—Entiendo las palabras, pero admitiré que no puedo verlo como algo real. Mi madre siempre dijo que sus padres habían muerto, y nosotras la creímos.
—Pero, si las cosas hubieran sido distintas... —comenzó él.
—Entonces tú y yo habríamos crecido juntos. Habríamos sido como hermano y hermana.
Pedro puso cara de repugnancia. No era precisamente como querría que hubieran sido las cosas. Pensaba en Paula de muchas maneras, pero no como hermana.
Mientras cocinaba, se distraía constantemente con su presencia. Estaba tan viva, tan vibrante. Era como si ella fuese el único color de la habitación.
Le gustaba el modo que tenía de desafiarlo, y cómo trataba de ser justa. También le gustaba su jersey rosa, que enfatizaba sus curvas. Curvas que recordaba muy bien y que deseaba poder tocar de nuevo.
—O tal vez hubiéramos sido el primer amor del otro —dijo ella.
—Eso me gusta más —dijo él.
—Puedo imaginármelo. La magia del primer beso. Ir a los bailes de graduación.
—Tú irías a un colegio privado de chicas —dijo él con una sonrisa— Con uniforme.
—Te estoy ignorando. Nos habríamos separado antes de la universidad, habríamos tratado de mantener el contacto, pero tú serías incapaz de serme fiel. Yo me presentaría por sorpresa en tu residencia y te pillaría con una pelirroja.
—Eh, ¿por qué tengo que ser el malo? Nunca he sido infiel.
—¿Por qué no me lo creo?
—No sé, pero es cierto. Tengo referencias.
Paula pareció pensar en eso durante un momento.
—De acuerdo, entonces simplemente nos distanciamos. Entonces, en nuestras siguientes vacaciones juntos, Fernando intentaría ligar conmigo. Vosotros os peleáis y, mientras tanto, yo me voy con el científico que conocí en la biblioteca.
—¿Y yo viviría mi vida amargado y arrepintiéndome?
—Tal vez. Pero finalmente encontrarías a alguien, una bibliotecaria que te leería a Emily Dickinson todas las noches.
—Vaya, gracias.
—De hecho, te gustaría mucho.
—Así que todavía me odias, ¿verdad? —preguntó él.
Paula ladeó la cabeza y su larga melena rubia le cayó por encima del hombro.
—No tanto como debería.
Pedro le dio la vuelta al pollo y negó con la cabeza.
—Ojalá nos hubiéramos conocido de otra forma. Ojalá me hubiera encontrado contigo en la playa, o en la tienda de ultramarinos, o en una fiesta.
—Pedro, no.
—¿Por qué no? Nos llevamos bien. Nos llevamos bien aquella primera noche y nos llevamos bien ahora.
—No sé qué parte de aquella noche fue real y qué parte estaba planeada. ¿Quién eres realmente?
—Estoy intentando enseñártelo —intentando ser paciente. Las razones de Paula eran válidas. Aunque no quisiera, tenía que respetar su derecho a mostrarse recelosa.
—De acuerdo, me parece bien —dijo ella—. Lo estoy intentando, Pedro. No estoy siendo difícil a propósito.
—¿Es sólo un alegre derivado?
—Más o menos.
—Háblame de tu vida —dijo él—. Ya sabes todo sobre la tragedia de mi infancia.
—Mis hermanas y yo éramos felices. No había mucho dinero ni escuelas privadas con o sin uniformes, pero nos parecía bien.
—¿Vuestro padre murió?
Paula se detuvo y, por primera vez desde que había llegado, pareció incómoda.
—No, está vivo.
¿Cuál era el problema? El divorcio era algo común.
—Mis padres siguen casados —dijo—. Tienen una relación única. Mi padre es uno de esos hombres que no puede sentar la cabeza. Es encantador y divertido, y todo el mundo quiere estar cerca de él.
Todo el mundo menos ella, pensaba Pedro, viendo las emociones en su rostro. Obviamente, su padre le había hecho daño.
—Desaparece —continuó Paula—. Reaparece durante algunas semanas, para alivio de mi madre, que lo adora. Nos colma de regalos y nos cuenta historias, y se implica en nuestras vidas, y luego desaparece. Nunca avisa y, con frecuencia, vacía la cuenta bancaria de mi madre. Meses después, envía un cheque con una cantidad tres o cuatro veces mayor. Pocos meses después de eso, reaparece de nuevo.
—Eso tenía que ser duro para tí—dijo Pedro.
—No era mi manera favorita de vivir. Yo quería que se quedase y, si no podía, quería que desapareciese para siempre. Durante mucho tiempo me odié a mi misma por quererlo cuando estaba cerca y por lo mal que me sentía cuando se iba. Odiaba ver a mis hermanas tan tristes y escuchar a mi madre llorar. Ahora es mejor. Ya no me implico.
