—Gracias, pero estoy bien. Aun así, hay algo más —señaló hacia la tienda de bebés.
En esa ocasión consiguió la reacción que había estado esperando. Sofía se dió la vuelta lentamente y se quedó de piedra con la boca abierta.
—Estás embarazada—dijo—. Oh, no. ¿Embarazada? ¿De verdad? ¿De Pedro?
—Sí. Fue una noche ajetreada.
—Embarazada —repitió Sofía—. ¿Qué te parece? ¿Estás contenta?
—Sí, la verdad es que sí. Nunca antes había pensado en tener hijos más que como algo futuro, pero, cuando me enteré, supe que lo deseaba.
—¿Se lo has dicho a Pedro?
—Ayer.
—¿Qué dijo?
—No mucho. Pareció sorprendido, pero luego dijo que teníamos que hablar. Nos intercambiamos las tarjetas.
—¿Ya está? ¿No debería haber habido más? —preguntó Sofía.
—No sé —Paula se sentía inquieta a raíz de su conversación con él, pero no sabía por qué—. No esperaba volver a verme, así que, dadas las circunstancias, se comportó bien. Ya nos encargaremos del asunto cuando tengamos que hacerlo. Le ofrecí la posibilidad de renunciar a sus responsabilidades, pero se negó.
—Así que están juntos en esto —dijo Sofía.
—Más o menos. Hasta que no haya bebé, no pienso verlo mucho.
—Un bebé —dijo Sofía, apretándole el brazo— ¿Estás excitada?
—Sí, lo estoy. Y también asustada. Pero principalmente excitada.
—Seré tía y le compraré regalos, y haré de canguro—dijo Sofía, apretándole el brazo con más fuerza —Tal vez estuviera destinado a ser así. Tal vez sea tú...
—No lo digas, por favor. Pedro no es mi destino.
—Pero eso nunca se sabe.
—Lo sé. Ahora vamos. Vamos a mirar cosas para el bebé. Tenemos que preparar una habitación.
—Tu cita de las once está aquí —dijo Leah, asomando la cabeza por la puerta del despacho de Paula — Es mono.
Paula le dirigió una sonrisa a su ayudante, la que compartía con otros dos socios de segundo año.
—¿Les dices ese tipo de cosas a Mark y a James?
—A Mark no —dijo Leah—. Pero hay rumores sobre James, así que tal vez él esté interesado si no lo estás lú.
—Eres mala.
—Sí, lo soy. En todos los aspectos posibles.
Leah era una abuela de cincuenta y pico años y también una ayudante excelente. Llevaba en la compañía más tiempo que la mayoría de los socios establecidos y se negaba a trabajar para ellos, diciendo que los nuevos la necesitaban más.
Paula miró su agenda y vio que la próxima hora estaba ocupada por un «cliente potencial», como ella misma había escrito. No aparecía el nombre ni el motivo de la cita. Interesante. Normalmente Leah le daba los detalles.
Paula agarró una libreta, un bolígrafo y su agenda electrónica, y caminó por el pasillo hacia el vestíbulo principal.
Cuando llegó a la mesa de recepción, se detuvo tan en seco, que estuvo a punto de resbalar sobre el suelo de mármol.
Pedro Alfonso estaba allí hablando con Ethan Jackson, uno de los socios antiguos del bufete.
El no podía ser su cliente potencial. ¿Cómo iba a hacer negocios con el hombre que le había mentido, que se había acostado con ella y que iba a ser el padre de su bebé? Eso no era una vida normal; era el argumento de una película.
No era justo. No estaba bien. Si pensaba que podía meterse en su mundo con un gran cheque, entonces... entonces estaba en lo cierto.
La empresa de Pedro era importante y el trabajo de Paula era ayudar a la compañía. Los socios de segundo año que querían llegar a establecerse no podían rechazar ofertas millonadas por motivos personales.
Paula tomó aliento, trató de no pensar en lo guapo que estaba con aquel traje, se acercó y esbozó una sonrisa.
—Buenos días, Ethan.
Los dos hombres se giraron hacia ella.
—Paula —dijo Ethan—. Bien. Aquí tienes a un nuevo cliente. Pedro Alfonso, te presento a Paula Chaves.
