sábado, 11 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 17

—Concertó una cita. Me está ofreciendo ocuparme de las relaciones de su empresa con China, y no me gusta. Uno de los socios de mi bufete se reunió con él y ahora sólo ve símbolos del dólar.
—Eso suena bien —dijo Sofía—. ¿Cuál es el problema?
—No confío en él. ¿Y si está con otro de sus juegos retorcidos? ¿Y si lo ha organizado todo y luego desaparece? Yo quedaría como una *beep* delante de todos. No sería bueno para mi carrera.
Mariana y Sofía se miraron y luego la miraron a ella.
—Eh, no te tomes esto a mal —dijo Sofía—. ¿Pero por qué iba a hacer eso? ¿Qué tiene que ganar?
—No sé. Sólo fastidiarme. No olvides que era el hombre empeñado en darme una lección, incluso sin conocerme ni saber nada sobre mí.
—Eso estuvo mal —dijo Mariana—. Pero esto es totalmente diferente. Paula, no creo que quiera hacerle daño a tu carrera. Van a tener un hijo juntos. ¿Por qué querría hacerle daño a la madre de su hijo?
—Para obtener el control. Eso es lo único que le importa.
Paula sabía que no sonaba racional, pero no lograba controlar sus emociones.
—Es sólo que... —tragó saliva y trató de contener las lagrimas—. De acuerdo, soy débil. Ya está, ésa es la verdad. Sé que no debo esperar de un hombre que sea decente. Sé que no debo esperar que nadie sea sincero y cariñoso. Sé que no debería dejar sitio a los sueños románticos, y lo intento. De verdad que lo intento.
Pero entonces, cuando menos lo espero, reaparecen y tengo esperanza, pero entonces la esperanza desaparece y quiero abofetearme por ser tan *beep*.
—Te quiero como hermana —dijo Sofía— ¿Pero de qué diablos estás hablando?
—Me pidió que me casara con él.
—Muy bien —dijo Mariana, sentándose en el taburete junto a Paula— Empieza por el principio y habla despacio.
—Tienes toda nuestra atención —dijo Sofía, dejando a un lado los arándanos—. Te lo prometo.
—No hay mucho que contar —dijo Paula con un suspiro—. Vino ayer a la oficina.
Les explicó lo que Pedro le había contado sobre sus empresas.
—Pero, de pronto, estábamos hablando de cosas personales, de cómo Fernando y él habían crecido juntos y de cómo las mujeres deseaban sólo su dinero.
—Podría ocurrir —dijo Mariana.
—Pobres niños ricos —murmuró Sofía sarcásticamente.
—Eso es lo que le dije. En cualquier caso, estábamos hablando de eso y de pronto me dijo que debíamos casarnos. Que era lo mejor para el bebé. Yo no me lo tomé bien.
—¿Por qué? —preguntó Sofía.
—Porque... me provocó. Uno no se declara de ese modo. Está mal. Apenas nos conocemos. No confio en él y, a juzgar por cómo me trató, él tampoco confía en mí. No es precisamente la base para un matrimonio sólido. Me enfadé.
—Lo entiendo —dijo Sofía—. Violó esos sueños secretos que se supone que no has de tener. No fue romántico ni perfecto, y no te quiere.
—Me niego a tener un lado débil —dijo Paula—. Soy dura.
—Eres humana —dijo Sofía.
—Pero sí fue romántico —dijo Mariana.
—Ya empezamos —dijo Paula.
—Es cierto —insistió su hermana pequeña—. Te casas porque tienes que hacerlo, pero luego te enamoras perdidamente. Es fabuloso.
—Está loca —murmuró Paula.
—Al menos estaba dispuesto a hacer lo correcto —dijo Sofía—. Sé que se equivocó en la cita, mintiéndote así. Pero no lo culpo totalmente. Realmente es culpa de Fernando Aston. Es él quien no tuvo agallas para presentarse y hablar contigo.
—Pedro tenía sus propios planes —dijo Paula—. No lo conviertas en un héroe.
