El investigador Carson Fuller llegó al Camden Professional Building con tiempo de sobra. Eran apenas las diez y cuarto y las cosas no comenzarían a cocinarse hasta las once. Entraría, se sentaría y observaría la función. Bueno, sería más preciso decir que el final de la función. Había puesto todo en marcha al hablar con los de la Oficina de Impuestos el día anterior.
Compró un capuchino en el puesto de café y esperó el ascensor. Unas cuantas horas más y podría presentar su cuenta y marcharse. La había mecanografiado la noche anterior, detallando cada uno de los gastos para que la señora Vazquez no pudiera objetar nada.
Para que el trabajo hubiera estado completo debió haber seguido al tipo, pero, ¡qué diablos! lo atrapó, tal como ella quería.
Subió al ascensor y llegó al piso doce. La puerta se abrió en el consultorio de García y la mujer sentada detrás del escritorio de la recepción le dirigió una mirada insolente en cuanto entró.
- Sofía: ¿Puedo ayudarle? -. Le preguntó con voz dulce como la miel.
- Carson: Espero que sí -. Le dirigió una sonrisa encantadora -. Quiero ver al doctor García.
- Sofía: El doctor García está ocupado en este momento -. La mujer levantó la barbilla y con ella señaló en dirección de la oficina detrás de Carson -. Está esperando a un paciente.
Carson miró hacia atrás y por su mente pasó la imagen de la fotografía de García que tenía en su expediente: un tipo grande de aspecto hipócrita y expresión servicial, y canoso. No vió a García. Había un hombre tras el escritorio, como de unos veintitantos años, con el rostro quemado por el sol y el cabello castaño. Se veía preocupado e incómodo. Lo comparó con su imagen mental de García.
- Carson: Mire señorita, no sé lo que pretende usted hacer ni quién es él. Pero sí sé quién no es. Y él no es el doctor Gabriel García.
Angela miró su reloj y condujo con un poco más de prisa. Ya no se sentía enfadada. La furia que puso en marcha todo aquello fue remplazada por una emoción casi maniática. Ella y su detective iban a desenmascarar a García.
Decidió que la hora de la confrontación fuera a las once en punto porque sabía que en ese momento García estaría allí. No hizo caso del remordimiento que la aguijoneó cuando se enteró de que también Paula estaría allí para presenciar todo el asunto: la entrega de la orden de registro, la revisión del lugar y el decomiso de los expedientes. La función completa.
Habría reporteros. Cuando Angela llamó a la redacción del diario Examiner el tipo se mostró ansioso por hablar con ella. Habían tratado de entrevistar a García porque el doctor comenzaba a destacar en la escena de la psicoterapia, pero ahora el hombre se mostró muy satisfecho con el cambio de perspectiva. Sería algo hermoso: la caída de un estafador y ella lo había logrado. Una noticia de ocho columnas.
Angela giró el vehículo y así entró en el estacionamiento del edificio de García.
Pedro esperaba tras el pulido escritorio de teca. Todo dejó de importarle. No le importaba que el investigador privado, el tal Carson Fuller, le hubiera descubierto. Admitió voluntariamente su verdadera identidad en el preciso momento en que el tipo lo desenmascaró.
Casi esperaba que el hombre lo esposara y se lo llevara, pero él sólo movió la cabeza de un lado a otro y le hizo repetir toda la historia, con muchas intervenciones por parte de Sofía. Por último volvió a mover la cabeza.
- Carson: Debería retirarme, ¿Cómo no me dí cuenta de nada?
- Pedro: No se culpe, incluso yo estoy confundido y fui el que planeó todo el asunto.
Carson Fuller sonrió y movió la cabeza de un lado a otro una vez más. Salió del consultorio de García, arrojó la taza de café vacía a la basura y se sentó en la sala de espera.
- Sofía: ¿Se va a quedar?
- Carson: No podrían moverme de aquí ni con grúa.
Pedro se levantó y cerró la puerta. Lo único que le importaba era estar allí por si acaso, por si existiera la más remota posibilidad de que Paula Chaves todavía estuviera en la ciudad y decidiera acudir a su última cita aquella mañana.
Decidió que esperaría otros cinco minutos. Luego tendría que enfrentarse al hecho de que no iría. Se levantaría y se haría cargo del problema que le aguardaba en la sala de espera, del trabajo de reconstrucción y de su vida.
Se sintió tonto por haber creído que ella acudiría a la cita, pero se resistía a dejar que aquel último nexo se perdiera sin por lo menos esperarla una vez más.
Paloma se acomodó en la silla de la recepcionista y habló con dos de los fontaneros que se presentaron para trabajar en el jacuzzi.
- Fontanero 1: ¿Cuándo empezamos? -. El joven estaba ansioso y se apoyaba contra un lado del escritorio.
- Fontanero 2: Tranquilo -. Le dijo el más viejo -. El tiempo corre y cobramos por horas, ¿qué te preocupa?
Sofía miró su reloj. Notó que Carson la miraba por encima de la revista. Estaba a punto de decirle a los fontaneros que iniciaran el trabajo cuando alguien abrió la puerta del recibidor. Era una mujer algo menuda de cabello castaño que parecía de ascendencia mediterránea o italiana.
- Angela: Me llamo Angela Vazquez. He venido a ver al doctor García. Una amiga mía tiene una cita a las once. De hecho, es probable que ya esté ahí ahora. Se trata de Paula Chaves.
Sofía sintió que el corazón le daba un vuelco. Miró hacia la puerta cerrada del consultorio y oró para que Pedro no eligiera aquel momento para salir. Se rascó la cabeza con el lápiz.
- Sofia: En realidad ... -. Comenzó a decir, pero no tuvo oportunidad de terminar la frase porque la puerta volvió a abrirse y entraron dos tipos que parecían burócratas.
- Ronald: Soy Ronald Turpin de la Oficina de Impuestos -. Se presentó el más alto y delgado -. Tengo una orden de registro para revisar esta propiedad en busca de cualquier documento que pueda servir como prueba de fraude al gobierno de Estados Unidos por los impuestos a los que tiene derecho.
Aquello le pareció el colmo. Sofía sintió que una incipiente carcajada nacía en alguna parte del pecho. El oficial del fisco preguntó dónde guardaban los archivos financieros y le pidió que se alejara del ordenador.
En seguida, se puso a la tarea de poner cinta adhesiva a los cajones del archivo para que nadie pudiera abrirlos sin romper el sello. La mujer que parecía italiana, Angela, también sonreía, pero se veía más como un gato divirtiéndose. ¿Qué ocurriría después?.
Sofía tuvo una repentina visión de lo absurdo de todo aquello. Se levantó del escritorio de la recepción mientras el agente del fisco sacaba los archivos del ordenador. También le preguntó cuándo volvería el doctor.
- Angela: ¿Volver? Él está ahí dentro en este preciso momento -. E indicó con el dedo la puerta de roble del consultorio.
Carson Fuller movía la cabeza. El agente Turpin frunció el entrecejo, se levantó del escritorio de la recepción, caminó hasta la puerta de roble y llamó. Pedro abrió la puerta, estaba más demacrado de lo que Sofía lo había visto nunca. Él miró a la pequeña multitud congregada en la sala de espera y pasó los ojos del agente Turpin a los fontaneros, que estaban apoyados en la pared y después observó a la mujer de cabello castaño (Angela) y a Carson Fuller.
- Turpin: Doctor Gabriel García-. Leyó un documento que había sacado de su portafolios-. Por este conducto le comunicamos que debe presentarse ante el Tribunal de Distrito de Estados Unidos, Región Norte del Estado de California, para responder por los cargos de evasión fiscal, además, se le informa que todo artículo que se encuentre en este lugar y cualquier otro de su propiedad o que usted ocupe queda embargado en calidad de prueba y para cubrir el posible pago de la recaudación que adeuda.
- Pedro: ¿De qué está hablando?
- Angela: Él no es el doctor García.
- Carson: No, -. Movió la cabeza e hizo un gesto señalando hacia la puerta del pasillo que en ese momento se abrió y dio paso al frente de una silla de ruedas -. Y si no me equivoco, ése es Gabriel García.
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