lunes, 27 de abril de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 10

Ella controló una sonrisa a duras penas.
—De acuerdo. Si es tan importante para ti, me sentaré ahí mientras te cambias. Pero me siento decepcionada. Pensé que se te darían mejor las mujeres. Que esperanza rota. Más desilusiones como ésta y necesitaré terapia.
—Conozco a ese tipo de mujer —la miró airado—. No aceptará un no como respuesta.
—Y el millonario grande y malo no quiere herir sus sentimientos —se burló ella, con voz infantil.
El frunció el ceño, pero antes de que pudiera contestar llegó Roxanne con varios esmóquines. Se detuvo al ver a Paula en el probador.
— ¿Vas a ayudar? —preguntó con una voz que sugería que eso era imposible.
—Por supuesto —dijo Pedro—. Paula tiene un gusto impecable.
—Es incapaz de hacer nada sin mí —apuntó Paula con una sonrisa— Se siente desvalido.
Pedro la fulminó con la mirada y ella tuvo la sensación de que tendría que pagar por sus palabras después, pero le daba igual. Estaba viendo un aspecto de él que nunca habría imaginado y pensaba disfrutar de cada segundo.
No sólo verlo como alguien con faltas y debilidades, sino como alguien mucho más interesante de lo que había pensado al principio. Roxanne colgó las prendas de un gancho y salió del vestuario.
Hasta que él se quitó la corbata y empezó a desabrocharse la camisa, ella no fue consciente del detalle que se le había escapado. El probador era enorme, pero pequeño si se tenía en cuenta que Pedro y ella apenas se conocían y que él estaba a punto de desvestirse delante de sus narices.
Él había dicho que imaginara que estaban en la playa. En teoría, sus calzoncillos no iban a desvelar mas que un bañador, pero no estaban en la playa y un tipo guapo se estaba desnudando. No sabía si debía mirar, o no mirar.
Él se quitó la camisa. Tenía el pecho ancho, musculoso y bien definido. Le gustó el vello que descendía hasta el ombligo. Pero cuando él se llevó la mano a la cinturilla del pantalón, bajó la vista al suelo.
—Felipe ya puede darme las gracias por esto —masculló Pedro.
—Ya encontrarás la manera de que te pague el favor —dijo ella. Llevaba calcetines oscuros, nuevos. Oyó un crujido de tela y él se subió los pantalones del primer esmoquin. Por fin estaba a salvo.
Decidió distraerse ocupando las manos. Le dio la camisa, descolgó la chaqueta de la percha y estudió la trama del tejido.
— ¿Chaleco o faja? —dijo Roxanne desde el umbral y ofreciéndole ambas prendas.
—Chaleco —dijo Dulce, aceptándolo y dándoselo a Pedro—. Has dicho que probarías.
Él gruñó, pero se lo puso. Paula admiró cómo el corte enfatizaba la anchura de sus hombros y sus caderas estrechas. Sintió un cosquilleo en el ombligo.
Roxanne le dio una corbata y él se la anudó al cuello. Después se puso la chaqueta.
—Aquí fuera hay un espejo de tres cuerpos —dijo Roxanne.
El la siguió a la zona central de los probadores. Se situó ante el espejo y estudió su imagen.
— ¿Qué te parece? —preguntó.
—Magnífico —ronroneó Roxanne, situándose detrás de él y empezando a estirar los hombros y el bajo de la chaqueta.
Paula estaba de acuerdo, aunque empezaba a enfermarla que la otra mujer tocara a Pedro por todos lados. Era una boutique, no un salón de masaje. De terminada a mostrar su madurez y dejar que Alfonso solucionara el problema, ignoró a Roxanne.
—Me gusta el chaleco —dijo.
—A mí también —afirmó Pedro— Entiendo tu idea, Es menos tradicional que la faja, pero muy elegante. No podemos encargar nada hasta que Julia y Felipe  elijan los colores, pero podemos darles ideas.
—Tenemos una página web —dijo Roxanne, inclinándose hacia él y clavando los pechos en su espalda— Apuntaré el número de la prenda para que tu amigo pueda ver el modelo en Internet. Si le queda la mitad de bien que a ti, va a ser una boda espectacular.
Paula se tragó un gruñido.