—No lo haré, pero tal vez quepa la posibilidad de que no sea tan malo.
—Una posibilidad muy pequeña.
—¿Entonces no considerarás su propuesta? —preguntó Mariana.
—Ni hablar. Sería absurdo casarme con un hombre al que apenas conozco sólo porque estoy embarazada.
Hubo un sonido en la puerta. Paula levantó la cabeza y vio a su madre allí de pie.
Ésa era la última manera en que quería que se enterase.
Sofía y Mariana desaparecieron por la parte de atrás de la casa. Paula se quedó en el taburete y vió como su madre preparaba café.
—Es descafeinado —dijo Alejandra.
—Gracias.
Su madre se giró para mirarla.
Alejandra se había escapado con su gran amor cuando tenía dieciocho años. Estaba embarazada, y al nacimiento de Paula le habían seguido otros dos en los años siguientes. Alejandra tenía veinticinco años cuando su marido se marchó por primera vez.
Paula recordaba muy poco de aquel día, salvo a su madre llorando. Ella tenía seis años y acababa de empezar el primer curso en el colegio. Había llevado a casa un dibujo que había hecho en clase, pero su madre estaba demasiado triste para mirarlo. Desde aquel día, no había sido capaz de trabajar en un proyecto artístico de clase sin recordar las lágrimas de su madre.
—¿Y bien? —preguntó su madre con voz tranquila—. ¿Qué hay de nuevo?
—Oh, mamá, lo siento. No quería que te enterases así.
—¿Y querías que me enterase? Estás embarazada, Paula,  y no me lo dijiste.
Alejandra era delgada, guapa y aún no había cumplido los cincuenta. Sin embargo, de pronto pareció mayor de lo que Paula había imaginado.
—Lo siento —repitió Paula—. Iba a hacerlo, pero no sabía cómo. No lo planeé. De hecho, la he fastidiado a lo grande.
—¿Pensabas que te juzgaría? —preguntó su madre—. ¿Cuándo he hecho yo eso?
—Normalmente no la fastidio tanto.
—Entonces necesitarás ayuda para superarlo. ¿Qué ocurrió?
—Tuve una cita con Fernando.
—Pensé que habías decidido no hacerlo.
—Pensamos que era importante para Ruth, y sólo era una cita —dijo Paula— Mamá, nadie te culpa por lo que ocurrió con tu madre.
—Muchas gracias. Yo tampoco me culpo. ¿Entonces el bebé es de Fernando?
—No exactamente —Paula le explicó cómo Pedro había suplantado la personalidad de Fernando y cómo ella se había dejado seducir— Quería enseñarme una lección. Me estaba tomando por tonta. Ahora dice que lo siente y cree que deberíamos intentar tener una relación. Sinceramente, ¿cómo puedo volver a confiar en él?
—No sé si puedes. ¿Deseas hacerlo?
¿Lo deseaba?
—Quizá. A veces. No sé. Vamos a tener un bebé juntos; es una complicación. Mamá, voy a tener un bebé.
Su madre se acercó y la abrazó.
—Lo sé. ¿Cómo te sientes? ¿Estás feliz?
Paula se echó hacia atrás y le tocó el brazo.
—No tengo palabras. Nunca pensé en tener hijos, salvo en el futuro, pero ahora estoy embarazada y muy excitada. Deseo este bebé. No puedo creer lo mucho que lo deseo.
—Nunca has explorado tu lado tierno —dijo su madre— Siempre sentías que tenías que estar al mando y cuidar de todo el mundo. No te quedaba energía para pensar en tí. Me alegro de que desees el bebé. Vas a ser una madre estupenda.
—Gracias —murmuró Paula con los ojos llenos de lagrimas, sintiéndose agradecida y extraña al mismo tiempo—. Eres mi modelo a seguir. Con nosotras te portaste muy bien. No debimos de ser fáciles como para que nos cuidaras sola.
Tan pronto como dijo las palabras, quiso retirarlas.

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