—Ya nos conocemos —dijo Paula.
—Cierto —dijo Pedro— Somos casi parientes. Mi tía abuela es la abuela de Paula. Dadas las circunstancias familiares, nos conocimos hace unas semanas. He venido para hablar de nuestro negocio en China —continuó Pedro—. Tenemos varias compañías interesadas en ganar mercado allí, así como algunas que quieren manufacturar en ese país. Espero que tu experiencia nos sirva.
Ethan parecía más contento de lo que Paula jamás lo había visto.
—Entonces los dejaré solos —dijo—. Hazme saber cuales son los progresos, Paula.
—Por supuesto —dijo ella. Si Pedro hablaba en serio con respecto a sus negocios, tendrían que trabajar prácticamente juntos—. Vamos a la sala de conferencías.
Cuando la puerta de cristal se cerró tras ellos y Paula le hubo ofrecido café y agua, se sentó frente a él.
—¿De qué va todo esto? —preguntó en voz baja y con expresión controlada. Esa sala en particular tenia casi todas las paredes de cristal. La había elegido deliberadamente, para verse obligados a mantener las cosas a un nivel profesional.
—Ya te lo he dicho. Cuando cenamos, mencionaste que hablabas mandarín. Me pareció buena idea.
—¿Estás tratando de engañarme? —preguntó ella secamente— ¿Pretendes ocupar horas valiosas de mi tiempo y del de los demás socios para echarte atrás al final? Pienses lo que pienses, no me quedé embarazada a propósito. Si tu plan es hacer que me despidan, ya puedes olvidarte. Soy una de las mejores abogadas con las que te encontrarás y no dejaré que estropees las cosas.
—¿Es eso lo que piensas? ¿Que hago esto para engañarte? ¿Que se trata de una broma?
—No sé. Fuiste tú el que decidió que merecía aprender una lección. ¿Por qué no debería pensar lo peor?
—¿No se te ha ocurrido pensar que esté aquí para hablar de negocios? ¿Que he aceptado que lo que hice estuvo mal y que, aunque me he disculpado, eso no cambia nada? ¿No se te ha ocurrido pensar que estoy tratando de hacer más fácil la situación para los dos, sobre todo para ti? Necesitamos un buen abogado. Todd y yo estábamos hablándolo y pensé en tí. Nada más. No hay planes secretos.
—Quiero creerte —dijo ella.
—Pues inténtalo. ¿Paula, por qué iba a querer engañarte? ¿Por qué iba a querer hacerte más daño? Sé que es difícil que te lo creas, pero soy un tipo bastante decente.
—Me mentiste.
—Sí, lo hice. Me equivoqué al juzgarte. ¿Nunca te ha pasado?
—Quizá.
—No puedes seguir huyendo de mí.
—Dado que estás sentado delante de mí —dijo ella—, no estoy huyendo.
—Ya sabes lo que quiero decir. Mira, estoy aquí para que ayudes a mi empresa. Sólo negocios. Lo he comprobado y eres buena en lo que haces. Necesito a alguien bueno. Si, mientras tanto, tenemos la oportunidad de llegar a conocernos, ¿no sería mejor?
—Supongo. Si eres sincero con lo del negocio...
—Lo soy.
—Entonces hablemos.
—De acuerdo.
Pedro sonrió. No debería haber significado nada. Los hombres sonreían todo el tiempo. Pero había algo en la sonrisa de Pedro, en cómo la miraba a los ojos, como si tuviera toda su atención. Hacía que le temblasen las piernas, y ni siquiera estaba levantada.
—¿Sigue en pie la oferta del café? —preguntó él.
—Claro. ¿Cómo lo tomas?
—Solo.
—Muy típico de los hombres —dijo ella, poniéndose en pie.
—Por supuesto. Vamos. Admítelo; no me tendrías ningún respeto si te pidiera tres azucarillos y una nubecita de crema.
—Tienes razón —dijo ella, riéndose—. Enseguida vuelvo.
—Iré contigo.
—No es necesario—su plan era escapar durante un minuto para poder recomponerse. Si iba con ella, le resultaría complicado.
Pero no había manera educada de decir que no, asi que lo condujo a la sala del café y agarró una taza limpia de la bandeja.
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