viernes, 17 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 2: Capítulo 5

El beso que Pedro le dio la dejó sin respiración. Potente, sensual, erótico. Paula no sabía en qué radicaba la diferencia de otros besos, pero era diferente.
Los labios de Pedro eran firmes, exigentes, pero llenos de una ternura que le hizo desear darle lo que él quisiera. Sabía que Pedro podía tomar de ella lo que quisiera, era perfectamente capaz de hacerlo; pero el hecho de que no lo hiciera lo hacía aún más atractivo.
Paula se aferró a él, rodeándole el cuello con los brazos. Apretó su cuerpo contra el de Pedro. Y cuando Pedro le acarició el labio inferior con la lengua, ella abrió la boca al instante.
Mientras se apoderaba de su boca, ella sintió un profundo calor en todo el cuerpo. El deseo la hizo temblar y, de haber estado de pie, se habría caído.
La lengua de él la exploró, la excitó. Pedro tenía sabor a café y a algo exótico que la dejó deseando más. Le devolvió el beso con un entusiasmo que, probablemente, debería haberle avergonzado; pero supuso que, al ser una cosa del momento, debería dejarse llevar.
El beso continuó hasta que diversos puntos de su anatomía empezaron a quejarse, exigiendo el mismo tratamiento que su boca. Los pechos le picaban y sentía un cosquilleo entre las piernas.
Por fin, Pedro alzó la cabeza y la miró. La pasión oscurecía los ojos de él, haciéndolos parecer las nubes tormentosas, algo que jamás había pensado de los ojos de un hombre. El deseo tensaba sus facciones, confiriéndoles un aspecto depredador.
—¡Quieres acostarte conmigo! —anunció Paula, tan contenta que estuvo a punto de besarlo otra vez.
Él murmuró algo ininteligible y la llevó de vuelta al sillón del cuarto de estar.
—No nos vamos a acostar —lo informó Pedro.
—Sí, eso ya lo sé. No nos conocemos. De todos modos, te gustaría.
Pedro sacudió la cabeza.
—¿Pedro?
Él la miró.
Paula contuvo la respiración al ver en los ojos de Pedro que aún la deseaba. Algunos hombres le habían propuesto ir a la cama, pero nunca la habían deseado de verdad.
—Vaya, no son imaginaciones mías. Eres un encanto. Gracias.
—No soy un encanto. Soy un frío sinvergüenza.
Ni hablar. Paula sonrió.
—Me has hecho feliz. Los hombres no me desean sexualmente.
Pedro la miró de pies a cabeza; una mirada muy sexual.
Paula supuso que debería sentirse insultada, pero le resultó fascinante.
—Créeme, los hombres te desean. Lo que pasa es que no te das cuenta.
—No, no es verdad. Yo soy la clase de chica simpática y cariñosa que acoge en su casa a hombres que se sienten perdidos. No es que se vengan a vivir conmigo, claro está, pero los ayudo. Los animo, los apoyo, los mimo… y luego se van. Pero esos hombres nunca… bueno, ya sabes.
—¿Nunca han mostrado interés en acostarse contigo? —preguntó él sin andarse con rodeos.
Paula  parpadeó.
—No; por lo general, no. La verdad es que no me importa. Con algunos hago amistad, con otros… —Paula se encogió de hombros—. En fin, es la vida.
Y realmente no le molestaba. Su destino era ayudar a los hombres y luego, cuando estaban bien, se quedaba sola. Sin embargo, a veces no le habría importado que la vieran como algo más que una amiga. Había habido un par de ellos con los que le habría gustado llegar a algo más.
—Dejemos las cosas claras, yo no necesito que me ayuden —dijo Pedro.
Paula no sabía si creerlo o no, pero estaba dispuesta a no profundizar en ese tema de momento. Sobre todo, porque el deseo que veía en él era increíble.
—Eres tan fuerte y tan guapo… —dijo ella con un suspiro—. Aunque no seas mi tipo.
—Me alegra saberlo —comentó él irónicamente.
—Puedes besarme otra vez. Te lo permito.
—Aunque es una invitación irresistible, prefiero ir a ver qué te puedo dar de comer.
Paula tenía hambre.
—Pero todavía me deseas, ¿no? No se te ha pasado.
Pedro la miró a los ojos y ella, al ver que el deseo seguía allí, sintió un intenso calor en lo más íntimo de su cuerpo.
—¡Vaya, eres increíble! —exclamó Paula mientras Pedro se daba media vuelta y se alejaba.
—Vivo para servir.
Paula lo oyó abrir armarios y cajones en la cocina mientras miraba a la gata, que lamía a sus cachorros.
—Creo que vais a ser muy felices aquí —le susurró ella a la gata—. Pedro es buena persona. Os cuidará bien.
Mejor dicho, los cuidaría bien una vez que ella lo convenciera de que quería quedarse con la gata y sus crías. Estaba convencida de que Pedro, en el fondo, tenía un gran corazón.
Alguien llamó a la puerta.
—Yo abro —dijo ella al tiempo que se deslizaba hacia el borde del sillón con el fin de ponerse en pie apoyándose sólo en una pierna.
—Esta es mi casa y abro yo —la informó Pedro acercándose a la puerta—. Quédate donde estás, no te muevas.
—Besas demasiado bien para asustarme —lo informó Paula.
Pedro la ignoró y abrió.
—¿Sí?
—Soy Mariana Chaves. He venido a ver a mi hermana —Mariana dejó una bolsa en las manos de él—. Hay más en el coche.
Paula saludó a su hermana desde el sillón.
—Has venido.
—Claro que he venido. Has dicho que te habías caído y que te habías roto un tobillo.
—He llamado a Mariana porque sabía que, a estas horas, estaría en casa —le explicó Paula a Pedro—. Julia está trabajando. ¿Vas a dejarla entrar?
—No lo he decidido todavía.
—Podrías empujarlo —le dijo Paula a su hermana.
Mariana sacudió la cabeza.
—Es demasiado fuerte.
Paula abrió la boca para decir que Pedro no era tan duro como parecía y que besaba maravillosamente bien, pero lo pensó mejor. Era la clase de información que se debía mantener en secreto.
—Se parecen —dijo Pedro.
Paula suspiró. Pedro parecía decidido a poner las cosas difíciles.
—Las tres nos parecemos, es genético. Bueno, ¿vas a dejarla entrar?
—¿Tengo otra alternativa?
—Si no me dejas entrar, volveré con refuerzos —lo informó Mariana.
—Está bien.
Pedro se echó a un lado y Mariana entró en la casa. Rápidamente, se dirigió al sillón y abrazó a su hermana.
—¿Qué demonios te ha pasado? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué le has hecho a tu pobre pie? —Mariana se sentó en el reposapiés y se inclinó hacia delante—. Empieza por el principio y cuéntamelo todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario