martes, 14 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 28

—Probablemente. Sólo para ser amable.
Por supuesto, sin el millón de dólares en juego, Fernando no se habría acobardado y Pedro nunca habría entrado en escena. De modo que ella habría salido con Fernando, habría sido agradable y la cosa habría acabado de forma muy distinta. ¿Cuánto tiempo habría pasado hasta que hubiera conocido a Pedro?
Se quedó sorprendida por el pánico que sintió. Como si no conocer a Pedro hubiera sido algo horrible.
No quería pensar en eso, de modo que sacó un tema más seguro.
—La abuela nos invitó a Pedro y a mí hace poco —dijo—. Quería saber cómo había acabado teniendo una cita con él en vez de con Fernando y si tenía intención de salir con él en el futuro.
—Siempre le ha encantado entrometerse —dijo su madre con un suspiro.
—Aparentemente. No sé lo que le ha pasado en su vida, y estoy segura de que es una persona adorable, pero me cuesta aceptar lo que te hizo. Tenías diecisiete años, mamá. Te dio la espalda.
—No es su culpa —dijo Alejandra, colocando la comida frente a ella—. Decepcioné a mis padres.
—Decepcionarlos,  sí. Pero no te convertiste en asesina ni nada. Eres su única hija. Entiendo que tuvieran una pelea, que no se hablen durante un tiempo, ¿pero veintiséis años? Eso es excesivo.
—Fraser era un hombre difícil —murmuró Alejandra.
—Me parece un tirano. Pero hay una cosa que no entiendo. Por lo que he visto, Ruth es una mujer muy fuerte. Si eso es cierto, podría haberse enfrentado a él e insistido en ver a su hija —Paula le acarició el brazo a su madre—. Hiciste un trabajo increíble con nosotras. No lamento nada de nuestra infancia. Pero me pone histérica que tuvieras que trabajar tan duro y sufrir tanto y que ellos estuvieran a tan sólo unos kilómetros de distancia y nos ignorasen.
—Yo no habría aceptado nada de ellos.
—No estoy hablando de dinero. Te hubiera venido bien alguien con quien hablar o que hiciera de canguro para que tú pudieras entretenerte.
—Adoro a mis hijas y estoy muy contenta con mi vida —dijo su madre con una sonrisa.
—Me alegro. Pero no comprendo a tu madre. No sé si es una víctima o el diablo.
—No es el diablo.
—Quizá. Pero tiene que aceptar la responsabilidad de sus acciones, o de la falta de acciones. Todos lo hacemos.
—¿Incluso yo? —preguntó su madre.
—¿Qué quieres decir? ¿Por marcharte con papá? Mamá, tenías diecisiete años. Se te permitía ser impulsiva.
—No me refiero tanto a eso como a lo que ha ocurrido desde entonces. Sé que no apruebas mi conducta.
Paula dejó su sándwich. De pronto no tenía tanta hambre.
—Mamá, te quiero y sólo deseo que seas feliz. Mi deber no es aprobar ni desaprobar. Has tomado tus decisiones.
—Las cuales no comprendes.
—No. Es mi padre y lo quiero. Pero no puedo perdonarlo. No tiene derecho a aparecer y a desaparecer de nuestras vidas a su antojo. La familia es algo más que eso. Se trata de aceptar las responsabilidades.
—Él nos quiere.
—Tiene una manera curiosa de demostrarlo —murmuró Paula— No puedo soportar cuando aparece y tú eres feliz. Sé lo que viene después. Se queda el tiempo suficiente para que volvamos a creer en él, pero luego se va. Te rompe el corazón una y otra vez y tú se lo permites.
—Es un buen hombre y un buen padre.
—Para mí no fue un buen padre.
—Oh, Paula. Vas a tener que aprender a ser un poco más tolerante con la gente y sus defectos.
—¿Qué? Un defecto es dejar pasta de dientes en el lavabo o llegar siempre tarde. Abandonar a tu familia una y otra vez es más que un defecto. Eres genial y guapa, y hay hombres maravillosos a los que les encantaría tenerte en su vida. Te tratarían como a una princesa.
—Pero yo sólo quiero ser la mujer de Miguel—dijo su madre con tristeza—. Ojalá pudiera hacerte entender que amar a alguien no significa poder cambiarlo. Aceptas lo bueno y lo malo.
—Su parte mala es demasiado grande para mí —dijo Paula.
—Pero no para mí.
Paula pensó en decirle que había otras mujeres cuando su padre se marchaba, ¿pero para qué decir lo evidente y causar dolor?
