—¿No eres Fernando? —preguntó, más para ella misma que para él.
—Paula, mira... —comenzó a decir él, pero ella levantó la mano para interrumpirlo.
—No eres Fernando—repitió, mirando al hombre desnudo en su cama. El hombre con el que había hecho el amor varias veces—. ¿No eres Fernando? —en esa ocasión, las palabras salieron de su boca como un grito que daba paso a la furia y el horror que crecían en su interior. Salió de la cama y se ató la bata—. ¿Qué diablos quieres decir con que no eres Fernando?
—Soy su primo, Pedro Alfonso. Fernando y yo sabíamos lo que Ruth había hecho, y pensamos que cualquiera que hubiera aceptado las condiciones estaría metida en esto sólo por dinero. Fui a la cita pensando que iba a enseñarte una lección. Ya sabes, fingir que era Fernando y luego marcharme.
—¿Su primo? ¿Esto era un juego para tí? ¿Es tu idea de pasar un buen rato?
Fernando o Pedro o como diablos se llamase salió de la cama y se colocó frente a ella. Desnudo. Maravilloso. Pero eso no debía ser una sorpresa. ¿Por qué los bastardos mentirosos no podían ser guapos también?
—Paula, espera. No es lo que piensas.
—Ni lo intentes —dijo ella—. No pienses que puedes salir de ésta con palabras bonitas.
—No quiero salir de esto. Quiero explicarme. No era mi intención que esto ocurriese.
¿Esto? ¿El sexo? La rabia iba creciendo en su interior y de pronto se sintió aterrorizada porque le entraron ganas de llorar. Se negaba a derrumbarse delante de esa sabandija.
—¿El qué no era tu intención? —preguntó con la voz cargada de odio—. ¿Cenar conmigo? ¿Decirme que eras Fernando?
—Pensamos que...
—¿Pensaron qué? ¿Que sería divertido? No, espera. ¿Qué es lo que has dicho? Que ibas a enseñarme una lección. ¿Quién diablos te crees que eres para ser juez y jurado? ¿Qué te he hecho yo?
—No me has hecho nada —dijo él—. Nada en absoluto. Tú eres la parte inocente en esto. Lo siento.
—Sentirlo no sirve de nada.
—Lo sé. Cuando la tía Ruth le dijo a Fernando lo que había hecho, lo que les había prometido a tus hermanas y a tí, se puso furioso. El siempre tiene mujeres codiciosas detrás de él y no necesitaba tres más yendo detrás de su riqueza.
—Fernando tiene que superarlo —dijo ella amargamente—. No se trataba del dinero, ya lo sabes. Se trataba de descubrir que tenía una abuela y de mantener una buena relación con ella. Nadie pensó que su oferta fuese real. ¿Pero qué pasa con vostros ?
—No tienes ni idea de cómo es —dijo él.
—Oh, pobre niño rico. Qué mal lo debes de pasar.
El seguía desnudo, y Paula maldijo la parte de su cerebro que fue capaz de detenerse y apreciar la perfección de su cuerpo. Sus entrañas se revolvieron al recordar los tórridos momentos que habían compartido.
Tomó aliento y señaló hacia la puerta.
—Lárgate. Vete.
—Paula, tienes que comprenderlo. Nunca pensé que fuera a conocerte a tí.
Había mil maneras de interpretar esa frase. Paula tenía la sensación de que era un intento patético por decirle que ella era especial.
—¿Así que, si no te hubiera gustado, te habría parecido bien acostarte conmigo? Eso dice mucho de tu carácter.
—No quería decir eso.
—Claro que sí. No sientes haber tratado de enseñarme una lección porque, incluso sin saber nada de mí, estabas seguro de que me merecía una. No, tú único problema viene del hecho de que te lo has pasado bien conmigo y ahora lo has fastidiado todo tanto, que no volvería a salir contigo ni aunque fueras el último hombre sobre la tierra. No hay nada que puedas hacer o decir para convencerme de que eres algo más que un mentiroso bastardo que se cree tan superior al resto de gente que lo rodea, que se permite el lujo de juzgar al mundo. Eres egocéntrico, egoísta, maleducado y retorcido hasta límites que no logro comprender. Ahora, sal de mi casa.
Él tomó aliento y asintió. Tras recoger su ropa, salió del dormitorio. Menos de un minuto después, la puerta principal se abrió y Pedro se marchó.
Paula se sentó en el suelo. Al menos se vestía rápido, pensó mientras el dolor la invadía.
Comenzó a temblar tratando de controlar las lágrimas, y odió el hecho de que, durante todo ese tiempo, había deseado intensamente que él suplicase. Sabía que no habría cambiado nada, pero deseaba que fuese lo mismo. Deseaba saber que lo de la otra noche había significado tanto para él como para ella.
Obviamente, no era así.
Paula se puso sus vaqueros más ajustados porque, siendo incapaz de respirar, podría olvidarse más fácilmente de los horrores de por la mañana. Había limpiado la ducha, lavado las sábanas, rehecho la cama y se había dado a sí misma una charla. Nada de eso había funcionado, así que se había marchado a ver a sus hermanas, deteniéndose en el camino para comprarse el café con leche más grande del mundo. Si el no respirar no ayudaba, tal vez pudiera ahogarse desde dentro.
Eran poco más de las once cuando aparcó frente a la pequeña casa donde habían crecido. Miró los dos coches aparcados frente a la casa y se fijó en el espacio vacío en el camino. Entonces salió y se acercó a la puerta.
—Hola, soy yo —dijo al entrar en el salón.
Sofía estaba sentada en una silla en la esquina, mientras que Mariana se encontraba en el sofá. Las dos le dirigieron una sonrisa.
—Hola —dijo Sofía, poniéndose en pie para darle un abrazo a su hermana—. ¿Realmente vas a beberte todo ese café? Si tomas demasiado, te matará.
—Ese es el plan —dijo Paula.
—Hola —dijo Mariana, abrazándola también—. ¿Qué tal todo?
—Bien. ¿Mamá está en la clínica?
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