viernes, 3 de abril de 2015

El Simulador: Capítulo 21

Diez años en la policía de San Francisco, dos matrimonios, tres hijos y una rótula artificial para reparar el daño que le infligió un arma calibre 38 dejaron en Carson Fuller la sensación de haber tomado lo peor que la vida podía ofrecer, pero en aquel momento descubrió que nada de lo anterior le había preparado para enfrentarse a Angela Vazquez.
Su clienta del viernes por la mañana se hallaba sentada frente a él con un vestido verde muy corto y ceñido, el cabello esponjado y rebelde y rasgando el aire con las afiladas uñas color vino semejantes a diminutas dagas ensangrentadas.
- Angela: ese infeliz está seduciendo a mi amiga y será mejor que encuentre algo para hundirlo -. Ése parecía ser su lema.
Carson asintió tranquilamente y enlazó apacible las manos sobre el escritorio, con la esperanza de calmarla con el ejemplo.
- Carson: ya hice algunas indagaciones, nadie se ha quejado ante la Junta de Psicólogos por contactos inapropiados.
- Angela: tal vez los sobornó
- Carson: tal vez -. Concordó sin comprometerse, era probable.
- Angela: ¡sólo atrápelo! -. Insistió ella mientras tamborileaba con las pequeñas dagas sobre la cubierta de su escritorio-. ¡Con lo que sea!.
- Carson: ¿qué le parece si le ponemos un micrófono a su amiga y la enviamos con él?
- Angela: ¡Por supuesto que no!  ¡Usted no debe acercarse a mi amiga! -. Casi saltó de la silla ante tal sugerencia.
- Carson: bien señora, de acuerdo. Todavía tengo algunos ángulos que investigar-. Se puso de pie detrás de su escritorio y Angela Vazquez hizo lo mismo.
- Angela: ¿qué ángulos?
- Carson: socios de negocios, compañeros de escuela, registros escolares, oficinas federales y locales de impuestos y la oficina de auditorías de embargos y gravámenes.
Guió a Angela Vazquez hacia la puerta. Ahora que la mujer estaba de pie, Carson notó que apenas pasaba del metro y medio. Sin embargo, había una gran energía en aquel diminuto cuerpo del tamaño de un cilindro de gas.
- Angela: ¡quiero resultados pronto! -. Lo miró y la amenaza brilló en sus ojos.
- Carson: le tendré resultados -. Prometió y la encaminó hasta la puerta abierta.
- Angela: espero que sea cierto -
 Satisfecha, al menos por el momento, la mujer se volvió y caminó hacia el ascensor. Carson corrió de inmediato a su oficina y cerró la puerta antes de que ella volviera a la carga y regresara detrás de él.
Carson se sirvió una taza de café y se sentó ante el escritorio. Tomó un sorbo y se preguntó cómo proceder con la investigación del doctor Pedro García. Había comenzado a hacer preguntas el día anterior, pero hasta ese momento nada lo comprometía. El tipo estaba limpio. Era tan escurridizo como un pez cuando se trataba de estafarle dinero a todos esos pobres estúpidos. Pero, ¡qué diablos!, así es como funciona el sistema estadounidense.
Tomó el expediente de García y lo revisó otra vez. Carecía de antecedentes policiales. No estaba fichado y si el tipo había cometido algún fraude, nadie lo había denunciado. La comprobación de su crédito resultó interesante. García estaba adeudado, pero nada como para enviarlo a prisión. Pagaba un poco tarde, pero al parecer todos confiaban en que tenía la solvencia necesaria para liquidar los préstamos. Aun así, aunque debía mucho dinero, tenía una motivación poderosa para evitar que su castillo de naipes se derrumbara.
"Le dedicaré un día más", se dijo Carson. Seguiría investigando los documentos y luego, si no surgía nada, comenzaría a vigilarlo. Él sabía que si uno sigue a alguien el tiempo suficiente, es probable que cometa errores, y Angela Vazquez le había dicho que no le interesaba con qué atrapara a García, siempre y cuando lo hiciera.
Carson se levantó con fatiga de la silla y se dirigió a la oficina de registros públicos. Esperaba que apareciera algo ese día. En realidad, no querría seguir a aquel tipejo durante una semana. Sonaba a algo de lo más aburrido.