—A veces amar a alguien significa perdonar una y otra vez —dijo su madre—. Te quedas con aquello con lo que puedes vivir. Yo puedo vivir con esto. Tengo que hacerlo. Él es, como diría tu hermana, mi destino.
—Oh, por favor.
—Hablo en serio. ¿No crees que he tratado de olvidarme de él? Cuando eras más joven, después de que él se hubiera quedado casi tres meses y yo estaba segura de que había cambiado, decidí que ya no iba a volver a hacer eso. No iba a dejar que me volviera a romper el corazón. Así que empecé a tener citas. Salí con varios hombres. Una de las relaciones incluso fue algo serio.
—¡Mamá! Nunca dijiste nada.
—No sabía si iba a funcionar y no quería que os sintierais decepcionadas por otro hombre. Consideré que sería mejor esperar hasta estar segura.
—Supongo que no funcionó.
Su madre negó con la cabeza.
—Yo quería amarlo, pero no podía. Para bien o para mal, amo a tu padre. He descubierto que prefiero echarlo de menos a intentar amar a otra persona.
Paula no sabía qué decir ante eso.
—Ahora es mayor —continuó su madre—. Pronto sentará la cabeza. Y, cuando lo haga, será aquí. Conmigo. Envejeceremos juntos.
Paula  trató de comprenderlo, pero no podía.
—¿No hubieras preferido tener una vida entera en vez de sólo el final de la suya?
—Estoy contenta, Paula. Puede que no lo comprendas, pero tienes que aceptarlo. Esto es lo que deseo.
—Lo sé, mamá. Lo dejaré estar.
—Espero que puedas. Espero que puedas encontrar a alguien que te haga feliz. ¿Esa persona es Pedro?
—No lo sé —admitió ella.
—Es el padre de tu hijo —dijo su madre.
Paula miró a la mujer que había sido tan importante para ella durante tanto tiempo.
—Querrías que lo perdonara y siguiera hacia delante —dijo—. Te gustaría vernos casados.
—Me gustaría verte feliz. Me preocupo por todas mis hijas. Por Mariana porque sigue a su corazón. Por Sofía porque encuentra hombres que necesitan ser rescatados y, cuando están curados, se van con otra. Y por ti porque...
—Porque soy una cabezona y una persona difícil que no confía en los demás con facilidad.
—Por ti porque te han hecho daño y no confías en ti misma para elegir a un buen hombre.
—Es lo mismo —dijo Paula.
—¿Pedro te hace feliz?
—A veces. Quizá. No es tan malo.
—Estoy seguro de que querría que llevases su campaña de imagen si se metiera en política —bromeó Alejandra.
—Ya sabes lo que quiero decir —dijo Paula  con una sonrisa—. Si finjo que nos conocimos de otra forma, entonces es un hombre alucinante. Es listo y cariñoso y, sí, me gusta.
—No puedes cambiar el pasado.
—Lo sé, pero, a veces, intento pelearme con él.
—¿Y funciona?
—No tan bien como me gustaría. Sólo deseo que las cosas fueran diferentes.
—Las cosas no pueden cambiarse. La gente es quien es. Es un buen hombre, y el padre de tu hijo. Está empezando a importarte. ¿No es eso lo que deseas?
—Eso sería lo normal —dijo Paula, encogiéndose de hombros—. Pero siento que aún tengo miedo de que esté mintiendo o de que se eche atrás, o de que haya un gran secreto y, cuando salga, me rompa el corazón.
—Implicarse con alguien entraña riesgos. Pero sobreviviste a Garrett.
—Cierto. Pero superar lo de Garrett fue mucho más fácil de lo que debería haber sido. Tengo miedo de no poder superar lo de Pedro.
—Te estás enamorando de él —dijo su madre.
—Eso parece. Y no creo que lo desee.
—¿Puedes evitar que esos sentimientos sigan creciendo?
No si continuaban pasando tiempo juntos, pensó Paula al recordar el fin de semana anterior. No era sólo sexo. Eran todas las cosas de las que habían hablado y se habían reído. Era el modo en que le hacía sentir y lo mucho que deseaba confiar en él.
—Me niego a enamorarme —dijo Paula.
—Pensé que decidirías eso. Por una parte, creo que has tomado una decisión increíblemente triste. Por otra, no creo que nadie, ni siquiera tú, tenga ese control. Pedro no va a desaparecer. Siempre será el padre de tu hijo y estará en tu vida. ¿Puedes resistirte a él para siempre?

No hay comentarios:

Publicar un comentario