sábado, 11 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 18

—No estaba sola —dijo su madre—. Tu padre estaba aquí.
—Unas pocas semanas al año —dijo Paula sin poder controlarse—. Mamá, venga. Sé que lo quieres, pero no fue un buen marido ni un buen padre.
—Sigue siendo tu padre. Hablarás de él con respeto —dijo su madre.
—¿Por qué? No lo entiendo. Nunca he comprendido por qué dejas que vaya y venga como le plazca.
—Es la naturaleza de tu padre. Es inquieto. Pero eso no hace que sea un mal hombre.
—Tampoco hace que sea uno bueno.
Paula se preguntó por qué se molestaba. Habían tenido esa discusión cientos de veces. Nunca entendería cómo su madre podía entregarle el corazón a un hombre que pensaba tan poco en ella y desaparecía durante meses. Luego regresaba con regalos y anécdotas, y se quedaba el tiempo suficiente para convencer a todos de que esa vez sería diferente, que se quedaría. Pero nunca lo hacía.
Paula había dejado de creer en él hacía mucho tiempo, pero su madre seguía haciéndolo con todo su corazón.
—No le gusta estar atado —dijo su madre—. Yo lo he aceptado. Ojalá tú pudieras. Esta siempre será su casa y yo siempre seré su mujer.
—No puedo hacer eso. No puedo entenderlo y no lo perdonaré.
—Tener un hijo te cambia —dijo su madre— Lo cambia todo.
Paula  sabía que no la cambiaría tanto como para entender la visión que su padre tenía del mundo, pero eso no importaba. Cambió el tema a algo menos controvertido.
—Pedro piensa que deberíamos casarnos —dijo.
—¿Qué piensas tú?
—Que está loco. Hemos tenido una cita. De acuerdo, fue muy bien hasta que admitió que era un mentiroso, pero eso no es suficiente para construir una vida en común. Tú vas a decirme que debería casarme con él, ¿verdad?
—Voy a decirte que es el padre de tu bebé y que tendrás que relacionarte con él de todas formas.
—¿Y si no quiero?
—Eso es madurez —dijo su madre con una sonrisa—. Estoy orgullosa.
—Mamá...
—Paula,  la vida es cuestión de compromiso. Lo que hizo Pedro está mal. Si realmente es el cerdo que dices, ¿entonces por qué iba a molestarse en convencerte de que lo siente? Los cerdos no se molestan con cosas así. ¿Y qué gana él casándose contigo? Si estuviera interesado sólo en la victoria, ya se ha acostado contigo.
—Vaya.
—Sólo digo que los hombres que conquistan a mujeres sólo para aumentar su récord no se quedan. El se ha quedado. Dice que quiere ser el padre de su hijo. Eso no es malo. No tienes que casarte con él. No tienes que hacer nada. Pero tal vez quieras pensar en llegar a conocerlo. Empieza por ahí y mira hacia donde te lleva. Tal vez sea un buen hombre.
—¿Eso crees? —preguntó Paula—. ¿Con mi suerte?
Las palabras de su madre tenían sentido, pero Paula no quería ir por ahí. Quería seguir enfadada. Era más seguro. Llegar a conocer a Pedro era ponerse a si misma en peligro. ¿Y si comenzaba a creer en él? Sólo le haría daño.
—No todos los hombres son como Garrett —dijo su madre.
—¿Quieres apostar?
Pedro vivía en un apartamento alto que era todo cristal y acero. Paula sabía lo importante que era el material en la construcción, puesto que estaban en Los Angeles y los terremotos allí eran una realidad. Sin importar qué innovación tecnológica mantenía el edificio en pie, no se sentía impresionada por la frialdad del lugar. Sí, la localización era fantástica y el servicio de conserjería se ocupaba de todos los detalles de la vida cotidiana, pero ella prefería su vecindario rústico, donde los jardines eran habituales y los niños jugaban en la acera.
Por supuesto, mostrarse crítica con el edificio de Pedro era una distracción fabulosa, pensó mientras bajaba del ascensor y caminaba hacia el apartamento. Había decidido seguir el consejo de su madre del fin de semana anterior y llegar a conocer a Pedro. Lo había llamado y le había sugerido que se vieran. Él había ofrecido que comieran en su casa.
Llamó al timbre. Pedro abrió casi de inmediato.
Parecía más alto de lo que recordaba, aunque tal vez estaba confusa por verlo con ropa informal. Llevaba unos vaqueros gastados y una camisa blanca de manga larga. Ambas prendas enfatizaban su altura.
Su camisa estaba abierta a la altura del cuello, dejando ver su pecho bronceado y un rastro de vello.
Recordó cuando había acariciado esa zona, deslizando las manos por su piel caliente y sintiendo cómo reaccionaba a su tacto.
—Has venido —dijo él—. Adelante.
—No era difícil de encontrar.
—Pensé que cambiarías de opinión —admitió—. Después de la última vez.
La última vez. Su pelea en la oficina después de proponerle matrimonio. Sólo pensar en ello la enfurecía y le daba ganas de escupirle. No había escupido en su vida, pero, si alguien iba a conseguirlo, ese era Pedro.
Aun así, no había ido allí para discutir con él.
—Dijiste por teléfono que podríamos fingir que nunca ocurrió.
—Tienes razón —dijo él con una sonrisa—. Este soy yo fingiendo. Adelante.
Se echó a un lado y ella entró en el recibidor. La sorpresa fue instantánea. Ellos dos eran las únicas cosas vivas en una sala de cristal y metal.
—Creo que es importante que nos conozcamos —le dijo, decidiendo que era educado ignorar los alrededores—. El bebé no va a desaparecer y tú tampoco. Así que aquí estamos.
—Pero tú desearías que yo desapareciera —dijo él, sonriendo.
—Mi vida sería menos complicada.
—Aburrirse no es mejor.
—No hablo de aburrimiento —dijo ella—. Sólo de tener menos sorpresas.
—Trataré de no darte muchas. ¿Entonces hacemos una tregua durante la comida?
—Estoy dispuesta. Lo consideraremos un entremés picante.
—¿Quieres decir que no debería confundir tu conversación agradable con el perdón?
Paula  había albergado la esperanza de que pudieran evitar hablar de lo sucedido, pero tal vez fuese imposible.
—Lo estoy intentando.

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