Pedro hizo a un lado los planos que estaba estudiando, se apoyó contra un roble y sonrió. Se preguntó a sí mismo por qué se sentiría tan feliz. Todo aquello iba a terminar. Se recordó cuál era su objetivo: tratar de encaminar la existencia de Paula Chaves y salir de su vida antes de que descubriera que él era Pedro Alfonso y que no tenía más idea de cómo llevar a cabo una terapia que la mosca que volaba frente a su rostro en aquel momento.
No tenía más remedio que admitirlo: no quería sólo fortalecerla y hacerse a un lado. En aquellos pocos días con Paula por fin había encontrado lo que buscaba: una mujer firme y genuina, como su madre cuando preparaba los alimentos en su impecable cocina. Había buscando a alguien con quien construir algo como lo que Agustín tenía con Cecilia. Después de estar algunas veces con Paula, con aquellos ojos oscuros que lo miraban confiados y la dulce sonrisa que le dirigía, supo que lo había encontrado.
Un escalofrío le recorrió el estómago y luego la sensación de fatalidad de la que quiso alejarse en los últimos días, en los que se dedicó a terminar los planos de su nuevo proyecto y cobrar los favores que le debían cuando no estaba jugando al doctor.
Ésta sería la casa que construiría más rápido. Había muchos detalles por resolver para la obra, pero eso no le importaba en absoluto. En realidad, lo distraían de sus problemas. Sus trabajadores tuvieron el día anterior libre debido a su pequeña excursión con Paula, pero los armadores ya se hallaban trabajando de nuevo y levantarían las paredes aquella misma tarde.
Un grupo de trabajadores iría al día siguiente a erigir la chimenea, otro colocaría el techo mientas otro más conectaba la instalación sanitaria, y los electricistas llegarían aproximadamente una hora después. Sólo faltaría el enyesado, las alfombras y la pintura. Contaba con seis grupos diferentes de obreros organizados y listos para danzar unos alrededor de los otros  como bailarines en una coreografía y todo porque tenía que sacarse de la mente aquel peñasco que rodaba montaña abajo, directo hacia él y que lo alcanzaría el próximo Jueves, al final de su participación "oficial" en el Arreglo de vida en veintiún días, cuando tendría que despedirse de Paula Chaves.
No tenía opción. Al decirle la verdad echaría por tierra lo que con tanto esfuerzo había cimentado. No, lo cierto era que acabaría por desempeñar un papel menor en la vida de Paula Chaves. Tendría que aceptarlo y despedirse de ella muy pronto. Hacer cualquier otra cosa sería egoísta porque la estaría usando exactamente igual que aquel imbécil bueno para nada que se aprovechó de ella.
Pedro enrolló los planos. Ella confió en él y él la dejó creer en una mentira. El hecho de que su engaño hubiera tenido éxito aumentaba sus sentimientos de culpa. Después de todo, se recordó, la idea original era hacerla feliz y lograr que pasaran los veintiún días sin que lo descubriera. Casi lo había conseguido, sólo faltaban unos días más.
Se levantó cansado, se estiró y se dirigió a la camioneta para buscar su cinturón de herramientas. Después de terminar aquel proyecto  y los trabajos que Sofía tenía empezados, los dos tendrían que trabajar juntos y darse prisa con la reconstrucción del consultorio del doctor García. También ese plazo se les venía encima. De pronto, Pedro se sintió acorralado y molesto. Tuvo deseos de sacar algunos maderos y darles duro con el martillo.
Se puso el cinturón de herramientas y subió a los dormitorios del segundo piso, el último lugar en que el faltaba poner los soportes de los muros. Sus hombres lo miraron, le sonrieron y bromearon diciéndole que por fin se iba a poner a trabajar. Tomó el martillo y le dio a los clavos un golpe para quitarse el estrés. El hecho de que su única opción fuera despedirse pendía sobre él, pero se negaba a aceptarla en aquel momento. Tenía que existir alguna alternativa.

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