizado de vez en cuando, sólo para mantenerme informada de sus negocios. Estos chicos no me cuentan nada. Me habló de esos papeles.
Paula  no supo a qué reaccionar primero. Al hecho de que Ruth espiase a sus propios sobrinos o al hecho de que una secretaria en un bufete diese información privilegiada.
Miró a Fernando, que parecía tan furioso como ella se sentía.
—Haré que la despidan —dijo él.
—Claro que sí —dijo Ruth—. Ya le he conseguido un trabajo mejor, así que lárgate y ocúpate de todo mientras yo hablo con Paula.
Fernando vaciló. Paula tuvo la sensación de que iba a quedarse para asegurarse de que todo saliese bien.
—Estoy bien —le dijo—. Puedes irte.
—¿Estás segura?
Ella asintió.
Fernando se marchó, cerrando la puerta tras él, y Paula se giró hacia su abuela.
—Has estado ocupada.
—Tengo que mantenerme informada de los acontecimientos de mi familia.
—De acuerdo, abuela, ésta es la cuestión —dijo Paula— No puedes hacer esto. No puedes espiar y engañar a la gente. Así no se trata a la familia ni se consigue que la gente quiera estar contigo. Sé que eres mayor y debería respetar eso, pero no puedo perdonarte por lo que le hiciste a mi madre. Tenía diecisiete años y le diste la espalda.
—Tu madre eligió marcharse. Fue su decisión y sabía las consecuencias.
—Tú hiciste que tuviera que decidir. Mi padre fue el primer hombre al que ella había amado; aparentemente el único al que amará siempre. Y tú hiciste que tuviera que elegir. ¿Qué esperabas que hiciera?
—Su deber.
—¿Y el deber de una madre no es querer a sus hijos por encima de todo? Pero aparentemente ése no es tu estilo. Supongo que, en tu mundo, si la gente se equivoca una vez, entonces le das la espalda. Pues no te molestes en preocuparte por mí porque voy a fastidiarla. Voy a decepcionarte. Es inevitable. Prefiero que sepas esto ahora y salgas de mi vida. Así será más fácil. No quiero preocuparme por tí y descubrir después que tu afecto es condicional.
Ruth palideció.
—¿Cómo te atreves a hablarme así?
—Alguien tiene que hacerlo. ¿Por qué te aferras tanto a Pedro y a Fernando y a mi madre la dejaste ir tan fácilmente? ¿Acaso sientes...? —Paula  abrió la boca y volvió a cerrarla. Entonces se dio cuenta de la verdad—. Sientes lo que ocurrió. Te arrepientes tremendamente. Pero nunca supiste cómo arreglar las cosas con ella; por tu orgullo o por tu dinero. Tenías miedo de que volviera a rechazarte, así que no lo intentaste. Pero tenías a Pedro y a Fernando y ellos casi lo compensaban. Así que te aferraste a ellos, dividida entre quererlos y necesitar consolarlos para que no desaparecieran como tu hija.
Los ojos de Ruth se llenaron de lágrimas, pero su expresión siguió siendo reprobadora.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando, pero veo que tu madre te educó fatal. Eres grosera y poco profesional.
—¿Poco profesional? Se trata de una conversación personal. No tengo que ser profesional.
—Bien. Sé lo que quieras, pero escucha una cosa, jovencita. Vas a tener a mi bisnieto y te casarás con Pedro Alfonso.
—No lo hará.
Paula  levantó la cabeza y vio que Pedro había entrado en la casa. La ignoró y se dirigió a Ruth.
—Paula  no hará nada que no desee hacer. Nadie va a obligarla. Ni tú, ni yo, ni nadie. Quiero que sea feliz, eso es lo único que deseo. Si puede ser feliz con otro, entonces me apartaré.
Paula se quedó mirándolo sin saber si debía creerlo o no, aunque estaba encantada de verlo.
—Estás siendo ridículo —dijo Ruth—. No toleraré esto.
—Pues hazte a la idea porque va a ocurrir.
