miércoles, 8 de abril de 2015

Herencia de Amor: Capítulo 7

—Mi madre estaba embarazada, claro. Yo nací seis meses después de la boda. Mis dos hermanas vinieron poco después. Mi madre consiguió un trabajo. Mi padre lo intentó, pero no era de los que disfrutaban trabajando. Aunque siempre andaba tramando algo. A veces incluso ganaba algún dinero. Se marchó por primera  vez cuando yo tenía unos ocho años. Solía pasarse meses fuera, y luego aparecía. Nos traía regalos, y a ella, dinero. Luego volvía a marcharse.
—Eso debe de haber sido duro para tí —dijo él.
—Yo quería que se divorciaran para que mi madre siguiese adelante, pero ella no quería. Decía que era el amor de su vida. Yo pensaba que era un imbécil que no soportaba tener que ser responsable de su familia. Pero ésa es una discusión fascinante para otra ocasión. Pasaron los años, todos crecimos. Entonces, hace unos tres meses, Ruth reapareció en nuestra puerta. Dijo que llevaba mucho tiempo queriendo reconciliarse con su hija, pero que Fraser se interponía. Como él ya no estaba, era libre de hacer lo que quisiera y de recuperar a su familia. Así que ahora tenemos una abuela.
«Yuna herencia potencial», pensó él.
—¿Ella volvió con vosotras?
—Eso he oído. Mi madre nos llamó y nos pidió que fuéramos todas a cenar. Entramos y allí estaba Ruth. Es raro descubrir a los parientes después de tanto tiempo.
—¿Qué piensas de ella? —preguntó Pedro.
—Se queja mucho—dijo ella—. Es muy elegante, pero distante y... no sé. Realmente no la conozco. Supongo que me molesta porque rechazó a su única hija. De acuerdo, no aprobaba lo que mi madre hizo, pero de ahí a no volver a verla, hay mucho. Nos dio la espalda a todas. ¿Ahora dice que lo siente y se supone que tenemos que perdonarla? ¿Fingir que todos esos años sin ella no importan?
Pedro se encontró a sí mismo queriendo defender a su tía. Cosa irónica, teniendo en cuenta que él también la consideraba una persona difícil. Aun así, la quería.
—Se está haciendo vieja —dijo él—. Quizá el perder a su marido ha hecho que se dé cuenta de lo que es realmente importante.
—No me digas que eres el mediano de tres hermanos —dijo ella.
—Soy hijo único.
—Pues no lo pareces. Sofía es la mediana de las tres hermanas y siempre está viendo el punto de vista de todo el mundo. Es una característica increíblemente molesta.
—En mi negocio, es importante ver todos los lados de una situación.
—No creo que ésa sea una buena excusa.
Pedro  deseaba creerla. No había imaginado eso, pero tampoco había imaginado muchas ottas cosas.
—No estoy tratando de sacar conclusiones precipitadas —dijo ella—, pero te darás cuenta de que, a pesar de todo esto, no podemos implicarnos emocionalmente.
—¿Por qué?
—Por la loca de mi abuela y la loca de tu tía.
—No estamos emparentados.
—Es el dinero. Si salimos juntos, todo el mundo pensará que es por la millonaria oferta. Tú lo pensarías. No lo entiendo. No eres el tipo de hombre que necesite ayuda para conseguir una mujer. ¿Por qué iba entonces a hacer eso?
—Ruth tiene ideas particulares sobre la vida y sobre su lugar en la vida de los demás —dijo él. Tal vez su tía pensase realmente que una de sus nietas podría atrapar a Fernando. Pero Pedro estaba dispuesto a apostar por su primo. Fernando no estaba interesado en tener nada serio, y nadie le haría cambiar de opinión.
—Lo que yo he dicho. Loca —dijo Paula— Pero ahora tenemos un problema.
—¿Estás diciendo que las cosas serían mejores si yo fuera un vendedor de zapatos? —preguntó él.
—En cierto modo. Aunque eso suena más a siglo XIX. ¿No podrías ser un profesor de matemáticas de instituto o un programador de ordenadores?
—Podría serlo, pero no lo soy.
—¿Entonces qué? —preguntó ella mientras se ponía la bata—. Supongo que querrás volver a verme. Principalmente porque te he dado muchas oportunidades de escapar y no las has aprovechado.
—¿Deseas que lo hubiera hecho?
—No. Me gusta tenerte por aquí. Ayer a estas horas, temía conocerte. Deseaba que cualquiera de mis hermanas pudiera ocupar mi lugar. Pero ahora... —le acarició la mano—. A veces perder es algo bueno.
Pedro sintió una presión en el pecho al darse cuenta de la verdad. Fuera lo que fuera lo que Fernando  y él habían pensado de Paula Chaves, se habían equivocado. No estaba en eso por dinero. Estaba en eso simplemente porque quería hacer feliz a su abuela y había perdido un *beep* juego.Al darse cuenta de lo que había hecho, de cómo lo había fastidiado todo, se sintió enfermo. Había imaginado que sería una zorra y, sin embargo, era la mujer más alucinante que jamás había conocido. Y la había pifiado. Totalmente.
—¿Fernando? —dijo ella—. ¿Qué pasa? Tienes una mirada muy extraña.
—Yo... —maldijo en silencio. ¿Cómo explicarlo?—. No soy Fernando Aston.

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