—Fantástico —Pedro se apartó de Roxanne—. ¿Por qué no vas a buscar esa información ahora?
Ella aceptó a desgana. Cuando se marchó, él se volvió hacia Paula.
—Se supone que estás protegiéndome.
—Eres lo bastante grande para protegerte solito.
—Se supone que somos un equipo. Yo correría a ayudarte a ti.
Ella no sabía qué quería que hiciera. Tal vez que aparentase celos. Podía ser todo cuestión de ego. Igual necesitaba que todas las mujeres del planeta babearan por él para dormir por la noche. Y cabía la posibilidad de que realmente se sintiera incómodo.
Aunque quería creer lo mejor de él, su reputación lo impedía. Debía de estar burlándose de ella. Pero ella también podía jugar. Haría que se arrepintiera de haberla arrastrado a ese juego.
Fue hacia él, agarró su chaqueta y tiró de él. Se puso de puntillas, le rodeó el cuello con un brazo y le puso la boca sobre la suya.
Estaba empeñada en que fuera mucho más que el breve beso que habían compartido antes. Quería darle una lección. Así que entreabrió los labios y se apretó contra él como si fuera en serio.
Tras un segundo de inmovilidad atónita, Pedro la rodeó con los brazos y le devolvió el beso. Rozó sus labios y luego se introdujo en su boca.
Lo hizo con determinación, como un hombre con un objetivo. Sabía a café y a menta, y sabía besar.
En cuanto la lengua de él tocó la suya, la pasión se desató. Fue una sensación tan intensa que pensó que el edificio iba a temblar. La mezcla de calor, necesidad y placer en cómo exploraba su boca, en el baile de caricias, avances y retiradas la cegó. No podía pensar, así que se concentró en reaccionar.
Echó la cabeza hacia atrás y le devolvió el beso. Cuando él deslizó las manos por su espalda, ella exploró sus hombros y después sus brazos. Era puro músculo y calidez. El enredó una mano en su cabello y tiró, echando su cabeza hacia atrás. Ella le dejó hacer y él la recompensó besando su cuello.
Los besos hambrientos y húmedos le dieron ganas de gemir. Todo su cuerpo se tensó y sus senos se hincharon. Deseó estar tumbada de espaldas, en cualquier sitio. Lo quería entre sus piernas, tomándola con fuerza y rapidez, sin pensar en las consecuencias.
Ese pensamiento, que nunca había tenido antes, la anonadó. Se apartó justo cuando oía a una persona muy irritada aclararse la garganta. Se dio la vuelta y vio a Roxanne en la entrada de los probadores.
—Ustedes dos  deberían buscar una habitación —dijo la dependienta, con voz gélida.
—Es una idea interesante —dijo Pedro.
Roxanne se dio la vuelta y se marchó.
Paula se quedó parada, sin saber qué pensar y, menos aún, qué decir. Eso sí que había sido pasión inesperada. Y embarazosa.
Se le ocurrieron varios comentarios, pero todos le parecieron estúpidos. Incluso si no lo hubieran sido, no estaba segura de poder hablar. Tenía la garganta seca y tensa, y temía que su voz sonara jadeante.
—Paula... —empezó Pedro.
Ella alzó una mano para silenciarlo, tragó saliva y se obligó a mirarlo. Comprendió que había sido un error al ver su deseo en los ojos oscuros. Miró su boca. .. una boca que obviamente podía volver loca a una mujer, besara donde besara.
—Te estaba dando una lección —dijo ella, con voz temblorosa—. Al menos eso pretendía.
—Tú tampoco eres lo que yo esperaba.
—No eres mi tipo —siguió ella, preguntándose si lo que había dicho él era bueno o malo— Quiero planificar la boda de mi hermana. Nada más.
Sus miradas se encontraron. Parte del deseo había desaparecido, pero seguía habiendo suficiente como para desear lanzarse contra él y empezar de nuevo.
—Estoy de acuerdo —dijo él.
Ella tardó un segundo en comprender que respondía a lo que había dicho, no a lo que estaba pensando.
—Así que esto no ha ocurrido —le dijo—. Nada.
—Ha ocurrido algo. Pero podemos ignorarlo..., si es lo que quieres.

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