¿Era cierto? ¿Paula era capaz de distanciarse de su padre o simplemente evitaba cualquier emoción en lo que a él respectaba?
—¿Cómo lo lleva tu madre? —preguntó él.
—Lo ama —la expresión de Dulce era indulgente y confusa—. No lo entiendo, pero así es. Lo ha amado desde el primer momento en que lo vio. Se distanció de su familia sólo para estar con él. Se alejó de sus padres y de una vida privilegiada. Tu tío era su padrastro, pero había estado en su vida desde que ella era un bebé.
En lo que a ella respectaba, era su padre. Por lo que cuenta, fue lo mejor. Nunca ha mirado atrás, nunca se ha arrepentido.
Pedro comprobó el pan y luego sacó el pollo de la sartén. La ensalada estaba lista. En cuanto terminara el pan, prepararía el pesto y estarían listos para comer.
—Admiro su habilidad para aferrarse a su decisión —dijo él—. Hace falta coraje.
—Creo que el hecho de estar completamente apartada de su familia ayudó un poco. No era como si ellos hubieran estado dispuestos a recibirla de vuelta.
—Su padre no lo habría hecho —dijo Pedro—, pero Ruth sí. Es una mujer de buen corazón. Es gruñona y dura por fuera, pero por dentro es un cielo.
—Aún no he visto esa parte de ella. Se mostró bastante intimidante cuando vino a vernos.
—¿Tú? —preguntó él con una sonrisa—. ¿Intimidada? No me lo creo.
—De acuerdo, estaba nerviosa. Obviamente te preocupas por ella. Lo noto en tu voz. Lo digo en el buen sentido. Pero bueno, trató de conseguir que una de nosotras se casara con tu primo sobornándonos. Eso no es muy dulce.
—Pero ella es así. Le encanta entrometerse, pero siempre ha sido una parte importante de mi vida. Nuestros padres viajaban constantemente y, cuando estaban fuera, Fernando y yo vivíamos con Ruth. Tenía una mansión increíble en Bel Air. El terreno era impresionante, dos o tres acres por lo menos. Pasábamos los veranos perdidos en los jardines. Cuando estábamos en el colegio, ella aparecía sin razón alguna, nos sacaba de clase y nos llevaba a la playa o a Disneylandia.
—Suena bien —dijo ella con tono dubitativo.
—Era genial. Tendrás que llegar a conocerla.
—Estoy deseándolo. Al menos la casa estará bien, si me pide que vaya a visitarla.
—Ya no vive allí. Se la dio a su hija, que es la mayor de las dos hermanas, y ella se la cedió a Fernando.
—¿Fernando vive en una vieja mansión de Bel Air? —preguntó Paula.
—¿Eso cambia algo? ¿Te arrepientes de que no fuera él el de la cita?
Ella se rió.
—No. Eso hace que sea más risible. ¿Qué hace un soltero en una casa así? Debe de ser un museo.
—Lo es. ¿Por qué te parece tan divertido?
—No sé, pero estoy deseando decírselo a mis hermanas. Bien, soy una maleducada. ¿En qué puedo ayudar?
—Podrías poner la mesa.
—Genial. Dime dónde puedo lavarme las manos.
—Claro.
La guió hasta el cuarto de baño de invitados junto al salón. Paula miró a su alrededor, a los azulejos blancos, los suelos de mármol y las figuras blancas, y luego volvió a mirar a Pedro.
—Tienes que aprender a decirle que no a tu decorador de interiores.
—Lo sé. Es un desastre.
—Podría quedarte ciego aquí dentro.
—Si crees que esto es malo —dijo él—, deberías ver el dormitorio. Todo es negro y morado.
En menos de un segundo, la atmósfera cambió. La tensión fue palpable entre ellos. Pedro no podía apartar la mirada de su boca, y la necesidad de besarla y abrazarla le invadió al instante.
Paula abrió la boca y volvió a cerrarla.
—Esto es extraño —dijo finalmente.
—No tiene por qué serlo —aunque le costó trabajo, se apartó de ella. Había cedido a la tentación en el bufete y eso no había mejorado las cosas. No quería volver a cometer el mismo error—. ¿Ves? Todo bien.
No era cierto. Al menos no para él. Cuanto más estaba con ella, más la deseaba, pero, por el momento, ignoraría el deseo. Tenía que pensar a largo plazo. Paula y él tenían que establecer una relación cómoda para poder llegar a conocerse. Entonces, cuando ella se ablandara, volvería a proponerle matrimonio. Porque, de un modo u otro, iban a casarse.
Ningún hijo suyo nacería sin que sus padres estuvieran legalmente unidos. Así que estaba dispuesto a cualquier cosa para convencer a Paula de que le diera una oportunidad; incluso renunciaría a lo único en lo que podían estar de acuerdo. El sexo.
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