—Pero si la amas —dijo Ruth—. Lo sé porque nunca has hecho tantas ***** por una mujer. No es propio de tí ser tan tonto.
Pedro miró a Paula y le dirigió una sonrisa compasiva.
—No me importa. Sólo deseo que no sufras más. Parece que no puedo dejar de estropearlo todo.
Paula se puso en pie y se acercó a él. Realmente creía que Fernando se había equivocado, y Ruth estaba allí entrometiéndose. ¿Pero acaso le importaba? ¿Acaso no eran Pedro  y ella los que tenían que decidir lo que era bueno para ellos?
Entonces pensó realmente en las palabras de Ruth. ¿Amor? ¿Pedro  la amaba? Su alma se iluminó al pensarlo. Su corazón se aceleró. ¿Era posible? ¿La amaba?
—Proponle matrimonio —ordenó Ruth—. Proponle matrimonio y acabemos con esto.
—No —dijo Pedro—. No me casaré con Paula. Es la única manera de asegurarme de que sea feliz.
—¿Qué? —preguntaron ambas mujeres a la vez.
Le agarró las manos a Paula y la miró a los ojos.
—Te he hecho llorar. No quiero que eso vuelva a ocurrir. No quiero que dudes de mí ni de mis motivos. Sólo conozco una manera de hacer eso. No casarme contigo. Porque eso es lo que he deseado todo este tiempo. Que estuviéramos juntos. Al principio era por el bebé, pero ahora hay más. Se trata de ti. Odio cómo nos conocimos. Fue la mejor y la peor noche de mi vida. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo y de lo fantástica que eras, era demasiado tarde para empezar de nuevo. Luego te hice daño y supe que la había fastidiado. Pero el bebé nos dio una segunda oportunidad. Tuviste que llegar a conocerme y pensé que, con el tiempo, tal vez empezara a gustarte. Pero entonces te propuse matrimonio y volví a fastidiarla. Y otra vez como al principio. Te quiero y nunca te obligaré a hacer nada que no quieras. Nos alternaremos al bebé. Compraré la casa de al lado. Sólo dimeló y allí estaré. Te lo juro, Paula. Yo no tuve nada que ver con esos papeles. Nunca te haría una cosa así.
—Lo sé —dijo ella—. Lo sé. Simplemente reaccioné ante eso y luego no sabía cómo borrar mis acciones cuando Fernando me contó la verdad.
—¿Fernando ha estado aquí?
—No había tenido a tanta gente en casa desde la fiesta de Navidad —los ojos le ardían por las lágrimas. Pero eran lágrimas de felicidad—. Les creo a los dos, Pedro. Cuando lo pasé tan mal pensando que me habías mentido, me di cuenta de que yo también te quiero.
Paulase preparó para el comentario de Ruth. Diría que, si los dos se querían, lo más lógico sería casarse. Pero no hubo sonido alguno.
Se giró y vio que su abuela había desaparecido. La puerta de entrada estaba cerrada y Pedro y ella estaban solos.
—Nunca hubiera pensado que pudiera ser tan sensible —admitió ella.
—Yo tampoco. Fernando, Ruth y yo vamos a tener una larga charla sobre su manera de mantenerse en contacto.
—Está sola y se aferra con demasiada fuerza —dijo Paula— Sé amable.
—Lo seré —le dio un beso en los dedos—. Te quiero.
—Yo también te quiero. Lo cual me lleva a un punto interesante. Vamos a tener ese bebé juntos.
—Sí, en efecto.
—Tradicionalmente, las parejas prefieren estar casadas.
—Eso he oído —dijo Pedro, soltándole una mano para acariciarle la cara—. ¿Estás diciendo que estarías dispuesta a casarte conmigo? ¿A pesar de todo?
—De hecho sería un honor.
Pedro  la abrazó y la besó. Ella le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él. Era el tipo de hombre que siempre estaría allí, al igual que ella siempre estaría cerca.
—Vamos a ser un gran equipo—murmuró ella.

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