—Da un poco de miedo pensarlo.
—También tenemos una reunión de negocios en un par de días.
—Lo sé. Lo he apuntado en la agenda.
—Fernando estará allí.
—No tengo palabras para expresar mi alegría —¿era su imaginación o Pedro estaba acercándose?
—No es tan mal tipo.
—Eso dices tú —definitivamente se estaba acercando a ella, y eso le gustaba.
—Y yo tampoco soy tan mal tipo.
Paula abrió la boca para decir algo y él la besó. La rodeó con los brazos y ladeó la cabeza.Ella quiso sentirse indignada. En vez de eso, separó los labios al instante, presionando su cuerpo contra él.
Sus lenguas se juntaron en un mar de necesidad. Lo deseaba tanto, que le daba igual que estuviesen frente a la casa de su abuela. Sus besos eran cálidos y familiares. Nada importaba, salvo el hecho de que no se detuviera.
Pedro deslizó las manos por su espalda, agarrando sus nalgas con fuerza y presionándola contra él, haciéndole sentir su erección.
Oh, sí. Eso era exactamente lo que Paula deseaba. Sus brazos enredados, sus cuerpos pegados hasta que no tuviera más opción que rendirse al placer. Entonces...
¡No! No podía rendirse. Otra vez no. No hasta que no hubiera descubierto quién era y lo que sentía por él. Desnudarse era una complicación que no necesitaba.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo, pero se obligó a echarse a un lado.
—Tenemos que parar —dijo sin aliento.
—No, no tenemos.
—Estabas empezando a gustarme. No tientes a la suerte.
—¿Te gusto? —preguntó él con una sonrisa.
—Un poco. Tal vez. No me molestes o el sentimiento desaparecerá.
Pedro sonrió y se apartó.
—Eres una mujer muy peculiar, Paula Chaves. Definitivamente eres interesante.
La última vez que Paula había estado en la oficina de Pedro, había estado demasiado enfadada para prestar atención a la elegancia del lugar. Pero, esa mañana, pudo apreciar la sutil combinación de colores y los muebles caros pero confortables.
—Pedro debería haberse acostado con esta decoradora en vez de con la de su piso —murmuró al entrar en la recepción antes de darle su nombre a la secretaria.
Fue conducida a la sala de conferencias inmediatamente. Mientras sus tacones se hundían en la alfombra, se recordó a sí misma que aquello era algo estrictamente profesional. El beso que había compartido con Pedro hacía pocos días estaba completamente borrado de su mente. Estaba decidida a ser la mejor abogada que hubieran tenido jamás. Alfonso le había ofrecido a su bufete tres compañías pequeñas. Ella había hecho sus investigaciones y sabía que había mucho más. Pretendía llevárselo todo.
Entró en la sala de conferencias. Los dos hombres se levantaron y le dirigieron una sonrisa, pero su visión no fue más allá de Pedro. Aun siendo consciente de la presencia de Fernando en la sala, no lograba convencerse de que él también importaba.
Se quedó mirando a Pedro a los ojos. Él le devolvió la mirada, haciéndole sentir que el tiempo se detenía. El deseo, siempre presente, reapareció, aunque ella ya estaba acostumbrada. Ignoró el calor que sintió entre las piernas y el aceleramiento de su corazón.
—Buenos días —dijo finalmente.
—Buenos días —dijo Pedro—. Me alegro de verte.
—Asqueroso —murmuró Fernando.
Paula recordó dónde estaba y se obligó a apartar la mirada del hombre que la hechizaba.
—Caballeros —dijo, dejando el maletín sobre la mesa y rechazando tomar té o café—, vamos a hablar de negocios.
—Estamos listos —dijo Pedro.
Le dirigió una sonrisa y luego miró a Fernando.
—No creo que usted lo esté.
Fernando, casi tan guapo como su primo, se recostó en su silla y negó con la cabeza.
—¿Qué le hace pensar eso, señorita Chaves?
—El modo en que lleva las cosas —Paula había decidido decantarse por un ataque directo para dejar clara su posición. Luego los abrumaría con datos para que estuvieran de acuerdo con ella—. Dicen estar interesados en hacer negocios con China, pero sus acciones no lo demuestran. Acudieron a mí con tres pequeñas empresas, pero disponen de millones en sus otros negocios. He estado haciendo averiguaciones y no lo están haciendo nada bien. Sus acuerdos son mediocres. Los contratos no les protegen. Tengo números que lo demuestran, si quieren verlos.
Buscó en su maletín y sacó varias carpetas. Fernando y Pedro se miraron y luego la observaron.
—Sé que me ofrecieron un par de cuentas como oferta de paz y, aunque estoy agradecida, he decidido que quiero todo el negocio —continuó Paula— Por la sencilla razón de que no encontrarán un bufete mejor. Necesitan algo más que consejo, necesitan un socio. No delegamos responsabilidades. Asesoramos a nuestros contactos. Yo misma me encargo de hablar directamente con China. Nadie puede alegar un error de traducción.
—¿De qué diablos está hablando? —preguntó Fernando.
—Hablo mandarín —contestó ella.
—Sí —dijo Pedro—. Supongo que olvidé mencionarlo.
—Lo aprendí gracias a una vecina —dijo Paula—. Pasé varios veranos en China y un semestre de la universidad. Lo hablo con fluidez.
—Interesante —dijo Fernando—. Si me disculpa un momento.
Pedro vio cómo su primo salía de la sala y entonces se giró hacia Paula.
Estaba radiante, aunque siempre lo estaba. Lista y sexy. ¿Cómo había tenido tanta suerte? Si tan sólo pudiera convencerla para que se casara con él.
Tenía la sensación de estar haciendo progresos, lo cual era bueno. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más disfrutaba de su compañía, lo cual era aún mejor.
—No era un negocio por compasión —le dijo.
—Lo que sea —dijo ella, encogiéndose de hombros— Era un pedazo muy pequeño del pastel.
—¿Lo quieres todo?
—Por supuesto. ¿Pensabas lo contrario?
—No sé. Esto sería algo importante para tí. Es una cuenta importante para que te asciendan.
—Ya lo sé —dijo ella con una sonrisa—. Soy muy capaz.
—Eso suavizaría las cosas con los socios cuando se enteren de que estás embarazada.
—Lo sé. Es parte de mi motivación, pero no la mayor parte. Pedro, soy buena. Sé lo que estoy haciendo. Si estuviéramos hablando de Europa, Rusia o América del Sur, no presionaría tanto. Pero conozco esa parte del mundo.
Sus ojos brillaban con intensidad y convicción. Por una vez querría ver esos ojos iluminarse al verlo a él. Eso sería...
Vaya. ¿De dónde había salido eso? Deseaba casarse con Paula por el bien del bebé. No había otra razón. Sí, era fantástica y sexy, y la deseaba, pero no se trataba de tener una relación. Había renunciado a eso hacía seis meses. No pensaba volver a poner en peligro su corazón.
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