Paula se lo quedó mirando.
—No te sorprendas tanto —le dijo él—. Felipe y yo somos amigos de toda la vida. Lo quiero mucho. Si lo que le hace feliz es Julia, a mí también.
Fernando cambió de postura y añadió:
—¿Cómo estás? Tengo entendido que rompieron.
¿Era ésa la razón de la inesperada visita? ¿Quería Pedro información? Lo dudaba.
—No me va mal.
—A Pedro sí. Está realmente mal.
El primer impulso de Paula fue irse a buscar a Pedro e intentar ayudarlo. Pero él le había dejado muy claro que no la quería a su lado.
Paula se puso en pie y se sacudió los pantalones vaqueros.
—Lo siento, pero no es asunto mío.
—No sé lo que ha pasado entre vosotros dos, pero conozco a Pedro desde hace años. Es un tipo estupendo —Fernando frunció el ceño—. Que yo sepa, eres la primera novia que ha tenido. Así que… quizá pudiera darle una segunda oportunidad, ¿no?
Paula lo miró fijamente.
—¿Crees que he sido yo quien ha roto la relación?
—¿No es así? Por la forma como Pedro se está comportando, suponía que…
—Pues no. Ha sido él quien me ha dejado. Me dejó muy claro que no quería saber nada de mí. No nos hemos peleado ni hemos discutido; simplemente, Pedro decidió que se había acabado.
—No lo sabía —dijo Fernando sintiéndose incómodo.
—Pues ahora ya lo sabes. Estoy enamorada de Pedro, se lo dije y creo que a él le molestó. Pedro no quiere que le dé una segunda oportunidad.
—Lo siento.
—Sobreviviré. Las mujeres de mi familia son fuertes, aunque a veces cometamos errores al elegir a los hombres.
—Si puedo hacer algo…
—No, gracias —Paula se llevó las manos a las caderas—. Espera un momento… ¿Por qué te has molestado en venir aquí para intentar arreglar las cosas entre Pedro y yo?
—Ya te lo he dicho, quería ayudar a mi amigo.
—Vaya, no eres tan horrible como pensaba. Después de lo que te costó aceptar la relación entre Julia y Felipe…
—Lo que pasa es que pensaba que a Julia le interesaba su dinero.
—Ella jamás haría eso.
—Sí, ahora lo sé.
—Deberías haberle concedido el beneficio de la duda.
—Con mi experiencia, imposible.
—Ya, entiendo. Así que estás dispuesto a desconfiar de todas las mujeres que conozcas sólo por el hecho de que, en el pasado, has elegido mal, ¿no? Tendré que decírselo a Mariana.
—¿Sabías que íbamos a salir juntos? —preguntó Fernando incómodo.
—Sí. Todas estamos contando las horas que faltan para vuestra cita.
Fernando sonrió.
—¿Se parece más a tí o a Julia?
—Eso tendrás que decidirlo por ti mismo. Pero te voy a decir una cosa, Mariana es muy inteligente; así que no te pases de listo con ella.
—Lo tendré en cuenta. Bueno, Paula, ha sido un placer conocerte. Siento mucho que Pedro haya sido tan *beep* como para dejarte. Creo que habrías sido buena para él.
Paula asintió, en parte porque los ojos empezaban a escocerle. Mantuvo el control hasta que Fernando se hubo marchado; entonces, dio rienda suelta a las lágrimas.
Aquella noche, Paula estaba acurrucada en su sofá esforzándose por interesarse en el vídeo que había alquilado. Era una comedia y parecía muy divertida, pero ella no reía. Quizá fuera por lo triste que estaba.
De repente, oyó ruido al otro lado de la puerta de su piso. Parecían arañazos. O gemidos. O las dos cosas.
Se acercó a la puerta y la abrió. Un adorable cachorro de perro se la quedó mirando.
Encantada, Paula se arrodilló. El cachorro se lanzó a sus brazos y empezó a lamerle la cara.
—¿Quién eres? ¿De dónde has salido? ¿Estás perdido?
—No es él quien está perdido —dijo Pedro saliendo de las sombras.
Paula se quedó inmóvil. El corazón dejó de latirle. Dejó de respirar.
Pedro avanzó, agarró al cachorro con un brazo y, con el otro, la ayudó a levantarse.
—¿A qué has venido? —preguntó Paula sin saber qué decir, qué pensar.
—¿Puedo entrar?
Paula lo dejó pasar. Pedro dejó al cachorro en el suelo, que corrió hacia ella y empezó a lamerle los pies descalzos.
Paula volvió a arrodillarse y tomó al perro en brazos.
—¿Tiene nombre? —preguntó Paula , prefiriendo hablar del perro que de otra cosa.
Quería creer que la presencia de Pedro allí tenía un significado especial, pero no estaba segura. Y no quería hacerse ilusiones.
—Todavía no. Pensé que te gustaría elegirlo a tí —Pedro se arrodilló junto a ella—. Es tuyo. Lo he comprado para tí. Pero vive conmigo. Así que, si lo quieres, vas a tener que volver conmigo tú también.
Paula tragó saliva. Bien, había esperanza, pero también tenía miedo.
—¿Quieres que vuelva?
—¿Qué si quiero que vuelvas? —Pedro sacudió la cabeza—. Eso es demasiado poco, Paula. Creía que sabía lo que quería: soledad, mi mundo… Lo tenía todo pensado. Sabía lo que significaba querer a alguien y no quería que volvieran a traicionarme. Hasta que apareciste tú.
La esperanza estaba ahí, luminosa. La respiración se le aceleró.
—Creía que quería vivir en una isla casi desierta yo solo. Creía que quería lo que tenía. Hasta que te conocí. Después de eso, todo cambió. Ahora quiero ruido, confusión, conversación y risas. Quiero velas y plantas y comida y tus cosas por todas partes.
—No soy tan desordenada.
Pedro sonrió y luego le acarició una mejilla.
—Siento lo que te dije y siento haberte hecho sufrir. No lo soporto. Te echo de menos, Paula. Te deseo, no puedo soportar la vida sin tí. Te necesito con desesperación. Me has convertido en un hombre que jamás pensé que sería. Me has cambiado por completo. Como nunca había estado enamorado, no me había dado cuenta de lo que era.
¿Amor? ¡Amor!
Paula soltó al cachorro y abrió los brazos a Pedro.
—¿Estás diciendo…?
—Que te amo —Pedro la estrechó en sus brazos—. Te amo y siempre te amaré. En la salud y la enfermedad, con niños y casas y lo que sea. Es decir, si puedes perdonarme, si todavía me quieres.
Paula se apartó y lo miró a los ojos fijamente.
—¿Qué? ¿Creías que me iba a desenamorar de tí así como así?
—Te he hecho daño, he sido cruel. Lo que te hice no tiene disculpa. Lo único que puedo hacer es prometerte que jamás volveré a hacerlo.
Pedro no era un hombre de falsas promesas. Ella tenía fe ciega en él y siempre lo querría.
—Te quiero —dijo Paula.
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