Pedro miró a su primo y luego los papeles que tenía delante.
—Me parece una gran oportunidad —dijo.
—Al menos podrías fingir que te importa el maldito negocio —dijo Sofía—, ¿Qué te pasa? ¿No será otra vez la señorita Chaves? No puede ser. Ha pasado mucho tiempo.
Para él no. Pedro se sentía furioso consigo mismo y resignado con la situación. Sus intentos por contactar con Paula no le habían servido de nada. La había pifiado y tenía que aceptarlo. El caso era que no quería aceptarlo.
—Maldita sea, Pedro —dijo Fernando—, ¿Qué pasa? Las mujeres van detrás de nosotros desde que teníamos quince años. Es difícil resistirse al dinero. Estamos hartos de ser el gran partido. ¿Entonces por qué ahora? ¿Por qué esta mujer?
—Una pregunta excelente —dijo Pedro—. No tengo respuesta, salvo decir que era alucinante y que destruí cualquier posibilidad con ella.
—Fingiste ser yo —dijo Fernando—. ¿Y qué? Si ella es todas esas cosas, ¿por qué no puede ver lo gracioso de la situación?
Pedro no contestó. Le había dado a Fernando una versión abreviada de su cita con Paula, omitiendo el hecho de que había pasado la noche con ella.
—Te juro que la tía Ruth puede ser un grano en el trasero —murmuró Fernando— Cuando sugirió que me casara con una de sus nietas, tuve ganas de estrangularla.
—Yo quería ayudar —dijo Pedro, sabiendo que se había metido en eso por voluntad propia—Paula no hizo nada malo y yo le hice daño.
—Estaba dispuesta a salir con un hombre por dinero —dijo Fernando—. Eso dice muchas cosas.
—La cita era gratis —dijo Pedro. Yo le dije que debía haber exigido al menos cincuenta mil dólares. Después de todo, tenía que haber algo malo en ti para que tu propia tía tuviera que pagar a alguien para que se casase contigo.
—No es mi tía carnal —dijo Fernando—. Y yo no tengo nada de malo. Vas a tener que olvidarte de ella.
—Lo haré —con el tiempo. La pregunta era cuánto tiempo tardaría.
—Mira el lado positivo. Si fue tan mal como dices, no tengo que preocuparme de que las otras hermanas Chaves deseen casarse conmigo. Has estropeado los planes de tía Ruth.
—Se le ocurrirá otro plan. Sabes que quiere vernos casados. A tí te eligió primero porque eres dos meses mayor, pero mi turno se acerca.
De pronto pensó que, si lo hubiera elegido a él primero, su cita con Paula habría sido real. Habría ido sin esperar nada, dispuesto a deshacerse de ella cuanto antes, pero todo habría salido bien.
—Me voy al gimnasio —dijo, poniéndose en pie. Tal vez un par de horas de ejercicio le permitieran poder dormir por la noche.
Pero, antes de que pudiera marcharse, se abrió la puerta de la sala y entró su secretaria.
—Siento interrumpir, pero hay alguien que quiere ver a Pedro. Una tal Paula Chaves. Dice que es importante. ¿Le digo que pase?
Fernando miró a Pedro, y dijo:
—Debe de haber echado un ojo a tus finanzas y se habrá dado cuenta de que es mucho dinero.
—Cállate —dijo Pedro sin mirarlo—. Sí, Mandy, dile que pase.
Segundos más tarde, Paula entró en la sala. Estaba preciosa, alta, rubia, con sus ojos azules. En ese momento, esos ojos mostraban una combinación de ira controlada y de odio.
—Buenos días —dijo ella en voz baja y sexy, como la que tenía cada noche en sus sueños. El traje azul marino que llevaba ocultaba más de lo que mostraba, pero Pedro recordaba las curvas que había debajo.
Paula miró a Fernando, y dijo:
—Se parecen lo suficiente como para que sepa quién eres. El infame Fernando Aston III. Es mi día de suerte. Dos sabandijas por el precio de una. El mentiroso y el hombre que tiene miedo de hacer su propio trabajo sucio. Vuestras madres deben de estar orgullosas.
—No esperaba verte de nuevo —dijo Pedro.
—Es una cuestión de echarte el lazo —dijo Fernando—. ¿Verdad?
—Me preguntaba por qué tu tía creía necesario ofrecer dinero para que alguien se casara contigo —dijo Paula—. Pensaba que la razón sería algún defecto físico, pero ahora me doy cuenta de que el fallo está en tu personalidad. Eso es mucho más difícil de arreglar entonces miró a Pedro— Tengo que hablar contigo en privado. Ahora me viene bien.
Fernando se puso en pie y levantó ambas manos.
—Me marcho —le dijo a Pedro—. Más tarde podrás tratar de explicarme qué era exactamente lo que echabas de menos.
Y, sin más, se marchó. Pedro señaló la silla vacía , al otro lado de la mesa.
—Siéntate —dijo.
Paula vaciló un instante, pero obedeció. La rabia que salía de su cuerpo era palpable.
—Te he llamado —dijo él, sabiendo que no serviría de nada.
—Recibí los mensajes.
—¿Y la cesta?
—No he venido por eso.
—No me diste las gracias.
—¿Perdón? Eres tú el que mintió. ¿Diste por hecho cosas horribles sobre mí y me mentiste sobre quién eras y ahora intentas hacerme sentir culpable porque no te envié una nota de agradecimiento?
—Yo...
Paula se puso en pie, lo cual le obligó a él a hacer lo mismo.
—Me mentiste —repitió ella—. No me gustan los mentirosos. Podría haber tolerado cualquier otra cosa, pero no. Eso habría sido demasiado fácil.
—Estabas allí por el dinero —dijo él en un intento desesperado por defenderse.
—Oh, por favor. Estaba allí porque había descubierto que tenía una abuela y aún sigo pensando que quiero llevarme bien con ella. Nunca se trató del dinero y lo sabes. Eso es lo que más me molesta, Pedro. Lo sabes todo. Conectamos increíblemente. Aquella noche fue... —se detuvo y tragó saliva—. Olvídalo.
—Paula, no hagas esto. No me des la espalda. Tienes razón. Fue una noche fantástica. Mágica. Eso no me ocurre con mucha frecuencia. ¿Y a tí? ¿Vas a ignorar eso por un simple error?
—Me mentiste sobre tu identidad sólo para hacerme daño. Con magia o sin ella, ésas no son cualidades que busco en un hombre.
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